Cine trascendental: «The Fisher King», de Terry Gilliam: Encuentro en los abismos emocionales

El que fuera miembro de los Monty Python dirigió en 1991 esta espléndida película en torno a dos hombres unidos por un destino trágico e interpretados brillantemente por Jeff Bridges (Jack) y Robin Williams (Parry). La obra es una fábula de profundo significado psicológico y anímico.

Por Jordi Mat Amorós i Navarro

Publicado el 28.6.2020

«Mientras me paseaba por las llamas del infierno, disfrutando de esas delicias del genio que a los ángeles parecen locura y tormento, recogí algunos de sus proverbios».
William Blake en El matrimonio del cielo y del infierno

 

Preliminar

Para aquellos lectores que no hayan visto este excelente filme y quieran hacerlo: quizás sea mejor leer este artículo tras su visionado dado que en él se explican detalles esenciales de su argumento (incluido el final).

 

Egocentrismo

Jack es un locutor radiofónico de éxito que se cree un Dios, le va el morbo y humilla con cinismo a quien le llama para pedir consejo. No se conmueve por nadie, ni por su público, ni por su pareja y mucho menos por la gente sin techo, lo vemos arrogante en su limusina negándose a ayudar a un vagabundo. Jack es la encarnación de Narciso, sólo se “ama” a sí mismo o mejor dicho al personaje que se ha construido en su intento de ocultación.

Se nos muestra cómo trata a un oyente habitual con problemas para relacionarse con las mujeres al que llama “Pinocho”. El hombre le cuenta que ha visto a una hermosa chica en un bar exclusivo, Jack le suelta que nunca conseguirá estar con una bella mujer y a continuación con tono agresivo despotrica de la “gente bien” arengando que: “No sienten amor, sólo negocian momentos amorosos, son malvados. Les repugna la imperfección, les horroriza lo banal, lo que representa EE.UU., todo lo por que tú y yo luchamos. Hay que detenerlos antes de que sea tarde, somos nosotros o ellos”.

Un mensaje bélico que entiendo evidencia la lucha que anida en él, la lucha con sus partes no reconocidas ni aceptadas. No es la “gente bien” abstracta la que no siente amor, es él en concreto el que ni siente amor ni sabe amar.

Esa misma noche ese hombre solitario con problemas, a quien estimuló, comete una masacre en el bar “Bien”, los noticiarios hablan de la influencia del alegato de Jack y él frente al televisor —ensayando un discurso en el que enfatiza un premonitorio “discúlpame”— por una vez se conmueve horrorizado.

Han pasado unos años, Jack vive con Anne (Mercedes Ruhel) en su vivienda anexa al negocio de videoclub que ella regenta. Jack depende en todo de esa mujer que lo soporta por amor. Porque él sigue con su cinismo y sumerge en alcohol el recuerdo de su violento alegato. Sigue proyectando fuera lo propio, se nos muestra como maltrata a una clienta del videoclub y como defiende su actitud con un “odio a la gente desesperada” cuando es él —especialmente tras la masacre— el desesperado.

Lo vemos tambalearse en la noche lluviosa neoyorquina resoplando junto a una limusina aparcada o la “vida” que un día tuvo, ahora es él en su dejadez vital el vagabundo al que repudiaba. Y un niño rico —al verlo desvalido— le regala su muñeco Pinocho (el nombre que él puso a ese hombre de la masacre). Habla con el juguete sobre los pocos humanos destinados a la grandeza frente a la muchedumbre de “estropeados chapuceros” en la que ahora Jack se encasilla. Lo hace bajo una simbólica estatua ecuestre dorada con pedestal laureado, la imagen del podio o el triunfo de tantos “conquistadores” sobre los demás, el triunfo solitario del que creyendo derrotar a los otros se derrota y destruye a sí mismo.

 

Jeff Bridges en «The Fisher King» (1991)

 

Reunidos por el destino

Perdido en su autodestrucción llega a un lugar abandonado bajo un puente a orillas del mar (el clásico “hogar” del vagabundo), allí acuden unos jóvenes con ganas de bronca que le atacan por considerarlo escoria, unos chicos que —al igual que él mismo— repudian a los desahuciados de la sociedad del éxito. Y aparece Parry un marginado singular con su “ejército” de vagabundos ahuyentándolos.

Así Jack entra en contacto con el submundo de los marginados y acaba durmiendo la borrachera en el “domicilio” de Parry, entre tubos y conducciones. Su salvador se muestra como un “loco” sabio hablándole de su misión: recuperar el Santo Grial que cree que guarda un millonario en su mansión–castillo de la Quinta Avenida. Y le pide ayuda para lograrlo.

Jack se va de allí dejándole su Pinocho, Parry lo despide con un simbólico: “Ahora que sabes dónde vivo, no te pierdas”, o sé que me necesitas, que nos necesitamos uno al otro para salir de nuestros abismos emocionales. Ese es el motivo de su encuentro urdido por los potentes hilos del destino.

Potente destino porque al salir de ese sótano encuentra a un hombre que le explica quién es Parry. Su salvador estaba en ese bar de la masacre, su mujer murió asesinada por ese oyente desesperado a quien Jack aleccionó. Parry era doctor en historia y tras estar internado en un psiquiátrico volvió al edificio donde vivía, el portero lo alojó en ese cuarto de calderas por compasión.

Una coincidencia del destino, una oportunidad para Jack, una oportunidad para resarcirse de su doloroso pasado. Ya en casa con Anne, él confiesa sentirse traumatizado y enfermo. Ese encuentro de abismos emocionales le ha desnudado. A Jack le gustaría: “pagar la multa e ir a casa”, rompe a llorar y ella en su amor le abraza.

 

Dios y Diablo

Hablando del Grial, Anne comenta que cree que los hombres son imagen del Diablo y las mujeres de Dios. Afirma que ellas son Dios porque paren, porque crean vida y sonriendo a Jack añade que a las mujeres les atrae el Diablo porque es mucho más interesante, “los santos son aburridos”, dice por su propia experiencia. Y concluye que cree que el objetivo de la vida es que mujer y hombre se junten para que Dios y Diablo se unan.

Teoría esta que en mi opinión es verosímil. La búsqueda de la unión de los opuestos complementarios y no excluyentes como a menudo las religiones y los poderes han querido imponer. El entiendo que es necesario restituir de todo aquello relegado comúnmente asociado al mal o al Diablo. A mi entender, el Diablo existe para recordarle a Dios que se necesita fuego para deshacer el hielo de la intolerante perfección a la que suele tender. El Diablo espera que Dios lo abrace, el mal espera la unión que el bien rechaza y sabido es que a mayor rechazo más se hace ver lo rechazado en su necesario reclamo. Pero entiendo —a diferencia de Anne— que tanto los hombres como las mujeres tenemos parte de Diablo y de Dios en nuestra dolorosa escisión.

 

Robin Williams en «The Fisher King»

 

El resonar del mito

Jack quiere redimirse por la vía rápida del saldar su “culpa” con el distante y a menudo humillante pagar con dinero. Entiendo inútil ese pagar material, tan inútil como el pagar del penitente dogmático. No es el pagar sin implicación, es el resarcirse desde la desnudez del alma, es el darse todo para solucionar y solucionarse.

Lo que Parry —y Jack incluso más que él— necesita es su ayuda para conseguir el ansiado Grial. Pero Jack pretende que Parry “despierte” de su ensoñación y cuando le recuerda quien fue, el hombre sufre un ataque y ve —vemos— al Caballero Rojo de sus pesadillas. Un caballero con armadura que escupe fuego desde su frente, una imagen simbólica del desorden mental que Parry sufre.

En una lograda escena se nos muestra cómo se atreve a ir a por el caballero en retirada en pleno Central Park, alocada persecución que sigue un Jack preocupado por su integridad física. Sobre una roca sentado tranquilamente Parry espera a su extenuado amigo, “ya se fue, lo hicimos huir”, le dice creyendo que Jack también lo ha visto y sintiéndose más fuerte a su lado.

En la noche de ese parque, Parry se desnuda para tumbarse sobre el césped a observar el cielo e invita a su amigo a que se le una con un: “libérate, regresa a tus raíces” pero Jack —en su autoprotección— le acompaña sin desnudarse. Y Parry le cuenta la historia del Rey Pescador:

—Érase un rey que siendo niño tenía que dormir solo en el bosque para probar su valentía y así poder ser Rey. Mientras duerme solo en la noche tiene una visión, del fuego aparece el Santo Grial. Y una voz que le dice que él será el guardián del Grial para que éste pueda curar los corazones humanos. Pero el niño estaba cegado por ideas de grandeza y en su estado de asombro radical se sintió por un breve momento como un niño Dios. Metió su mano en el fuego para coger el Grial pero éste se desvaneció y se quemó terriblemente. El niño creció y la herida se profundizaba. Hasta que un día la vida para él perdió su razón de ser. No tenía fe en los hombres, ni siquiera en sí mismo. No podía amar ni sentirse amado. La experiencia lo enfermaba y comenzó a morir. Un día un “tonto” se metió en su castillo y encontró al rey solo. Y en su condición de “tonto” no vio un rey sino un hombre solo que sufría, así que le preguntó: —¿Qué le aqueja, amigo? Y el rey contestó: —Tengo sed y necesito agua para enfriar mi garganta. El “tonto” tomó una copa junto a la cama, la llenó de agua y se la dio al rey. Y cuando el rey empezó a beber se dio cuenta de que su herida había sanado. Miró bien y ahí tenía el Grial que había buscado toda su vida. Y le preguntó al “tonto” cómo había encontrado lo que sus bravos “listos” no supieron hallar, él respondió: —“No lo sé, sólo sabía que usted tenía sed”.

 

Como todo mito, el del Rey Pescador tiene un profundo contenido simbólico arraigado en el inconsciente humano. Es una historia rica en matices y significados que entiendo muy adecuada para todo aquel dispuesto a mejorar en su vivir. Un mito que parece hecho a la medida de esos dos hombres perdidos en los laberintos de sus vidas truncadas. Los dos necesitan encontrar ese esquivo Grial, los dos tienen la garganta seca, ambos necesitan beber el líquido que en la simbología cristiana es la sangre de la pasión, la sangre de la pasión del dolor vivenciado que los desgarra, la sangre de la verdad en uno mismo no reconocida ni aceptada que ese dolor encierra, la sangre que bebida en la valerosa desnudez propia aporta la comprensión del amor.

Los dos necesitan beber del Grial, especialmente Jack cuyo temor no asumido es precisamente el amor cuya expresión es la entrega total al otro, algo que él —en su egocentrismo— nunca ha experimentado.

 

Amor

Jack no sabe amar, tiene a su lado a Anne quien le muestra en cada instante lo que es y significa pero él no es capaz de verlo ni de sentirlo. En cambio Parry sí que sabe lo que es, él amó a su mujer y ahora está platónicamente enamorado de una joven muy tímida (Amanda Plummer) a la que cada día observa a distancia porque no tiene el valor de acercarse a ella.

En una bella y potente escena vemos a los dos hombres juntos en un gran vestíbulo de estación repleto de gente transitando apresurada, gente toda de pie y el duro contraste de los desahuciados en el suelo. Jack conversa con un inválido de guerra (Tom Waits) tras recoger una moneda que alguien no acertó a tirarle en su taza, se indigna porque no le miró —él que no miraba y poco mira— y el indigente le contesta: “está pagando, así que no tiene que mirar” o la “normalidad” de la anormal distancia emocional con la que desafortunadamente tantos se escudan.

Y el enamorado que ve entre esa gente trabajadora a su chica, al verla todo se transforma, se nos muestra a esas personas bailando al son de un vals por parejas variopintas como en una sala de una agradable celebración y a un Parry sonriente siguiéndola, ellos dos los únicos que no bailan, es así hasta que la joven desaparece rumbo a un pasillo de acceso, en ese momento todo vuelve a la normalidad monótona de la obligación.

Jack convence a Parry de que antes de ir a por el Grial debe conseguir a la chica que le gusta. Lo hace con el argumento de que una mujer que te ama te da fuerza para seguir adelante, Jack en su egocentrismo reconoce la fuerza del amor en el sentido único del recibir. Pero el amor es bidireccional y se genera y alimenta en el dar. Parry —que bien lo sabe— le pregunta si él ama a Anne y ante su respuesta afirmativa, el “loco” gesticula la gran nariz del Pinocho que su amigo es por ese mentir, por ese mentirse.

Para ayudar a Parry en esa misión, Jack averigua que la chica se llama Lydia y que trabaja en una editorial cuyo explícito nombre es Dos Corazones. Y elabora un plan para que se conozcan, con la colaboración de Anne ofrecen a Lydia una subscripción gratuita al videoclub, en su visita es un nervioso Parry el que la atiende en su supuesta condición de empleado. Finalmente salen a cenar los cuatro, Anne ha maquillado a Lydia y Jack ha vestido y prestado incluso su cartera a Parry. Tras la velada Parry acompaña a Lydia a su casa en complicidad y le confiesa estar enamorado desde hace mucho tiempo, detallándole hasta qué punto la conoce. Ella llorosa le palpa la cara como forma de asegurarse que es real y se besan en su timidez.

Cuando ya se han despedido al enamorado le vuelve el recuerdo de esa noche traumática, vuelve el Caballero Rojo del que huye despavorido. En una de las mejores escenas del filme se nos muestra cómo rememora el trauma en su huida y cómo en el mismo lugar dónde él salvara a Jack es atacado ahora por esos dos impresentables que abordaron a su amigo. Una nueva coincidencia, ambos en sus huidas llegan a esa orilla y ambos son atacados por los mismos verdugos. Parry salvó a Jack, ¿qué hará este ahora?

Jack se siente muy bien por haber ayudado a Parry y en ese sentir se ve con ganas de volver a trabajar en la radio. Anne por su parte es feliz al ver ese gran cambio, siempre ha esperado su despertar, el dejar de ser ella quien tira y carga con todo. Pero Jack evidencia que no está por la labor de un proyecto en común, él sigue en su egocentrismo y ante la gran pregunta ¿me amas?, responde un patético no lo sé. Discuten y él confiesa que no entiende porque Anne le aguanta, “porque te amo”, le dice ella golpeándole su pecho acorazado. Y suena el teléfono, han encontrado su cartera en el traje de un hombre hospitalizado.

Parry está muy magullado, el doctor —que conoce su historial— comenta que lo más grave es que está otra vez en estado catatónico y no sabe cuándo saldrá de su encierro, da su veredicto junto a la ventana en la que se observa una simbólica gran espiral introspectiva en un adorno de la fachada. Y les informa que lo va a trasladar al sanatorio donde ya estuvo ingresado.

 

Robin Williams y Jeff Bridges en «The Fisher King»

 

El destino insiste, la transformación

Jack abandona a su amigo y a Anne en su retorno al estrellato radiofónico. Pero ya no puede con su disfraz mentiroso, no puede dejar de ver a un compañero de Parry a quien encuentra en la calle, no puede fingir que no recuerda a Parry. Por eso cuando el destino vuelve a llamarle lo abandona todo y va a verle al sanatorio. El sabio e inexorable destino le clama cuando le proponen participar en una comedia televisiva sobre los sin techo: Fuera de peligro es su simbólico título. “Son tres locos sin techo pero son sabios. Les encanta no tener techo, aman la libertad y las aventuras. Se trata de la alegría de vivir”, le comentan al explicarle el proyecto.

Visita a Parry con el Pinocho de su mentirosa “vida” y lo ve en su cama con telas de motivos alegres infantiles que Lydia le ha ofrecido en su amor. El contraste, Jack en su vestimenta negra y Parry en alegre multicolor. Jack le pregunta: ¿Despertarás por mí?, él siempre él. Y tras mentirle/mentirse sobre su “maravillosa vida” se desnuda y confiesa que no importa lo que tenga porque en realidad no tiene nada.

Y le habla a su amigo inconsciente de que en el supuesto de que acepte ir a por el Grial: “no sería porque sienta que debo hacerlo o porque me siento maldito, culpable o responsable. Si hago esto —le cuesta, se tiene que sentar— es porque quiero hacerlo por ti”. Y se despide lloroso con un: “no te vayas a ninguna parte” acariciándole el pie, el amor ya ha despertado en él.

Lo vemos ataviado como un aventurero medieval arriesgando su vida en la escalada al castillo neoyorkino y llega junto a una de las ventanas en cuya vidrieras destaca la imagen roja de un demonio, allí escucha el caballo del Caballero Rojo y farfulla lo que se dirá de él: “una estrella de la radio se vuelve loco en una misión divina”, para añadir un sentido: “espero que cuando me encierren, me encuentren un lugar junto a él”, bello.

Penetra en el interior desde lo alto del torreón y en las escaleras se encuentra al oyente de la matanza apuntándole con su escopeta que le dispara antes de desaparecer. Desciende y agarra el trofeo de su lugar preferente en el salón y en ese instante cae una copa al suelo, descubre que le ha caído al magnate sentado en su sillón a quien no había visto, el hombre se ha tomado un montón de pastillas. Jack intenta reanimarlo y sale con el Grial por la puerta principal haciendo saltar la alarma, esa alarma le salvará la vida al millonario (los hilos del destino siguen actuando).

Esa misma noche lo vemos en el sanatorio colocando la copa en manos de su amigo apoyado sobre su pecho, se queda a su lado pacientemente esperando a que despierte. Y despierta mientras Jack está recostado sobre su pierna, despierta palpando el Grial del pie a la copa, se incorpora y le habla de que tuvo un sueño en el que los dos estaban juntos. Jack no le mira en sus ojos llorosos.

Llega Lydia, en la cama de Parry está el Pinocho y lo ve dirigiendo a los internos en un coro interpretando una alegre canción de amor, Jack también canta. Su enamorado ajeno al tiempo pasado se muestra feliz al verla y no entiende su sorprendido llanto. Y bailan su Amor.

Amor que también siente Jack en su transformación, lo vemos visitando a Anne, con dificultad le dice que la ama, ella le abofetea su rabia acumulada y lo besa con pasión. Y la escena final en la que los dos amigos están de nuevo tumbados en la noche de Central Park, ahora Jack también está des–nudo.

Este drama con final feliz —alguien dijo que si hay final feliz ya no es un drama— parece creado para Jack. Gracias a Parry y a ese hombre que mató a su mujer, Jack cae por primera vez de su pedestal egocéntrico. Gracias a Anne y Parry, Jack conoce el amor. Es él y no su amigo quien necesitaba encontrar el Grial regenerador.

Es Jack el que bebe la sangre derramada por su desconexión. Lo hace al arriesgar su vida por Parry y al vivenciar el trauma que él sufre, Jack ve y siente al caballero del temor de su amigo y al oyente al que aleccionó.

Jack tiene también el valor de entrar en la “locura” de Parry. Me viene a la mente la película Más allá de los sueños en la que Robin Williams —en otra gran interpretación— visita la “locura” de su mujer en una simbólica nave invertida, ella vive en un mundo invertido. Y acaso no es eso nuestro mundo común un universo invertido que requiere el valor para arriesgarlo todo en el necesario voltear, arriesgar incluso nuestra supuesta cordura que en gran parte es —a mi entender— miedo al pleno vivir.

Como reflexión final creo necesario resaltar el gran papel del destino en esta historia que entiendo es extrapolable a nuestras vidas. La vida vista como una extraordinaria gran película de historias entrecruzadas en las que todos somos actores inconscientes y el destino como un actor más en la orilla invisible de la plena conciencia. El destino que nos habla como el apuntador que conoce lo escrito y olvidado en nuestro transitar dormido, los hilos del destino que continuamente nos llaman a recordar que tras las máscaras del Bien y del Mal estamos unidos en el amor que tanto maltratamos.

Es común que se repitan situaciones problemáticas en nuestras vidas, situaciones que esconden oportunidades pero que a menudo solemos rechazar en nuestra inconsciencia. Puede resultar extraño ver la vida de vidas que compartimos desde esta óptica, pero puedo afirmar por experiencia propia que así todo se vivencia de otra manera y uno —sin ser masoquista— es capaz de exclamar: ¡qué grande es esta vida tragicómica!, ¡qué grande el poder renovador del error y el dolor!

 

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Jordi Mat Amorós i Navarro es pedagogo terapeuta por la Universitat de Barcelona, España, además de zahorí, poeta, y redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

 

 

Tráiler:

 

 

Jordi Mat Amorós i Navarro

 

 

Imagen destacada: Robin Williams y Jeff Bridges en The Fisher King (1991).