La cinta del realizador asiático —disponible en Netflix— se puede considerar un antecedente estético y creativo directo de la obra audiovisual que acaba de ganar el Oscar a la Mejor Película 2020. En efecto, su argumento describen el infierno que viven las clases trabajadoras, con sus empleos inútiles sin sentido, y las cuales suponen vidas desechables, sin interés, y que son explotadas por la élite capitalista en cualquier país del orbe.
Por Aníbal Ricci Anduaga
Publicado el 4.5.2020
Película de suspenso que recurre a la indefinición del jazz para marcarnos el ritmo, hipnótico, sensual. Unos acordes que se repiten construyen una atmósfera enrarecida, irreal, una reacción al mundo capitalista sin sentido.
Dos vecinos de infancia se encuentran por casualidad. El joven Jong-su ha vuelto al pueblo de esa infancia, debido a que su padre está en la cárcel por violentar a un vecino. Jong-su apenas recuerda a Hae-mi, pero la ciudad los ha reunido. Ella promociona productos de una tienda, mientras él las hace de repartidor. Ambos trabajan en empleos temporales que odian, ocupaciones de baja calificación que abundan en la capital de Corea del Sur.
Hae-mi es una chica “fea”, solitaria, carente de autoestima, de extracción baja. Sentada en un café, le platica a Jong-su del “hambre pequeña” (de alimento) y del “hambre grande” (el sentido de la vida). Es bastante “ingenua”, pero mientras intuye que existe algo más allá que sobrevivir, ella sigue trabajando en algo insignificante y al parecer no le importa.
Ella es enigmática e invita a Jong-su a su departamento, vive sola y le ofrece su desnudez. Ella viajará a Nairobi y le pide a Jong-su que cuide a su huraño gato. Él lo alimentará mientras se masturba pensando en ella, mirando por la ventana del apartamento de Seúl, esperando a que ella vuelva.
Llegando de África le presenta a Ben, un joven acaudalado que conoció en Nairobi. Ella se muestra esquiva (como su gato) y Jong-su intuye que Ben es su nuevo amante. En una reunión social, Hae-mi muestra su ingenuidad ante los amigos de Ben, se diría que la consideran una tonta, en último caso, una rareza.
Hae-mi y Ben visitan el pueblo donde Jong-su cría un becerro, la casa está en ruinas desde que el padre está en la cárcel. Ella danza desnuda (ante los dos muchachos) el baile de los aborígenes de Kenia, buscando el “hambre grande”, se ha fumado un porro y ejecuta la coreografía bajo el influjo de Miles Davis, proveniente del radio del Porsche de Ben. Ella ha vuelto a quedarse dormida (la acuestan), Ben le confiesa a Jong-su un pasatiempo extraño.
Luego de haber presentado meticulosamente a los personajes, la película muestra su apuesta central. Ben quema invernaderos cada dos meses, nunca ha llorado y no empatiza con el resto, parece que tampoco con Hae-mi, a quien trata como una cosa exótica (una muñeca) que no entiende del todo.
La quema de invernaderos es una metáfora, tiene algo onírico que Jong-su interpreta en sus sueños. Los invernaderos son “feos”, vacíos (“ingenua”), abandonados (“solitaria”), están repartido(a) s por todo Seúl, desaparecen en cuanto les arrojas un poco de gasolina, nadie los (la) va a echar de menos.
Hae-mi ha desaparecido y Jong-su no encuentra el invernadero quemado. La mente del muchacho piensa en forma literal, pero los apetitos de Ben son más bien líricos. En el baño de su casa guarda trofeos, pequeñas alhajas sin valor, pertenecientes a sus víctimas.
Jong-su comienza a perseguir a Ben luego de un audio inquietante por el celular. Hilvana su historia (el muchacho quiere ser escritor) y la metáfora va tomando cuerpo de forma descarnada. Ben le ha dejado pistas, hay resentimiento del muchacho pueblerino por el joven de riqueza no determinada, no sabe en qué trabaja. En Seúl existen estos nuevos ricos de fortunas de misterioso origen. Para ellos la vida es un juego, no sienten empatía, el capitalismo los ha vuelto unos psicópatas.
El triángulo amoroso también es irreal, Ben se ríe de Jong-su cuando confiesa que ama a Hae-mi. Para Ben, ella es un juguete y se divierte con sus tonterías. Las relaciones humanas entre estos personajes, el director las concibe y desarrolla a fuego lento.
Ben en el baño, guarda un cofre con maquillaje. Ha encontrado una nueva “muñequita” a la cual moldear. Es un Pigmaleón sádico que educa a sus conquistas de clase baja y cuando se aburre de ellas, a los dos meses les prende fuego.
La película nos muestra el infierno que vive la clase trabajadora, con sus empleos inútiles sin sentido. Suponen vidas desechables, sin interés, que son explotadas por la clase alta.
Las cintas de suspenso suelen mantener un ritmo de tensión, más cuando se acerca el final. Esa vertiginosidad ha sido atenuada al máximo en esta cinta de Lee Chang-Dong. Sólo en el último cuarto de hora comienzan a asomar las piezas del puzle, para terminar con un final violento.
Jong-su es de origen humilde y no está invitado a los juegos de los ricos. Sin embargo, él se rebela y decide apuñalar al asesino de su amada. Utiliza su mismo método: deposita el cuerpo de Ben al interior de su propio Porsche y le prende fuego con el encendedor. Se quita la ropa y huye desnudo al volante de su camión desvencijado. Si antes sentía, ahora comparte el juego del psicópata original. La envidia siempre fue el motor; la venganza es la movida final que pone fin al juego.
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Aníbal Ricci Anduaga (Santiago, 1968) ha publicado las novelas Fear, El rincón más lejano, Tan lejos. Tan cerca, El pasado nunca termina de ocurrir; y de las novelas breves Siempre me roban el reloj, El martirio de los días y las noches, Sin besos en la boca (cuentos), Meditaciones de los jueves (cuentos y ensayos), Reflexiones de la imagen (cine).
Tráiler:
Imagen destacada: Burning (2018), del realizador surcoreano Chang-dong Lee.