El realizador canadiense Jean-Marc Valleé dirige para la plataforma HBO esta saga de tintes psicológicos y compuesta de ocho episodios en torno a Camille, una mujer traumatizada que regresa a la localidad donde se crió para realizar una investigación periodística de los asesinatos y desapariciones de niñas que allí están ocurriendo. En ese lugar familiar la protagonista se enfrenta a su doloroso pasado marcado por la muerte de su hermana pequeña y el ambiente tóxico que genera su neurótica madre. Un mundo de niñas perdidas que han sido y son heridas por una progenitora desequilibrada. Del reparto caben destacar las excelentes interpretaciones de Ammy Adams, Patricia Clarkson (Adora) y Eliza Scanlen (Amma).
Por Jordi Mat Amorós i Navarro
Publicado el 31.7.2020
«Cuando estaba embarazada de ti, creí que me salvarías, creí que me amarías. Ahora vuelves aquí y lo único que puedo pensar es en tu fetidez».
Adora a Camille
Mujer, madre
Hoy en día —afortunadamente— las mujeres están recuperando su posición en la sociedad, durante demasiado tiempo se las ha ninguneado y maltratado, no nos alcanza la memoria histórica a recordar épocas de igualdad entre sexos. El patriarcado ha ejercido su poder relegando a la mujer a un segundo plano, su reinado ha sido —y es— el de la sequedad del sol inclemente en el que el agua de vida femenina se convierte en un bien escaso.
El papel de la mujer en la sociedad siempre ha sido primordial, son ellas las que paren, nada más importante que una madre. Una madre que se precie sabe la verdad de sus hijos porque laten en su corazón de por vida, una madre con mayúsculas es el alimento en su formación y el buen consejo siempre.
No obstante, sería un error afirmar que el instinto y la empatía son patrimonio exclusivo de las mujeres. Hay padres con ese don y hay madres que parecen carecer de él.
Entiendo que el binomio Luna–Sol ilustra la diferencia de ser de los opuestos encarnados. El Sol como símbolo de lo masculino, el Sol y lo masculino con su comportamiento más regular fácilmente identificable. Y la Luna como imagen de la feminidad, la feminidad brumosa con sus fases y caras ocultas que desconciertan a tantos. Lo expresa bellamente Edvania Pablo:
Soy yo
A veces, playa perdida y solitaria
Otras veces la mar en tormenta y chillona
A veces isla desierta y silenciosa
Otras veces océano que abraza al Mundo.
No es fácil entender a la mujer en sus cambios y ambivalencias. Difícil —casi imposible— de asumir para los hombres que han enterrado su propia feminidad. Y lamentablemente en demasiadas ocasiones han sido las mismas mujeres (las madres de esos hombres) quienes han tirado más tierra sobre los corazones de sus hijos asfixiando así su natural feminidad. Muchas madres en su sumisión al poder patriarcal se han convertido —a lo largo de la historia y en mayor o menor medida— en las mejores perpetuadores de la desigualdad y la contaminación anímica en la que aún vivimos, tristísima participación la de las marginadas cómplices.
Ahora que vuelve la feminidad es bueno recordar que también tiene sus sombras. Cuando una madre es la sombra de ese extraordinario ser y estar que encarna, las consecuencias en su prole son terribles, me atrevo a decir que una madre en la sombra es lo más tóxico que hay. De esto trata esta espléndida serie, de una madre que ha envenenado y envenena a sus hijas.
Regreso al origen
Camille es una joven con muchos problemas personales cuyo origen están en las traumáticas vivencias de su infancia. Ahoga el dolor y la rabia en el alcohol, y ha estado internada en un psiquiátrico. Le pesa el sentimiento de culpa por la prematura muerte de su hermana pequeña con la cual se sentía muy unida y a la que ve recurrentemente en sueños y alucinaciones. Una culpa que es la de la impotencia de la adolescente que era entonces y que nada pudo hacer cuando la niña murió de una extraña enfermedad. Una culpa que Adora su inestable madre cultivó en ella con sus mensajes y actitud. Una culpa que se retroalimentó cuando Camille encontró muerta por suicidio a su amiga y compañera de habitación en el psiquiátrico.
Junto con la pesada culpa conviven en ella la rebeldía, la impotencia, los miedos, el dolor, la rabia… En su piel tiene cicatrices auto–infligidas que son las heridas de sus traumáticas vivencias, heridas que no sabe sanar. Heridas que son las palabras marcadas de su sentir: cayendo, mala, equivocación, RIP, vete al demonio…
Ahora tiene que regresar al “hogar”. Un regreso forzado por Frank, el redactor del diario local en el que ella trabaja como periodista. El hombre —a su manera— viene a ser el padre que nunca tuvo, Camille creció con su madre y esposo, un hombre patético que no es su padre. Frank la escoge para cubrir la noticia de las extrañas muertes y desapariciones de niñas en la pequeña localidad donde ella se crió. El buen hombre cree que le ayudará esa doble investigación de niñas maltratadas, la actual de esa pequeña comunidad y la pasada en su familia.
A regañadientes, Camille accede a regresar al infierno. De por sí, la pequeña localidad ya lo es. Una micro cosmos de falsedades que ella define acertadamente: “si te dicen Dios te bendiga significa púdrete”. Un micro cosmos de grandes desequilibrios sociales dominado por Adora la gran terrateniente que ejerce su poder sobre todo y todos, “o tienes riqueza heredada o eres basura”, afirma la periodista al referirse a ese sombrío lugar. Un lugar de cobardes y gentes vendidas al poder del dinero que fingen sonrisas por interés.
Allí Camille se reencuentra con Jackie la mejor amiga de su madre, una mujer que vio cosas que no le gustaron pero que nunca las afrontó con Adora. También vuelve a vérselas con el viejo jefe de policía, un títere en manos de esa poderosa mujer que es su madre.
Y el retorno al epicentro de su angustia: la gran mansión de aislamientos y toxicidades. En esas paredes del trauma vuelve a ver a Alan su padrastro, otro títere a las órdenes de Adora, un hombre cobarde que prefiere no mirar aislándose de lo que ocurre a su alrededor en su música a todo volumen. No querer ver, no querer oír… callar cobarde.
Jackie y Alan son ambos cobardes cómplices. Un arquetipo desafortunadamente muy común el que ellos encarnan, son los bonachones cercanos a la víctima y al verdugo que en su temor e inacción participan pasivamente en la destrucción psicológica de esas niñas. Porque no sólo Camille respiró toxicidad, Mariam y Amma también.
Lo recordará y lo comprobará Camille en ese volver a la mansión materna. Allí se intensificarán sus sueños y alucinaciones con Mariam, y allí conocerá a Amma la hermana preadolescente de la que —en su intento de alejamiento— solo sabía su nombre. Y también allí se reencuentra inevitablemente con Adora, el origen de todos sus males.
La madre oscura
Adora es una mujer potente que hace honor a su significativo nombre, ella en su egoísta ser y estar transmite un imperativo “adoradme tod@s, es una orden” que encierra un salvadme de mí misma. En este sentido son explícitas las duras palabras con las que culpabiliza —como siempre hace— a Camille: “Cuando estaba embarazada de ti, creí que me salvarías, creí que me amarías. Y entonces mi madre me amaría”. Adora tiene en el rechazo de su propia madre el origen de su desequilibrio, el origen de la inversión del arquetipo de madre que ella desafortunadamente encarna. Y culpabiliza a su hija mayor como probablemente fue culpabilizada ella por esa madre de la que nada sabemos. Una cadena de toxicidad femenina que afectó a Mariam y afecta aún a Camille, y como descubrirá nuestra protagonista también está afectando a Amma.
Esas palabras envenenadas las acompaña la madre con caricias que Camille rechaza. Pretende justificar lo injustificable asegurando que de pequeña ella no comía y no sabía qué hacer, que Camille le hizo sentirse como una tonta, como una niña. La hija le responde un sentido y acertado “lo eras” que Adora defiende con un demoledor: “ahora vuelves aquí y lo único que puedo pensar es en tu fetidez”. Durísimas palabras, esas son las palabras de una toxicidad que aún la envenena, ese es el proceder de la madre en la sombra: prefiero hundirte antes que verme y reconocerme; mi “amor” es sólo para mí, adoradme, adórame, ¿por qué no me adoras?
Una madre oscura en toda la regla, sirva como imagen la araña que atrapa a sus presas adormeciéndolas en el letargo eterno con su veneno. La red materna que en Luz es protección, en su inversión enfermiza se convierte en asfixiante dependencia que impide vivir en mayúsculas a su prole.
Muñecas
Amma va a ser la clave en el despertar de Camille. La chica se muestra preocupantemente desequilibrada, por un lado finge ser la niña perfecta y acomodaticia para agradar a su madre. Y por otro lado —a escondidas de Adora— es una rebelde alocada que parece abocada al desastre. Sin referente alguno en aquel universo tóxico, sólo Camille puede “salvarla”. Y en ese actuar quizás de paso Camille logre sanar sus sangrantes heridas.
Adora lo intuye y quiere apartarla de la pequeña con su recurrente culpabilizar, acusándola de ser una mala influencia para Amma. Pero el vínculo es sólido. Es bella la escena que nos muestra a Camille y Amma patinando cómplices (sintiéndose libres) en la noche por las calles y paralelamente el recuerdo del patinar de unión —y en la Luz del día— con la hermana que murió. Y ya en el no–hogar de su asfixia Amma le ruega ayuda a Camille con un sentido “salgamos de aquí”. Las vemos juntas en la cama, Amma resigue las cicatrices de su hermana desvelando su temor: “¿a veces sientes que algo malo va a pasarte y no puedes impedirlo? No puedes hacer nada sino esperar”, mientras vemos tras ella a la madre oscura que entreabre la puerta…
Amma le enseña a Camille su posesión más querida: una casa de muñecas que preside el salón, una casa de muñecas que es la reproducción de ese hogar asfixiante, una casa de muñecas que decora junto a su tóxica madre. Muñecas con las que jugar, eso son en realidad para Adora sus hijas: muñecas niñas —nunca adultas— con las que jugar en un juego que duele en el alma.
La serie muestra qué les ocurre a esas “niñas” hermanas atrapadas, qué hace Camille para buscar la liberación de ambas. Y paralelamente qué descubre ella en torno a los asesinatos de niñas que asolan la localidad. Camille, una niña adulta herida que regresa a sus orígenes para investigar más allá de esos misteriosos asesinatos. Una excelente serie de retratos psicológicos en clave femenina, un thriller que —como ha de ser en una buena obra del género— atrapa y sorprende en sus giros y desenlace.
***
Jordi Mat Amorós i Navarro es pedagogo terapeuta por la Universitat de Barcelona, España, además de zahorí, poeta, y redactor permanente del Diario Cine y Literatura.
Tráiler:
Imagen destacada: Sharp Objects (2018).