Cuesta encontrar un hilo conductor en el largometraje del cineasta chileno Sebastián Araya Serrano. De hecho, muchas de las escenas no se explican, no se entienden, aparte de diálogos inverosímiles que jamás conducen a nada, que nunca aportan información relevante para que el espectador pueda hacerse una idea más o menos clara. Bien se podría adelantar o retrasar la película, y el diagnóstico dramático no cambiaría mucho.
Por Francisco Marín-Naritelli
Publicado el 23.1.2018
“A menudo el sepulcro encierra, sin saberlo, dos corazones en un mismo ataúd».
Alphonse de Lamartine
“Hay que cambiar… o mejor todavía… desaparecer; conseguir otra vida, otra cara, otra historia, otro nombre…quemarlo todo, aunque sea una mentira”, ese es una de las letanías que, con insistencia y fastidio, se repiten en “La salamandra” (2018), el largometraje dirigido y escrito por Sebastián Araya Serrano (1971), y que ganó el “Premio a la Mejor Película” del Pineapple Underground Festival de Hong Kong y del “Premio Mejor Película Extranjera”, en el Atlanta Underground Film Festival, de EE. UU.
Con un guion pobre, la nueva película del director de «Azul y blanco» y «El lenguaje del tiempo», pretende ubicarnos en una ciudad gris, violenta, llena de fantasmas, suicidios laborales, donde el protagonista, en los bordes de la locura, se transfigura, iniciando un viaje fantástico, sicótico, delirante o paranormal, para asumir otro rostro, otra identidad: Fabio, un sujeto que tiene casa y pareja, que aparentemente tiene todo lo anhelado, pero desprovisto de un pasado, una memoria propia. Esto ocurre mientras los noticieros informan el encuentro de nuevos cuerpos antes desaparecidos y en condiciones grotescas y peculiares.
Hay un deseo, claro está, la intención de reflexionar acerca de las condiciones de vida, de trabajo, el sinsentido de una existencia plana y vulgar, pero ese esfuerzo queda opacado por las decisiones de Araya. ¿Una ciudad costera o Santiago? Porque a veces nos encontramos en una fábrica ubicada a la orilla del mar, a veces en las calles capitalinas o el río Mapocho. ¿Dónde vive el personaje interpretado por Cristián Carvajal? Un departamento zarrapastroso, oscuro, donde no es posible trazar una continuidad lógica. Fábrica, departamento, desierto, la salamandra. Imágenes oníricas que se mezclan con la historia primera, pero sin conexión aparente.
Cuesta encontrar un hilo conductor en el largometraje. De hecho, muchas de las escenas no se explican, no se entienden, aparte de diálogos inverosímiles que no conducen a nada, que no aportan información relevante para que el espectador pueda hacerse una idea más o menos clara. Bien se podría adelantar o retrasar la película, y no cambiaría mucho. Quizá lo único destacable sean las actuaciones. Un contundente Cristián Carvajal y una creíble Tamara Acosta, a veces nos hace pensar que no está todo perdido, sin embargo “La salamandra” es de aquellas películas que fastidian, las que uno desea que terminen lo más pronto posible.
Tráiler: