Llama la atención la virulencia verbal con la cual los legítimos defensores de la figura del entrevistador cultural y profesor de castellano —el columnista más antiguo que en la actualidad tiene el Diario «El Mercurio», junto a Eugenio Tironi y a Carlos Peña—, despliegan con el propósito de denostar a quien se atreva a interpelar las actuaciones públicas del poeta dueño una obra artística de cuestionable calidad estética y creativa.
Por Edmundo Moure Rojas
Publicado el 19.6.2020
Mi “carta abierta” a Cristián Warnken —la más leída y comentada de mis crónicas— suscitó una bullada resonancia en los medios electrónicos —sobre todo—, agregándose a ellos nuestro inefable Decano de la prensa. He recibido más congratulaciones que críticas, más parabienes que denuestos, aunque algunos de estos últimos tienen carácter de ofensas e insultos burdos, como los que me inflige un joven escritor de la Fundación Neruda, Ernesto González Barnert.
Me refiero a él, porque otros intelectuales ligados a la institucionalidad nerudiana también se han alineado con Warnken, como si criticar al célebre entrevistador, porque se le premió, fuese casi un pecado nefando. Ellos parecen ser parte del virtual blindaje que le proveen, junto a El Mercurio, en una especie de santa alianza que, por supuesto, nada tiene de ideológica, si nos remontamos a los contenidos ruines que desde sus páginas se lanzaron en contra de nuestro poeta, agudizados en los días en que recibió el Nobel de Literatura (octubre de 1971, dos años antes de su muerte).
Detractores me señalan, además, no solo como parte de una conjura (en esto, los chilenos poseemos más imaginación que Lovecraft), sino cabecilla de un movimiento de carácter totalitario que busca terminar en Chile con la llamada “libertad de prensa”. Créeme, amiga lectora, amigo lector, que me siento anonadado con esta inmensa carga y responsabilidad pavorosa. Pudiera yo pasar a la historia, no en mérito a mis más de mil 200 crónicas y mis veintiocho libros publicados, sino por la condición de Atila del libre pensamiento. No es poco para una fama; quizá es mucho para la infamia —eso podría haberlo definido Jorge Luis Borges en su Historia universal de la infamia, que habrá que leer, en veinte o treinta años más, para observar sus adiciones.
Mi indignada crítica a Cristián Warnken, a través de la cual interpreto a miles de chilenos, como queda en evidencia (siento pudor por estos guarismos elevados que hieren mi modestia), estriba en dos hechos, tan desafortunados como conocidos: uno, la entrevista edulcorada y sensiblera a Jaime Mañalich, Ministro de Salud (debiera ser Salubridad) del nefasto gobierno de Sebastián Piñera. El doctor Mañalich es responsable directo, junto a su mandante y amigo íntimo, del desastre humano, social y sanitario que estamos viviendo desde hace 100 días.
Y la pregunta implícita: ¿Cómo puede un intelectual, con el discutible rango de poeta laureado (sus poemas son una mediocridad), prestarse para semejante aberración, en el momento en que asistimos al colapso de los hospitales, al sufrimiento y a la muerte de millares de compatriotas, al drama social de los pobladores que no están suscritos al Diario El Mercurio, ni menos a la exhibición virtual de las entrevistas auspiciadas por Icare?
Se responderá que, según Warnken, el ministro de marras ha sido “erróneamente evaluado” y que su responsabilidad es mínima y sus méritos ilimitados. Yo refuto tal aseveración, a la luz de las cifras y las conclusiones de organismos nacionales e internacionales especializados, que cada día confirman los descomunales errores cometidos por la cúpula política de salud, con una pertinacia cerril, sorda a toda sugerencia idónea. Pero, bueno, Warnken, con innegable sagacidad intelectual, resalta el “lado humano” del funcionario y su proverbial sacrificio. No me opongo —ridículo sería— a que escriba lo que le venga en gana, pero que considere que ese derecho también me asiste.
A pocos días de la criticada entrevista, desde la misma página mercurial, cuando Mañalich había sido recién defenestrado y aparecían, entre las penumbras de Santiago del Nuevo Extremo, “los muertos que vos matasteis”, no incluidos, junto a 30 mil —¡30 mil!— casos, todos ocultos y manipulados para “no causar mayor alarma pública”, Cristián Warnken le prodiga emocionados agradecimientos, con ternura rayana en llanto fraterno.
¿Criticable? Por supuesto, y lo hice, quizá con mayor vehemencia de lo que acostumbro en mis textos, movido por la indignación que experimento ante la catástrofe humana y sanitaria en la que estamos sumidos, cuyas proporciones crecen, al punto que hoy, 19 de junio de 2020, uno de cada tres testeados arroja resultado positivo, otra cifra que nos ubica en el primer lugar de la tabla ignominiosa de la peste. Otro de mis contradictores en este enfrentamiento, mi amigo cineasta y editor de Off The Record, Rodrigo Gonçalves, en cuya revista colaboro con gusto y paciencia, junto con enviarme una breve frase: “Yo estoy por la libertad de expresión” —opinión que comparto por completo— difunde en sus redes el último texto de Warnken, como tácita respuesta a la “carta abierta” y a los supuestos ataques en contra del derecho a la libre opinión, articulados por esta conjura que yo parezco dirigir desde mi sencillo refugio ñuñoíno.
Insta el entrevistador y sobrino de Enrique Lihn Carrasco a cerrar filas en contra de sus críticos “antes de que sea demasiado tarde”, es decir, antes de que Robespierre Moure active la guillotina recibida, probablemente desde Corea del Norte o arrojada por un ovni venido desde el Cuarto Reich Antártico de Miguel Diego Serrano Fernández… En esta cruzada liberal, Warnken cuenta, además, con su socio y paladín de la libertad: el caballero chileno Jorge Edwards Valdés, célebre escritor de fama internacional y militante de Evópoli.
Me sigo preguntando: ¿Por qué se blinda a Warnken Lihn?, ¿de dónde procede esta protección a su imagen impoluta? ¿Será que la carencia menesterosa de intelectuales de peso en la Derecha les impele a defender a aquellos que se inclinan por sumarse a sus filas? Podría ser, pero a esto se han sumado intelectuales de sesgo progresista, armando una especie de segunda línea de troneras. No deja de ser asombroso.
Finalmente, aclaro: escribo artículos, notas y crónicas desde 1980, en plena dictadura. Fui colaborador de Punto Final, La Época, Fortín Mapocho y La Nación, amén de cronista permanente de Galicia en el Mundo y de la revista cultural gallega Areal. Hoy publico mis colaboraciones en Politika, Letras de Chile, revista Crítica, en la página web de mi querida Sociedad de Escritores de Chile (Sech), en Letras de Chile y, como redactor adjunto y director, en Cine y Literatura.
En Chile, nunca —jamás de los jamases, como diría mi querida amiga Stella Díaz Varín— he recibido ni un solo peso por mis crónicas. Han sido y son colaboraciones gratuitas de quien no vive —mal que le pese— de este oficio, sino de lo que le provee su profesión de Contable (sí, como Fernando Pessoa, excusando la desmedida comparación).
Es de esperar, que ahora, como jefe de la conjura totalitaria, los siniestros conspiradores que represento tengan presente mi número de cuenta Rut en el Banco Estado, aunque hace poco recibí la generosa caja de menestras asignada a la vivienda social en que habito.
Salud, amigos, salud contradictores y… a blindarse contra la peste, que es totalitaria: no razona, no disputa ni dialoga.
También puedes leer:
—Carta abierta a Cristián Warnken: Esta pandemia te ha desnudado, profesor.
—La cultura del servilismo en Chile: Sombrero en mano, mirando al suelo.
—Para homenajes al poder político prefiero a Pablo De Rokha.
—Cristián Warnken: ¿El ejemplo de un poeta libre y valiente, víctima de la intolerancia?
***
Edmundo Moure Rojas, escritor, poeta y cronista, asumió como presidente titular de la Sociedad de Escritores de Chile (Sech) en 1989, luego del mandato democrático de Poli Délano, y además fue el gestor y fundador del Centro de Estudios Gallegos en el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile, casa de estudios superiores en la cual ejerció durante once años la cátedra de «Lingua e Cultura Galegas».
Ha publicado veinticuatro libros, dieciocho en Sudamérica y seis de ellos en Europa. En 1997 obtuvo en España un primer premio por su ensayo Chiloé y Galicia, confines mágicos. Su último título puesto en circulación es el volumen de crónicas Memorias transeúntes.
En la actualidad ejerce como director titular del Diario Cine y Literatura.
Crédito de la imagen destacada: Pauta.cl