Si en Raúl Zurita y en Carmen Berenguer —autora candidata al Premio Nacional de Literatura 2020—, este problema artístico, el de la no alimentación «forzada», surge al enfatizar su símbolo frente al cuerpo, y en el contexto de un sistema capitalista, neoliberal, en la producción del pintor y poeta surrealista, en cambio (y aunque a través de una línea estética semejante), se exploran los confines del absurdo, y su metástasis creativa al interior del inconsciente.
Por Nicolás López-Pérez
Publicado el 11.6.2020
I. Ejercicios matutinos. Número uno. Pienso en una forma para comenzar la escritura provocada por la palabra «hambre». Muchas cosas están pasando por mi cabeza, veo una serie de Aldo Alcota (Santiago de Chile, 1976) que trabaja el hambre, de la que tengo un trozo en casa. Soy bien homo digitalis, quiero buscarlo todo. Voy al buscador, a estas alturas monopólico de este lado del mundo, pongo dos palabras en la barra de búsqueda. Hambre y poesía. Sugerencias del motor de búsqueda: «poema murió de hambre»; «poesía el hambre no tiene rostro», «poema hambre la madre tenía», «miguel hernández poemas», «la máscara del hambre análisis». No presioné ENTER. Repienso las sugerencias. Quito «poesía» de la barra. Solo queda «hambre». Las sugerencias, entre otras, «causas del hambre», «qué genera el hambre», «por qué hay hambre en el mundo», «cómo se pronuncia hambre». Preguntas, puertas que se abren de par en par.
II. Ejercicios matutinos. Número dos. Comer. Preparar desayuno. Pensar en el hambre, a lo lejos. Mientras como, no diré qué ni cuánto. El hambre como la carencia de comida, ¿y el día en que me falte la mesa? Si acudo a la pregunta “qué genera el hambre”, tengo que pensar en causas y también en consecuencias. De la carencia de comida a la locura por el crujir del estómago. Mezclo todo lo que vi y vienen las palabras.
III. ¿Dónde el hambre? ¿En el principio, en el final? ¿Aquí, allá? Es de esas cosas que nos vuelven frágiles. Susceptibles del vaivén entre humanidad e inhumanidad. En la posibilidad de acercarnos en un lento y doloroso tránsito hasta marchitar. El rostro del hambre, el corazón de humanidad. Si cambiamos la a de la palabra por una o, nos resulta “hombre”. Y hambre también es anagrama de hembra. Nos pone en evidencia de un juego que no es el ser humano, el hambre puede afectar a cualquier especie. A cualquier género.
IV. ¿Cuántas veces has o hemos escuchado “yo sí sé lo que es pasar hambre”? Al menos yo, muchas. No me dejo abatir por la emoción con que vienen esas palabras. La última vez que me conmoví de sobremanera fue oyendo a un amigo muy querido que le habían negado —por razones injustas— un trabajo. Él decía, entre lágrimas y dolor: “lo necesito para comer, para comer”. Las marcas del hambre. Heridas, cicatrices, por donde respira ese estado de lento deterioro en un mundo que, por pasar hambre, te detesta. El hambre es una costra que no se funde en la piel del alma. No me dejo abatir, imagino una rearticulación de la experiencia ajena o, en algún instante —tal vez efímero—, propia, que no tiene palabras. Las palabras van para inducir, al otro lado, un pensamiento. Y desde el pensamiento, esa triple alianza verbal que Antonio Gramsci proclamó en L’Ordine Nuovo, el 1° de mayo de 1919: “instruir, conmover y organizar”, y que nos pone en movimiento con otros. Verbos que sin una generación de consciencia son un arma de doble filo.
V. El hambre puede tener miles de poemas, pero ninguno es comida para saciarla. El poema acaba donde empieza el hambre. Los mensajes, por ejemplo, de Carmen Berenguer en Bobby Sands desfallece en el muro (1983) y de Raúl Zurita con sus potentes “Verás el hambre” (en “Diálogo con Chile”) o “Mi dios es hambre” (en la escritura en el cielo sobre Nueva York). En la obra de Berenguer se escribe: “Es el hambre de las calles / el absoluto rigor del hambre”. Lo relevante de estos mensajes no está en su contenido mismo, sino en el modo de presentación. Berenguer disloca el orden de las palabras en la página donde se inscribe esa cita y “hambre” se come la página en todas las direcciones. Una situación que no acaba por más que se la describa. Es el cuerpo el que va escribiendo, desfalleciendo. No así en Zurita, donde la majestuosidad del soporte donde inscribe su escritura prevalece. Un acto efímero en el cielo, un lugar donde la censura no llegó en la oportunidad. Dejar el mensaje y que eso se transforme, que salga de la página y empujarnos a llegar a ese otro lugar donde van las palabras o su razón.
VI. Quiero avanzar en dirección hacia la obra de Aldo Alcota, quien lleva más de tres lustros gusaneando en los intentos de conectar sueños y arquetipos con los espacios donde falla la realidad y nos arroja al delirio, del que solo podemos escapar tajeando el arte o la literatura o nuestros ojos que pueden besar y tocar el mundo.
En varias oportunidades, Alcota ha trabajado el tópico del hambre, en clave surrealista, patafísica, desarmando escenas y símbolos que se encuentran en las cosas que rodean al ruido que todo y nada come. En El hambre filo-sófico (2013), cuya presentación fue en el marco de la expo Entre tanto los ojos en el ala de un albatros, en Galería Imprevisual (Valencia, España) muestra un engendro cabeza de hueso sin brazos, donde el tenedor que atraviesa la figura puede ser o los brazos o una flecha que lo excede. El símbolo del tenedor o de la cuchara nos pone en la distancia de los términos hambre y comida.
En 2018, Alcota presentó Hambbre, serie que muestra figuras deformadas por la misma forma que el artista viene a darles, en una destrucción del individuo desde la locura y el hambre. Un individuo que traza su ser-ahí, su habitar, su estar, en relación a la comida como puente con los demás. Las figuras que ofrece el artista tienen un sentido y una dirección determinado por la ingesta, en tanto símbolo. El trabajo de Alcota juega con las imágenes que nos llevan al pensamiento indefectible de la comida como motor del movimiento y, es evidente, toda vez que comer es lo que mantiene las funciones corporales. De ahí que comer como experiencia se vuelve una forma de continuar en el mismo sistema, de continuar en la construcción y trabajo de una individualidad.
VII. Comer como experiencia y como metáfora. Alcota en el marco del Festival Intagrable, en octubre de 2019, realizó una performance que puede entenderse como una extensión de su serie Hambbre, de la que queda una semiótica de la renuncia. En la performance, el artista, como aparece en la foto, se tapa la cara con un mapa mudo de Sudamérica, donde funciona como achurada y destacada, la geografía —y soberanía— que dicen solo las leyes, corresponde a la República de Chile. Después del cuadro, Alcota se arrodilla ante una multitud para masticar un pan y escupir sus trozos sobre una base de cartón dorado. Los trozos que ha escupido van a una bolsa de monedas de un peso. Una vez más el choque de símbolos. Y de verbos que se conjugan en torno a una boca que esquiva meter los alimentos en el interior del cuerpo. No se come, no se traga, no hay digestión. Una renuncia a la comida, así como la renuncia que se produce en una huelga de hambre. En la comida y en el hambre, confluye una individualidad que se descascara o que va creciendo.
VIII. La performance sobre una obra traslada su materialidad a reconstituirse como proceso, de ahí que no sea el cuerpo en sí, sino los procesos que el cuerpo del artista intermedia para reconfigurar el hambre no solo como una renuncia, sino como la falta de alimento pueda significar el límite último por el cual el capitalismo mueve los cuerpos hacia una falta de dirección y un debilitamiento progresivo. Tal vez ahí aparece ese “absoluto rigor del hambre” que escribe Berenguer, como una forma culmine por la cual el capitalismo continúa aumentando sus fronteras sobre lo humano, sobre lo colectivo. El absoluto rigor del hambre como el hambre de cuerpos que tiene el capitalismo y, más allá, el fascismo. Sin un cuerpo no hay operación sobre lo social.
IX. Hic et nunc. Nos encontramos que la contingencia y las bombas de racimo que son las noticias en todos los flancos, conversaciones con amigos, televisión, redes sociales, son pequeños catalizadores de emociones, pensamientos y símbolos. Antes pensaba en el tenedor que presenta Alcota como algo que atraviesa al individuo o que le permite el movimiento, la posibilidad de asir el mundo. Hoy me parece que los símbolos se trasladan a espacios como la olla común, la caja de mercadería, el alza de los precios, las colas en los lugares donde uno se puede abastecer. El tenedor como señal de comida, que también se utiliza en las carreteras de Chile para indicar que en el próximo o subsiguiente asentamiento urbano hay lugares para comer. El tenedor como un lugar de la comida, que también se ubica en Hambbre, una previa al verbo comer que se ejecuta desde la promesa en que un individuo realizará la acción.
X. El sistema es indiferente ante la falta de sustento. Te deja morir. Te abandona como cuerpo y no. Te abandona, ofreciéndote la salida de la crisis. Te abandona, dejándote sufrir el hambre. No te abandona, usándote como cuerpo, como escudo y bandera de lucha. Te sacrifica. En esa lógica, el antropólogo René Girard trabajó el concepto de “chivo expiatorio”, de la mano con los fenómenos de persecución y la violencia colectiva. En el capitaloceno, el pobre y otros precarizados en el mismo cuerpo social sufren esa persecución. El hambre es un mecanismo de asimetría, con inicio y final. En el peor de los casos, la muerte. Y una fisura, ver a los demás muriendo de hambre.
XI. Alcota y el hambre también tuvieron una relación en la textura que ofrece el poema. En Guayacán (2013) confecciona una ficción de un Niño Perro abandonado a sus delirios famélicos. Por ejemplo, en este pasaje: “Niño Perro busca en los basurales restos de comida / Niño Perro tiene el brazo cubierto de hormigas / Se muerde el brazo / Las hormigas recorren sus dientes deformados por la leche de Perra / Perra Romana de siete tetas y tres ojos. Lo cría y lo baña en el charco / Niño Perro mastica cartones / Sus manos huelen a sangre de pescado.” Estoy pensando en un documental de la BBC que vi hace un tiempo, sobre niños de Kenia atrapados en el consumo de neoprén. En una parte testimonial, un chico decía, una inhalación del pegamento y te armas de valor para ir a buscar comida entre la basura, para ser capaz de tragar hasta lo más horrible. Con tal de comer. Y no morir.
XII. No hay poema que permita saciar el hambre, de golpe. No hay obra de arte que sea comestible para frenar el crujido estomacal. Desde ahí, se produce la conformación de un pensamiento, de una práctica que humaniza o de una humanización de una práctica. “El hambre es el primero de los conocimientos/ tener hambre es la primera cosa que se aprende”, escribe Miguel Hernández. Se aprende a tener hambre. No es que el poema aprenda a tener hambre o el o la poeta aprende a tener hambre. La escritura como aprendizaje del hambre. En la obra de Alcota sino otra manifestación del hambre como forma de perder la cabeza, de cómo la relación con la comida marca nuestras experiencias y por tanto, al revés también ocurre. Hoy parece ser mucho más relevante no lo que le dicen a uno, sino lo que le hacen. El hambre propia como una decisión ajena es decible hasta que el crujido del estómago es insoportable. En clave poética: “Verás el hambre, el hambre en las calles. Un dios de hambre”. No son sino señales de los sacrificios que el capitalismo y el fascismo hace con los cuerpos. Y cuando digo sacrificios, chivos expiatorios de una crisis que viene a ser solucionada por quienes permiten su ocurrencia. Crea crisis y sálvalos de la crisis, en la fórmula que emplea la soteriología economicista del neoliberalismo.
XIII. El hambre es una renuncia y una lucha contra el cuerpo mismo. El cuerpo envía señales y no le son acatadas. El hambre provocada por la escasez de recursos, el abandono del Estado o una decisión voluntaria es hambre. Desde donde ya vienen esos cuerpos que han sufrido o las imágenes lívidas que producen el crujido en el estómago y que movilizan. La performance de Alcota como una serie de procesos que viven los cuerpos en estado de hambre. El hambre proviene de más hambre y así sucesivamente. El deterioro biológico, el deterioro en tanto individuo, en deterioro en tanto animal social. De la renuncia al abandono, un paso. Quienes renuncian son los garantes del derecho a la alimentación (algo que está positivado en la constitución boliviana y colombiana, por ejemplo). Renuncian a su gente, les hacen renunciar a la comida, a la vida.
XIV. Las prácticas y acciones movilizadoras contra el hambre. Ahí se ve una contradicción entre el rol subsidiario del Estado y el mínimo de un Estado en el siglo XXI. Los privados o ciudadanos organizados en aras a la satisfacción del hambre. El campo semántico de las palabras caridad y solidaridad se confunde. El Estado genera expectativas y —como buenas expectativas— no derechos. La organización queda de cargo del cuidado de los que pueden, de los que alcanzan. Ya no basta con denunciar la mezquindad enhebrada de la política de problematizable representación. Más allá del derecho, la consciencia. En 1979 el Colectivo de Acciones de Arte (CADA) realizó la acción “Para no morir de hambre en el arte”, donde se le entregó una carga simbólica a la leche, trabajando a partir de secuencias, de una obra en progresión, los conceptos de blanco, carencia y hambre.
XV. Trabajar sobre el hambre, con materiales crudos, cocidos, podridos, exige una movilización de la inteligencia hacia otro lugar. Un lugar inaugurado por la obra de arte, por el poema. He visto que en Perú hay una suerte de tradición poética del hambre. Hace no mucho se presentó un dossier en Santiago, de la revista Unidiversidad, titulado “Una antología del hambre en la poesía peruana del siglo XX”. Poesía y hambre. El trabajo del hambre, por otro lado, en Zurita y Berenguer, se asoma enfatizando el símbolo del hambre frente al cuerpo en un sistema capitalista, neoliberal. Lo de Alcota, en la misma línea, explora los confines del absurdo, escudriñando en el inconsciente. Si el hambre fuese un circo donde la reacción sea el miedo y la sumisión, el triunfo no es del poema ni del arte.
XVI. El hambre como metáfora también funciona en otra dirección. Tal vez como un rudimento para generar variables de economía conductual o control. Dos ideas me dan vuelta en la cabeza. El hambre de poder versus el hambre de deseo, ¿en qué momento somos militantes de la causa del hambre, pero en el lado en que somos comida y comidos? El consumo puede operar como una gran paradoja. Las redes sociales nos deslizan, en su dimensión homogénea, el hambre de distinción, de información, de deseo. El hambre como el negativo del deseo, como el motor de una industria.
XVII. Hay una frontera, un final de camino, donde las palabras no alcanzan. El absoluto rigor. Insisto: no hay poema que quite el hambre; no hay poema que diga el hambre; no hay poema que contemple el hambre. El hambre es un reverso de la obra que desea un poema articulado contra la inanición. Una forma no de identificar y apuntar con el dedo al hambre, sino de generar una consciencia, de espantarnos el sistema nervioso antes de padecer, la ficción de padecer, la ficción de cuán lejos estamos mientras leemos un poema, donde una escena del hambre es borrada con la realidad misma. El crujido de las tripas, el rostro de un o una huelguista de hambre, el cese de las funciones encefalocraneanas por falta de alimento o una cámara que poco a poco muestra secuencias de personas padeciendo, en cuerpo y expresión, el hambre. Imágenes que no alcanzan, tampoco, a ser interpretadas. El hambre como el fin del poema, como un lugar que no puede tocar, como una trinchera desde donde salir a preguntarnos por el mundo en que estamos viviendo, el mundo que queremos, el que hacemos y el que soñamos.
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Nicolás López-Pérez (Rancagua, 1990) es poeta y abogado de la Universidad de Chile. Codirige la microeditorial & revista Litost, administra la mediateca de poesía “La comparecencia infinita” y sus últimas publicaciones son Coca-Cola Blues (Ciudad de México: Vuelva Pronto Ediciones, 2019) y Escombrario (Santiago: Contraeditorial Astronómica, 2019).
Crédito de la imagen destacada: Antay Ibarra.