El largometraje documental, de 90 minutos de duración, realizado en conjunto por los directores Rick Barnes, Jon Nguyen y Olivia Neergaard-Holm aborda la vida de Lynch, en retrospectiva, a través de su propia voz. Una locución profunda, lenta, íntima, algo enigmática, como si el ejercicio del habla, sea al mismo tiempo un ejercicio artístico de desciframiento. No menos sesudo, casi como si se tratara de una película, una pintura, una escultura o de una instalación.
Por Francisco Marín-Naritelli
Publicado el 8.2.2018
“Mi miedo es mi sustancia, y probablemente lo mejor de mí mismo”.
Franz Kafka
¿Cuántas caras puede tener un director de cine? ¿Qué sabemos de su infancia o adolescencia? ¿Dónde proviene esa fuerza visual, esa plástica, esa inventiva surrealista? ¿Quién es? ¿Cómo es? David Lynch, el genio detrás de Eraserhead, The Elephant Man, Blue Velvet o Twin Peaks, de pronto aparece, ya con hartos años encima, jugando con su nieta, trabajando en una nueva obra.
El documental, de 90 minutos de duración, realizado en conjunto por los directores Rick Barnes, Jon Nguyen y Olivia Neergaard-Holm aborda la vida de Lynch, en retrospectiva, a través de su propia voz. Una voz profunda, lenta, íntima, algo enigmática, como si el ejercicio del habla, sea al mismo tiempo un ejercicio artístico de desciframiento. No menos sesudo, casi como si se tratara de una película, una pintura, una escultura o una instalación.
Introspectivo y parco, con el talante encorvado de un hombre que ya ha entrado en la tercera edad, pareciera contradecir, al menos empañar, el tamaño, fuerza y alcance de sus obras. Pero no es así. Detrás del hombre público, del artista multifacético, detrás de cada una de sus creaciones, hay un hombre que, pese a las múltiples dificultades, la oposición familiar, la falta de dinero, logró ser el notable cineasta independiente que hoy conocemos. Sabemos, por ejemplo, que la madre de Lynch, cuando este era solo un niño, se negaba a comprarle cuadernos para colorear. O que el padre, en una visita a su residencia en Filadelfia, pensó que el autor de Lost Highway tenía problemas psiquiátricos y que lo que hacía en el sótano debía ser, con seguridad, algún acto demoníaco. Esto por coleccionar ratones muertos o frutas en diferentes estados de putrefacción.
Para crear hay que experimentar.
“Un accidente, la destrucción de algo, puede llevar a algo bueno”.
“Actuar, pensar y hablar”. Lynch se repite.
«David Lynch: The Art Life” (2016), galardonado como mejor documental en dirección de arte y fotografía en el Master of Art Film Festival 2017, da en el clavo. Nos revela, al menos en parte, ese mundo interno, ese sagrado espacio privado que permite a David Lynch ser David Lynch.
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