El narrador nacional celebra por partida doble en estos días: acaba de ser reelegido en la presidencia de Letras de Chile —institución cultural a la cual dirige desde 2014—, y hace sólo unas semanas relanzó, junto a la novísima Zuramerica Ediciones, su libro «Foto de portada y otros cuentos», un remozado texto de relatos publicado inicialmente durante 2003, justo en la mitad del autodenominado gobierno socialdemócrata del entonces primer mandatario, Ricardo Lagos.
Por Enrique Morales Lastra
Publicado el 23.5.2020
Como uno de los «25 secretos literarios de Latinoamérica» fue catalogado Diego Muñoz Valenzuela (Constitución, 1956) por los encargados de la Feria del Libro de Guadalajara (México), en 2011, en una lista que también incluía los nombres de Nona Fernández y del argentino Fabián Casas, entre otros.
Y después de leer algunos títulos de su amplia obra, uno puede decir lo mismo, pero especialmente luego de entrevistarlo, de conversar con él: ¿Es posible que un narrador de la potencia verbal y reflexiva del autor de Foto de portada y otros cuentos, y de una novela como Todo el amor en sus ojos, no tenga la nombradía que en su propio país se merece?
Publicado originalmente en 2003 por la mexicana Fondo de Cultura Económica (con el título de Déjalo ser), el conjunto de diez relatos —que se abre con la historia de «Foto de portada»—, acaba de ser puesto en circulación con este nuevo título, bajo el respaldo de Zuramerica Ediciones, una joven y ambiciosa casa impresora instalada en Lo Barnechea, y que fundada por el también narrador Rodrigo Barra Villalón, amenaza con transformarse en un catálogo exclusivo por su calidad, e integrador debido a lo atrevido de su propuesta en la distribución del mismo.
Definido a sí mismo como un escritor político y comprometido, el presidente titular de la Corporación Letras de Chile se entregó a un diálogo honesto y sincero con el Diario Cine y Literatura, instancia donde se refirió a su generación de pares creadores, la vapuleada y denominada de los 80, a su militancia ideológica (en el recientemente fundado Partido por la Dignidad), acerca de la estética del régimen militar que cruzó su vida, sobre la discutidas relaciones del organismo que dirige con la Sociedad de Escritores de Chile (Sech), y de la importancia del arte literario a fin de confrontar —junto a una ciudadanía crítica y reflexiva, a su entender— a las huestes neoliberales que se preparan, según él, a desconocer las consecuencias políticas del estallido social de octubre de 2019, y de esa forma proseguir con su imperio de la desigualdad.
«De lo que ocurra en los próximos años dependerá el destino de Chile. No podemos permitir que los poderosos jueguen la partida a su amaño», anuncia convincente, el reelecto conductor de Letras de Chile, una institución cultural que junto a la Sech, congrega la voz de casi el 80% de los artistas forjadores de la palabra en el país.
La falsa promesa neoliberal
—¿Por qué reeditar un libro, es cierto, con algunas variaciones, casi 20 años después? ¿Es la prolongación de un juicio histórico, que a través de un arte narrativo y de su estética, buscan revalorizar la lucha política de una generación —la tuya— cuyo estallido social fue reiteradamente sofocado por la dictadura de Augusto Pinochet?
—En Chile y en cualquier parte del mundo ha llegado a convertirse en una gran hazaña publicar un libro de cuentos, porque es un género que ha perdido peso en el mercado editorial desde los 70, en especial frente a la novela, emblema del mercado editorial. Los best sellers suelen ser novelas. Es raro que un volumen de cuentos alcance un nivel de difusión aceptable, aun cuando se trata de un género difícil, desafiante y maravilloso. Cada vez que escribes un cuento nuevo, partes de cero. La historia previa no es garantía de nada: vuelves a jugártela y el currículo se va al tacho de la basura. Hay que lograrlo en una extensión reducida, sin disgresiones, raptar al lector y subirlo a tu montaña rusa, convencerlo, seducirlo y, al final, golpearlo, ganar por knock out.
Dicho esto, reeditar un volumen de cuentos sería, a escala, una hazaña de nivel superior, un mérito de Foto de portada, del cual me enorgullezco. Que un editor nuevo como Zuramerica se haya convencido de la conveniencia de publicarlo en estos duros y paralizantes momentos de crisis y pandemia, es más bien una locura. Hasta aquí, se han editado otros libros de cuentos míos fuera de Chile (Croacia, Argentina, Italia, Perú), pero esta es la primera reedición en Chile, aunque ahora hayan cambiado el título (Déjalo ser se tituló en la edición del Fondo de Cultura Económica en 2003), el orden de los cuentos y depurado algunos detalles.
En estos momentos complejos de incertidumbre, aislamiento, carencias de todo orden, miedo a la pandemia y las ulteriores consecuencias de ella, es cuando más importante resulta leer para todo el mundo. Mantenerse activo intelectualmente requiere diversos tipos de lectura, en especial de textos pertinentes a la coyuntura. Este es un especial mérito del desafío planteado por Zuramerica: cuando la cuarentena se ha ampliado a una gran parte de las personas y la mayor parte de las librerías están cerradas, surge una opción para que Foto de portada, llegue hasta la casa del lector y supere todos los obstáculos del confinamiento.
Foto de portada, vuelto a publicar en 2020; hay una explicación para este hecho. Este conjunto de cuentos —cuyas tramas recorren los años de dictadura y la transición a la democracia durante los 90— refleja la historia reciente de Chile. El horror de la violencia de Estado, las cárceles secretas, los servicios de inteligencia, la constitución del 80 y la instalación del neoliberalismo, la entrega de las empresas del Estado a precio de huevo. Después, la desmovilización de los ciudadanos, la exacerbación del individualismo, el imperio del mercado feroz, la falsa promesa neoliberal de producir riqueza para todos, el delirio de convertir a Chile en el jaguar de Latinoamérica, la privatización de todo, la jibarización del Estado, el manejo de los medios de comunicación.
Toda esta variada secuencia está reflejada en las historias de Foto de portada, algunas políticas y bastante colindantes con la realidad; otras irónicas, mordaces, humanas, hasta fantásticas. Rondan el amor, ya sea por la pareja, el dinero, los ideales, la familia, la justicia; la humanidad en despliegue total y diverso. La lectura de este libro, escrito treinta años antes, contiene una predicción de lo que iba a ocurrir en octubre de 2019: el estallido social, tanto así que en los cuentos aparecen frases relacionadas con sus consignas fundamentales. Eso demuestra que la crisis era predictible y que sus fundamentos eran evidentes, aunque se mantuvieran ocultos.
Y aquella democracia que como generación soñamos mientras luchábamos contra la tiranía, fue traicionada, manipulada y deformada para construir una sociedad desigual, de indignos contrastes y sueños burdos y falaces.
—¿Te consideras un escritor político? Te lo pregunto por tu activa militancia en el recientemente fundado (y mediático) Partido por la Dignidad.
—La política debiera formar parte de la vida cotidiana de cualquier persona. Eso ha sido olvidado en nuestra feble, frágil democracia. Al endosar el monopolio de las tareas políticas a un grupo especializado, cometimos (o dejamos cometer) un grave error. Así se creó aquella criatura monstruosa que llamamos “clase política”, un grupo de predilectos, endogámico, que se reproduce entre los privilegiados de la sociedad. Dirigen negocios, sirven a sus propios intereses o a los grandes propietarios nacionales o extranjeros, acuden al congreso para redactar leyes a medida, reproducen las condiciones socioeconómicas para mantener sus prerrogativas.
Los ciudadanos, hombres y mujeres, activos, participantes, creativos, debieran ser los protagonistas del accionar político, no un grupúsculo cruzado por sólidos intereses que trascienden sus presuntas diferencias ideológicas. Esa es la razón de que la “política” está desprestigiada. Y esta situación representa un grave peligro, porque también se puede hacer buena política: limpia, proba, transparente, pensando en las grandes mayorías y en especial en los más pobres. Esta “mala política” se debe a la instalación del neoliberalismo que todo lo corrompe para obtener más ganancias.
¿Cómo ser indiferente ante esta lamentable, terrible realidad? Si eso significa ser político, entonces asumo con orgullo esa denominación. Ser escritor es una condición específica, igual que cualquier otro oficio: carpintero, doctora, obrero, empleada, técnica, pensionado. Todos nosotros, sin distinción, debemos ser políticos: pensar el futuro, proponer e impulsar cambios, asignar recursos, deliberar para crear una nueva constitución. No podemos dejar la iniciativa a las minorías de privilegiados ni a los “especialistas”. Así arribamos al actual estado de cosas.
Por eso resulta necesario levantar nuevos partidos políticos que conciban su quehacer para servir al país, no para obtener beneficios. El Partido por la Dignidad transmite ese mensaje desde su propio nombre. Hay que poner fin a una era donde el poder económico domina todas las esferas de la sociedad. Son los ciudadanos conscientes quienes deben señalar el rumbo a seguir y ser protagonistas de una nueva historia. Acaso decir e impulsar estos conceptos significa ser considerado un escritor político, me siento orgulloso de serlo.
—Acabas de vencer en la elección de nueva directiva de la Corporación Letras de Chile, una organización representativa del gremio de los escritores (as) del país, ¿cuál es tu misión al respecto?, ¿influir en las políticas culturales de un país en crisis sanitaria e institucional?
—Sí, es verdad, recibí junto a los demás directores un respaldo muy importante y creo que se debe al trabajo colectivo efectuado.
Letras de Chile tiene dos objetivos centrales: difundir la literatura nacional y extranjera y fomentar la lectura, por ende su misión es cultural. La cultura forma parte esencial del quehacer humano. Cambiar nuestro modelo de sociedad supone ciudadanos y ciudadanas activos y pensantes, y eso requiere formación, lectura, diálogo, escritura; es decir nuestros objetivos resultan esenciales para lograr transformaciones sustentables y duraderas. «Más libros, más libres». Las ideas resultan de la transmisión del conocimiento, de la reflexión y el diálogo, del fomento de las capacidades creativas. El manejo de un lenguaje amplio y rico permite el avance de las sociedades humanas.
Creo que como Letras de Chile debemos ser capaces de aportar al nacimiento de una nueva sociedad, donde la cultura y el libro estén al centro para proveer la luz del saber y la creación. Para ello ciertamente será preciso formular nuevas políticas sociales que permitan llevar adelante un tránsito hacia un futuro digno y libre. Y saber colaborar con otras entidades públicas y privadas para conseguir un cambio real y positivo.
«Chile es un país muy enfermo mentalmente»
—En tus cuentos las enfermedades mentales se despliegan al unísono de una tensión creativa, ¿corresponde ese diagnóstico a la rabia acumulada de una ciudadanía frustrada y a la par violentada en su vida cotidiana? ¿Cómo explicas la presencia de ese rasgo temático, distintivo y rastreable en la gran mayoría de tus páginas?
—Se ha planteado que Chile es un país muy enfermo mentalmente, con altísimas tasas de depresión, ansiedad y toda clase de patologías que provienen de la ultracompetencia, el deseo enfermizo por poseer o consumir, la ansiedad por estar “felices” o triunfar, la idolatración del individualismo. Estas situaciones se manifiestan en los cuentos de Foto de portada, y se agregan otras, como las consecuencias de la tortura y la persecución, la eterna postergación del castigo a los culpables de crímenes de Estado, el estrés causado por la sobrevivencia en un modelo que profundiza las brechas sociales, el insano afán por acumular riquezas.
Desde mi punto de vista, un escritor actúa como un sensor capaz de medir la temperatura y la presión de la sociedad humana: advertir sus brechas, revelar las injusticias sobre las cuales se edifica, detectar las tensiones que se acumulan para causar estallidos como el que vivimos en octubre de 2019.
Me hice escritor en plena dictadura y he compartido mi experiencia de ese mundo en mis cuentos y novelas; lo he hecho sin necesidad de proponérmelo. Es consecuencia de una visión humanista y de la sensibilidad que se forjó gracias a mis padres, mis maestros y amistades, y mis lecturas. Aunque me tratara de engañar a mí mismo, sé que acabaría por escribir parábolas sobre mis dolores e intuiciones sobre lo que acontece en mi país.
—Como presidente de Letras de Chile, ¿qué juicio tienes del rol paralelo ejercido por la Sech (Sociedad de Escritores de Chile)?, ¿crees que como corporación se encuentran a la sombra del peso simbólico y a la trayectoria histórica de ésta?
—Letras de Chile y la Sech actúan en campos muy distintos donde operan los mismos actores. Ambas instituciones no compiten por una primacía, y si alguien lo ve así, se equivoca. Son quehaceres diferentes. No advierto una rivalidad, sino más bien una creciente posibilidad de complementación y colaboración, donde cada cual aporta su específicidad. No son instituciones equivalentes, tienen diferencias significativas y profundas.
No obstante, creo que Letras de Chile nació en 1999 porque la Sech no cubría ciertas necesidades derivadas de la creciente complejidad de Chile y el mundo entero: aquellas que tienen que ver más específicamente con el fomento del libro y la lectura. También la necesidad de aplicar iniciativas, estilos, mecanismos, procedimientos, organización, formas de trabajo muy disímiles.
Letras de Chile está integrada por una mayoría de autores de ficción, poetas y ensayistas, pero también académicos, editores, profesores, comunicadores, investigadores; estos rasgos le permiten actuar con efectividad en los mismos así como en otros campos. Basta examinar el quehacer de Letras de Chile en sus 20 años para percibir su identidad en evolución: encuentros y congresos literarios nacionales e internacionales, ciclos de lectura, mediación lectora en colegios, portal literario, patrimonio digital y audiovisual, formación de escritores, difusión literaria.
Con los hermanos de la Sech
—Muchos piensan que dada tu cercanía ideológica con Roberto Rivera Vicencio, el actual presidente de la Sech, la natural rivalidad de ésta con Letras de Chile, tendería a suavizarse. ¿Actuarán como un todo organizado a fin de representar las aspiraciones de los literatos de Chile, ante las dependencias a cargo de la administración cultural del «Estado piñerista y evopoliano»?
—Es una curiosa y fortuita coincidencia que en este momento ambas instituciones estén presididas por militantes del Partido por la Dignidad. De seguro esta condición estimulará acciones dentro del sector cultural que permitirán avanzar en un sentido de progreso.
Tampoco antes ha habido una competencia entre Letras de Chile y la Sech, aun cuando es posible que alguien pudiera verlo así desde un punto de vista limitado y burdo. Más bien hay una complementariedad potencial que está comenzando a evidenciarse.
La vastedad de la tarea de transformar la sociedad chilena y lograr que la cultura -en particular el libro- sea a la vez motor y objetivo, es razón vigorosa para marchar juntos, así como con otras entidades, en amplitud de colaboración y de esfuerzos.
—¿A qué escritores chilenos de tu generación admiras y lees con devoción?
—Por suerte, a muchos. El valor de la literatura está en la diversidad y la amplitud. Considero un simplismo brutal andar a la caza de quién es el mejor, cuál es la novela más importante del periodo, o cuál es el cuentista de superior factura. Esta clase de concepto estimula la competencia y el individualismo, divisas del neoliberalismo, donde el arte se convierte en mera mercancía.
Nombro a algunas y algunos de mis colegas de generación. Sonia González Valdenegro, cuentista de una fina y elevada producción, autora de una reciente novela excepcional con la cual me divertí muchísimo: La línea del día. Juan Mihovilovich, narrador profundo que nos sabe revelar de forma simultánea la complejidad y la simpleza de la humanidad. Ana María del Río, aguda, irónica, redescubridora de la feminidad, maestra del lenguaje. Ramón Díaz Eterovic, con su ácida crítica mirada de nuestra realidad contenida en la vital saga del detective Heredia. Lilian Elphick desde su bella construcción de lenguaje recorriendo el territorio del cuento y la minificción. Carlos Iturra, un cuentista osado y versátil, autor de fantasías y realidades notables. Pía Barros con su temprano feminismo y vocación e incursión recurrente en el microrrelato. Podría seguir un buen rato, porque el panorama de la narrativa de mi grupo generacional es amplio y potente.
—El tópico de la esperanza traspasa a tus relatos, ¿ese sentimiento fue el que te impulsó a rescatar estos cuentos contextualizados principalmente en la década de 1980, cuando el país parecía cambiar en su rumbo político y se dirigía a una recuperación plena, se pensaba en ese entonces, de sus instituciones públicas y de la democracia popular?
—La esperanza es un rasgo esencial de la humanidad. Yo no escribiría sino experimentara una insatisfacción tremenda con la sociedad en la cual vivo: un vacío en el estómago, amargura en la garganta, ebullición en el pensamiento. Escribo porque sigo ese impulso, porque no puedo evitarlo. Y no lo haría si no fuera porque, muy en el fondo quizás, tengo esperanzas. ¿Cómo vivir sin soñar un mundo mejor? No lo podría concebir.
De esa manera la esperanza siempre aflora en el mundo de mis relatos, aun cuando no abunden —como tampoco en nuestro mundo real— los finales perfectos y felices. En el espacio reducido de su trama, dentro de las posibilidades de los personajes y las situaciones que viven, en el subterráneo de las historias (aquello que el lector deduce por cuenta propia cuando lee), surge la esperanza, protagonista a veces poco visible, aunque presente, en Foto de portada.
La ciudadanía militante de un artista
—¿Cuál es el rol público de un escritor chileno conocido como tú en esta coyuntura crucial e histórica para la República, ad portas de un plebiscito que realmente puede transformar al país dentro de un futuro cercano?
—Tal como dices, vivimos una coyuntura histórica trascendental y cualquier ciudadano —es decir nosotras y nosotros, todos— debe aportar lo suyo, informarse y generar opinión propia y contrastarla con todas las personas dentro de su entorno. Sin participación amplia no habrá soluciones efectivas.
Un escritor debe opinar como ciudadano, en especial desde la propia capacidad de escribir artículos o columnas que aborden las problemáticas sociales, económicas y culturales. Por su posición, un escritor, si es autónomo, tiende a actuar como un outsider, sin limitaciones debidas a compromisos con grupos de poder.
La gran dificultad para enfrentar hoy reside en la concentración de la propiedad de los medios de comunicación, que están en manos de los mismos propietarios de las grandes empresas. Es decir, no hay grandes medios de comunicación autónomos del poder económico, y la libertad de expresión se encuentra constreñida gravemente. Si bien hay algunos medios de comunicación independientes, no hay espacio para todos quienes pueden reflexionar sobre la situación actual. La televisión es un chiste: los panelistas de cualquier programa se escogen de una lista corta de personajes bien escogidos por su condición de aceptables e inocuos.
Además de estos contados y osados medios independientes, están las redes sociales y allí siempre es posible generar diálogos e intercambio de ideas. En columnas recientes publicadas en esos medios y reproducidas en redes sociales («El momento de la creatividad» y «El poder de los inútiles») me he referido a la imperiosa necesidad de que los profesionales, intelectuales y artistas se refieran a la coyuntura.
Y ahora que la derecha dura prepara sus cañones para saltarse el itinerario constitucional acordado, bajo el pretexto de la pandemia y la crisis económica derivada de ella, y ojalá imponer una versión apenas remozada del engendro de la dictadura que es la Constitución del 80, para concentrar las energías en la “recuperación” del país. Esta es la visión que pretende imponer la derecha canónica, junto a otras transformaciones que apuntan a fortalecer el imperio del modelo neoliberal.
En consecuencia, siento que, al igual que mis colegas autores, tenemos el deber moral de aportar a la única salida viable y digna: crear una Nueva Constitución, auténticamente democrática, mediante el mecanismo de una Asamblea Constituyente.
—En tus narraciones se observan innumerables influencias creativas, pero no puedo dejar de mencionar a las del mejor Poli Délano y las del primer Antonio Skármeta, ¿compartes esa apreciación artística?
—Las influencias de cualquier escritor son múltiples y difíciles de rastrear por esa misma condición. Borges plantea en su obra total que en realidad existe un solo libro infinito, del cual los autores escribimos unos párrafos. La literatura la veo como un colosal continuum donde pasado, presente y futuro están mutuamente influidos y determinados de una forma compleja y múltiple.
En el caso los escritores pertenecientes a la generación de los Novísimos, que es la anterior a la nuestra, la del 80, hay también un rango muy extenso de autores de gran valor que desde los 60 realizaron su trabajo creativo y ejercieron su influencia, entre ellos Poli Délano y Antonio Skármeta, con quienes me siento emparentado de manera indisoluble. También quisiera mencionar a otros autores como Carlos Olivárez, un estilista eficaz y único; Héctor Pinochet Ciudad, extraordinario cultor del género fantástico, Fernando Jerez, notable, renovador y original novelista, Ramiro Rivas, cuentista por excelencia; Cristián Huneeus, Mauricio Wacquez, me faltan muchos… Es indudable que los Novísimos proveyeron un contexto relevante para nosotros, los del 80: la preocupación por los temas sociales, la irrupción del lenguaje cotidiano, la música popular, el rescate del humor.
No obstante, nuestra generación se formó en la ausencia de estos naturales y posibles maestros de escritura, porque estaban exiliados, dentro o fuera del país. Por esta razón, que no es ni buena ni mala en sí, fuimos más bien “huérfanos”, ajenos a tutelajes, omnívoros en las lecturas, atentos a cualquier posibilidad. Nos nutrimos de autores latinoamericanos como los del boom (Rulfo, Cortázar, Borges, Vargas Llosa, García Márquez) y otros coetáneos, de la exquisita literatura norteamericana (seguramente la más importante del siglo XX), de la renovación marcada por los europeos, de la emergente producción de autores asiáticos. Todas estas fuentes sirvieron para nutrir al crisol de nuestra generación, haciéndola más diversa y produciendo la base de renovaciones importantes, como el desarrollo de la literatura fantástica, el neopolicial o novela negra y el microrrelato.
—Como autor de una generación de escritores que abren la tradición literaria de Chile en este siglo XXI (y que cerró la del XX), ¿qué significados históricos, tienen para ti, los acontecimientos que sacuden a la República desde el 18 de octubre de 2019?
—El estallido social de octubre de 2019 es el resultado de un proceso gatopardesco, o sea, un cambio que al fin no fue tal. El término de la dictadura que instaló el nefasto neoliberalismo en Chile dio paso a una transición a la democracia feble, vulnerable y elitista que ejerció justicia “en la medida de lo posible” en materia de derechos humanos, y que fue continuista de las políticas económicas. Esto devino en el crecimiento económico de Chile sobre la base de un modelo extractivista, no sustentable, y extremadamente injusto pues profundizó brechas asfixiantes e indignas, concentrando la propiedad de la riqueza y dando trato indigno a la mayor parte de la población. Como resultado de esos 30 años, la vivienda, la educación, la salud y la previsión se convirtieron en “productos“, artículos a la venta, no bienes sociales. La estratificación social está diseñada para perpetuarse o acentuarse, con bajísima movilidad social.
En suma, son 50 años de abusos, injusticias, limitaciones a la libertad, indignidad para las grandes mayorías. Si lo que pretende el gobierno actual es hacer caso omiso de las demandas sociales ya sea sobre la base de estrategias represivas, basadas en el manejo falaz de la información, el discurso de la focalización en la recuperación económica, cometerá un severo error de juicio que le costará pasar a ostentar el detestable récord del peor gobierno de nuestra república.
De otra parte, como ciudadanos tenemos el imperativo de organizarnos y actuar en conjunto para impedir un nuevo retroceso o la pérdida de lo ganado en la lucha con tanto esfuerzo, sufrimiento, dolor y hasta vidas.
De lo que ocurra en los próximos años dependerá el destino de Chile. No podemos permitir que los poderosos jueguen la partida a su amaño. Para contribuir a ese proceso creo que ha renacido Foto de portada.
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Crédito de la imagen destacada: María Eugenia Lagunas.