El filme debido al realizador franco-canadiense (ganador del Premio del Jurado en el Festival de Cannes 2014) es quizás la mayor de las obras audiovisuales de uno de los autores insoslayables del circuito cinematográfico de esta época.
Por Aníbal Ricci Anduaga
Publicado el 23.6.2020
Paolo Sorrentino (La gran belleza, Juventud) emplea acertadamente la música, clásica en su caso, para dar fluidez a las imágenes, aunque su cine parece orientado a un público culto donde a veces elabora escenas ampulosas que alejan al espectador de la emoción en su estado puro.
Xavier Dolan, por el contrario, nos lleva al paroxismo con sus elecciones musicales (popular y clásica) logrando que esos momentos eleven la interioridad de los personajes, no con una sucesión de bellas imágenes, sino con un montaje tan preciso que pareciera que este canadiense hubiera nacido filmando películas.
Dolan hace encuadres sorprendentes, mezcla planos fijos con travellings, incorpora y enmudece diálogos, pasa de lo concreto a lo metafórico, en cinco minutos y en medio de Wonderwall (Oasis) cambia desde el punto de vista de un chico problemático al de su viuda madre, es tan lúdico en la ejecución que incluso se da el lujo de modificarnos el formato de la pantalla.
Hay intuición, talento y originalidad, aparte de un gran sentido del ritmo narrativo. Los momentos de intensidad no son gratuitos, obedecen a un guion cuidadoso que disecciona seres humanos, desnudando miserias hasta profundidades que asustan.
Dolan escoge tres personajes y los exprime al máximo, logrando el lucimiento de sus actores en papeles de mucha complejidad. Steve convive con un trastorno de déficit de atención con hiperactividad que, luego de la muerte del padre, lo hizo cometer actos de vandalismo que llevaron a su madre a internarlo en un hospital psiquiátrico. Diane tuvo que vender la casa y ahora vuelve a acoger a su hijo en una casa alquilada. Tendrá el apoyo de Kyla, maestra alejada de las aulas, que arrastra un enorme problema de autoestima. Ella se acerca a sus vecinos y se compromete a darle lecciones a Steve.
El muchacho ama a su madre, comprende perfectamente el calvario al que la somete, aunque quisiera protegerla. Diane es una mujer de carácter, pero tras enviudar no pudo recomponer su vida. Histriónica y frontal, esconde sus frustraciones en su personalidad extrovertida. Oculta el dolor que significó recluir a su hijo y, luego de una cena hogareña, se confiesa con Kyla que a su vez ha vivido confinada en su propio hogar. La excluyen producto de su deterioro nervioso, por lo que el hecho de que Diane y Steve le permitan ser útil la saca de su ostracismo.
Los tres personajes están atrapados, no confían en el futuro hasta que entre ellos obra un inestable equilibrio que los hace funcionar como familia. Son seres dañados, tarde o temprano Steve se pasará de revoluciones y una demanda judicial desencadenará el derrumbe de la madre. Estuvo dispuesta a sacrificarse por su hijo, pero Steve no permitió que lo hiciera a costa de su dignidad. Deviene la fase depresiva y simplemente Diane no podrá lidiar con la realidad. Ama a su hijo, pero ya no tiene fuerzas.
El precario equilibrio simbiótico se derrumba, triunfa el egoísmo y una frialdad impenetrable se apodera de Diane, dejando traslucir perturbadores claroscuros. La estructura de familia tradicional no soluciona el puzzle, hay incluso amor entre ellos, pero ya no hay esperanzas, tienen dañado el motor de partida. Los sueños de Diane se desvanecen tras unas tristísimas notas de violín.
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Aníbal Ricci Anduaga (Santiago, 1968) ha publicado las novelas Fear, El rincón más lejano, Tan lejos. Tan cerca, El pasado nunca termina de ocurrir, y las nouvelles Siempre me roban el reloj, El martirio de los días y las noches, además de los volúmenes de cuentos Sin besos en la boca, Meditaciones de los jueves (relatos y ensayos) y Reflexiones de la imagen (cine).
Tráiler:
Imagen destacada: Anne Dorval y Antoine Olivier Pilon en Mommy (2014).