El director inglés Martin McDonagh (a quien le debemos la tragicómica “Escondidos en Brujas”, de 2008), postula a siete premios de la Academia (mejor película, guión y montaje, entre otros) con este largometraje de ficción, un verdadero y fascinante thriller policial, ambientado en una perdida localidad rural del Estado de Missouri (medio oeste de la Unión), y basado en una historia de su misma autoría. Protagonizada por Frances McDormand, Woody Harrelson y Sam Rockwell, su importe artístico y fílmico concierne a una de esas grandes obras que perduran en la memoria del público y del comentario especializado durante un buen tiempo.
Por Enrique Morales Lastra
Publicado el 30.1.2018
“En ocasiones me pregunto cómo será la intimidad de estos enamorados que tantas veces se miraron creyéndose criminales y que nunca dejaron de quererse”.
Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares, en Los que aman, odian
La presencia inexorable de la muerte, invisible, cruda y pertinaz en la tranquilidad de los campos mediterráneos de Ebbing, Missouri (centro oeste de los Estados Unidos), recorren cada minuto de esta cinta brillante en su dramatismo, y la cual ha sido grabada y compuesta hasta en sus más mínimos detalles, por el realizador británico Martin McDonagh (Londres, 1970). Ya en su inicio, sin ir demasiado lejos, la banda sonora o soundtrack (la voz de un cántico lírico religioso, de aroma operático) inserta a los espectadores en el prendamiento estético y en una sensibilidad que hace pensar en el perdón, la comprensión y hasta en la misericordia. Y por supuesto, que propicia reflexionar también, en el acto fundamental de respirar mecánicamente y de dejar (sin motivos lógicos) de hacerlo.
Un conjunto de coordenadas artísticas, de hecho, unen a “Tres anuncios por un crimen” (“Three Billboards Outside Ebbing, Missouri”, 2017) con “Manchester by the Sea” (2016), de Kenneth Lonergan, además de la participación en ambos elencos del joven actor Lucas Hedges: el trecho existencial que acontece luego de un despojo y de unas tristezas irremediables, bajo el imperativo de tener que seguir viviendo, luchando, pese al dolor y al derrumbe que pudieron haber generado en un grupo familiar, tal situación, en el contexto escénico de la provincia estadounidense tranquila y apacible, donde al parecer poco o nada sucede, pero cuando pasa…
Esa poética cinematográfica de la ruralidad norteamericana sacudida por la violencia intempestiva y criminal, casi bestial (asesinatos sangrientos y violaciones demenciales que incluyen la quema del cuerpo de la víctima, después de su humillación sexual), de alguna manera reproducen en un hecho concreto y singular las tensiones raciales, sociales y políticas, que fluyen iracundas en su presencia, a través de las entrañas de la Norteamérica profunda y en apariencia blindada del peligro por la pretendida seguridad y aislamiento, que le proveerían las grandes ciudades costeras tanto del Pacífico como del Atlántico, poderosos y cultos.
Un hecho delictual, grave, delirante, sin resolver, y “Tres anuncios por un crimen”, siguiendo su adscripción a ese estética fílmica que hemos señalado (la propia de la provincia estadounidense trizada por la acción patibularia y anónima), une su camino creativo al de otras cintas hermanas: con la “Twin Peaks: Fire Walk with Me” (1992), de David Lynch, por ejemplo, y con la reciente “It” (2017), de Andy Muschietti.
La fingida calma que ocultan la perversión, y las pulsiones depredadoras del resentimiento homicida y gratuito, causados por la postergación y un cierto vacío que se desprende para sus habitantes desde una sociedad que tendría sus necesidades materiales elementales cubiertas y resueltas, descubren en paños menores la animalidad y el factor irracional –tan sólo sujetados momentáneamente por la modernidad técnica y financiera-, de las tierras de campo norteamericano, retratados aquí por una cámara incapaz de negarse a exhibir la belleza natural de esos parajes agrestes, y tampoco de registrar el silencio de la muerte, el motivo central de la trama de esta cinta.
El libreto y el montaje (ambos postulan al Oscar), junto al nivel actoral del elenco, atañen a los factores artísticos determinantes en la concepción audiovisual de la obra. De hecho, la explicación de los acontecimientos anteriores a los que se refiere centralmente el argumento, el asesinato de la muchacha que es hija del personaje interpretado por Frances McDormand (y quien como víctima sólo aparece en escena durante una breve secuencia del largometraje), expresan la precisión de un guión ampliamente estructurado por sus necesidades literarias, y en estrecha relación con los requerimientos simbólicos y narrativos de esa cámara medida, empero transparente y clara, frente a la cimentación de su particular realidad diegética.
Las actuaciones estelares, asimismo, proporcionan y entregan el peso dramático para que esta historia rebosante de sensibilidad y de profundidad argumental, responda a los propósitos y a las convicciones estéticas del realizador. Woody Harrelson como ese jefe de policía (de nombre Willoughby), incapaz de conjugar el acertijo judicial y detectivesco que le plantean y ocasionaran la cruenta muerte de Angela Hayes, también él víctima, al unísono, de los impensados desaciertos del azar y de la biología, en una situación vivencial donde su talento compone una magnífica versión de un oficial atormentado por ambos dolores, pero empático a causa de esa mortal humanización, ante las desventuras y las tragedias del resto. Así, el actor estadounidense compite por la estatuilla destinada al mejor actor protagónico.
El otro gran rol es el que aborda la ya señalada Frances McDormand (Mildred): su mejor registro es el de esta mujer ruda, casi cincuentona, abandonada por su marido, quien en una sola noche observa desplomarse, con la visita imperiosa del crimen a su intimidad, y a raíz de su propia ira, el débil equilibrio mental y afectivo que la sostenían. Golpeada y a la ofensiva ella misma, una soldado incapaz de dejarse vencer y de ser doblegada por la adversidad, compone una mirada adusta y combativa de la femeneidad, que aún reserva momentos de inconsolable y manifiesta ternura, todavía en un interrogatorio o mientras comparece ante el poder de la autoridad y frente a las caras de sus abiertos detractores. También disputa el Oscar para la mejor interpretación principal, destinada a las actrices.
“Tres anuncios por un crimen” se encuentra definida audiovisualmente por la riqueza dramática de sus caracteres interpretativos. Sam Rockwell (Dixon), igualmente, corre para llevarse el galardón reservado al actor masculino de reparto más connotado de la temporada. La edificación psicológica de su rol destaca el rostro de ese ciudadano blanco promedio, perteneciente a la clase media baja del interior de los Estados Unidos, que debe hacerse cargo de su subsistencia y de las cargas inmensas de su familia, posponiendo sus intereses y expectativas personales hasta nuevo aviso.
Y en ese incendio de pasiones, que la cámara recoge discreta y sin tantos aspavientos, pero pulcra, medida en sus desplazamientos, y elegante en el manejo de la luz, en la totalidad de sus graduaciones (amaneceres, mediodía, tardes, crepúsculos y noches), el director Martin McDonagh firma una pieza coral, y de ingredientes argumentales que, debido a la categoría de su texto matriz (el guión) se añade y se compara con cualquier título literario dedicado a idénticos temas.
Hasta con citas apócrifas a William Shakespeare y a Oscar Wilde en sus diálogos, la presente obra muestra secuencias notables, apelando en varias oportunidades a la destreza del “fuera de campo”, de un sintético y contundente flashback, o de una simple conversación entre una madre cercana a la senilidad y al hijo abnegado que la cuida, o bien al encuadrar el intercambio de palabras entre dos enemigos apasionados, y ahora, por una casualidad misteriosa, probables aliados y hasta quizás próximamente cercanos, íntimos: la vida ensanchada por el foco de una cámara, en suma. Es que hacemos referencia a la mayor obra cinematográfica estrenada hasta el momento en Chile, en lo que va del año.
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