Una mediática polémica ha generado en el país trasandino, el hecho de que la directora del área de literatura del Fondo Nacional de las Artes —la conocida escritora Mariana Enríquez— restringiera solo para la participación exclusiva de textos pertenecientes al formato fantástico, del terror y de la ciencia ficción, la disputa del tradicional evento organizado de manera anual por la dependencia estatal.
Por María José Schamun
Publicado el 4.8.2020
El 30 de julio abrió la convocatoria para participar del concurso nacional de literatura que organiza el Fondo Nacional de las Artes en Argentina (abierta hasta el 3 de septiembre de 2020). La directora del área, Mariana Enríquez, decidió hacer un llamado diferente este año al restringir la participación a los textos de género fantástico, terror y ciencia ficción.
El descontento de muchos escritores no tardó en hacerse oír en publicaciones en las redes sociales en las que argumentaban que dichas restricciones dejaban afuera la poesía y el ensayo que estaban en evidente desventaja. En respuesta a la polémica que se suscitó en las redes sociales entre escritores que estaban a favor y en contra de su decisión, Mariana Enríquez (autora de Nuestra parte de noche, Este es el mar y La hermana menor, entre otros) explica en una entrevista que la decisión: “busca estimular géneros como el fantástico, el terror y la ciencia ficción, géneros que rara vez llegan a instancias finales de concursos, que son troncales en nuestra tradición literaria y que tienen representantes contemporáneos importantísimos. Creo que hace falta focalizar en ellos de manera excepcional, quizá también pensando en que estos momentos excepcionales también dan permiso a pensar con algo de riesgo.” [1]
Si dejamos de lado la polémica por la supuesta falta de inclusión de la poesía y el ensayo, podemos pensar qué significa hacer foco en estos tres géneros y por qué parece pertinente en este momento. El escritor Edgardo Scott hizo una observación que se puede tomar como punto de partida para trazar un mapa: “No es casual que se excluya el Realismo. El Realismo es la crítica de la realidad.”[2]
Sin necesidad de pensar mucho al respecto, resulta evidente que la crítica a la realidad no es privativa de un género sino el poder que yace en toda obra literaria (que puede estar aprovechado o no). Ahora bien, ¿no es necesario conocer muy bien la realidad para poder hacer una crítica? ¿Qué certezas hemos podido construir hasta este momento sobre el mundo que estamos viviendo? Por supuesto, sobre el mundo anterior a esta pandemia creíamos saber bastante, pero si así era, ¿cómo llegamos a esto?
El fantástico es el ahora
Todorov [3] piensa lo fantástico como un momento en la lectura: el de la indecisión entre la explicación lógica o la explicación sobrenatural de un evento que no parece responder a las leyes del mundo del lector. Lo fantástico sería la tensión entre el mundo ficcional y el mundo real o, mejor dicho, entre lo que creemos posible en nuestro mundo y lo que sucede en el texto. Ese momento de incertidumbre permite pensar alternativas al orden social en el que vivimos: ¿Les suena familiar?
En un mundo estable, donde los fantasmas no existen, ¿cómo explicamos los eventos de Una casa junto al tragadero de Mariano Quirós (Tusquets, 2017), por ejemplo? ¿Qué sucede con el tiempo? ¿Quién es esa mujer? ¿Todos pueden sentir ese olor? Los eventos nos hacen dudar tanto como al protagonista y, cuando alzamos la vista del texto, esa duda se proyecta al mundo. Si admitimos, por unos breves instantes, que tal vez lo que pensamos que es el orden natural de las cosas no lo sea, nos permitimos la creación de mundos nuevos, el descubrimiento de resquicios donde se ocultan posibilidades infinitas tanto para los seres que conocemos como para los que sospechamos que existen. El género fantástico pone en duda lo que damos por hecho. ¿Quién no ha pensado, durante esta cuarentena, en “Autopista al sur” de Julio Cortázar?
Si, como buenos lectores, comprendemos la realidad como un discurso, como el relato que hacemos sobre el mundo que nos rodea con la esperanza de encontrarle sentido, podemos sospechar que estamos viviendo el “momento fantástico”, ese punto de inflexión donde las certezas flaquean y se quiebran, donde aparecen las posibilidades o las verdades que nos negábamos a ver. Tal vez incluso: «el momento en el que caminemos contra los jirones de fuego y éstos no muerdan nuestra carne, nos acaricien y nos inunden sin calor y sin combustión. El momento en el que, con alivio, con humillación, con terror, comprendamos que somos una apariencia y que otro está soñándonos» [4].
Hic Sunt Dracones
“Si ese rey allí despertara —agregó Tweedledum— te extinguirías, bang, igual que una vela” [5] y entonces, no sólo comprobaríamos que la realidad no es lo que pensamos, sino que dejaríamos de ser. Esa amenaza, la de la muerte física o mental, es el núcleo del terror. Por eso, el fantástico no sólo es la posibilidad de un mundo mejor, es también la cuna de nuevos monstruos. El ser que Mary Shelley creó en 1817 ya no logra asustarnos porque las premisas de su existencia han sido superadas: sabemos que no es posible. Pero, ¿era la criatura el único monstruo? En Soy leyenda, Richard Matheson nos da un mundo en el cual el ser humano es la criatura contra–natura, la amenaza a los seres que pueblan el planeta. En la literatura argentina, esta premisa se repite de forma tangencial en Distancia de rescate, de Samanta Schweblin (Random House, 2015) y bajo una óptica ecologista: el hombre es la amenaza de todo lo viviente.
Tanto la novela de Matheson como la de Schweblin podrían ser catalogadas dentro de otros géneros, la ciencia ficción y el realismo. Sin embargo, no cabe duda de que son novelas de terror, ¿por qué? Porque a lo largo de toda la novela el mal está a punto de abatirse sobre el protagonista, la acción se desarrolla bajo amenaza. Ahí habita el miedo, porque una vez que el mal ha caído sobre nosotros, las emociones que nos invaden son otras: furia, tristeza, desesperación, dolor, pero nunca miedo. El miedo, como el fantástico, dura sólo un momento. La posibilidad de la muerte se mantiene mientras exista también la posibilidad de salvarnos. Una vez más, el momento de la incertidumbre. Ese momento nos permite explorar posibilidades de escape, modos de acción, formas de derrotar al mal. Por eso los relatos que nos dejan sin dormir durante días son aquellos en los que la víctima o bien muere o bien se salva de milagro. ¿Por qué? Porque no nos dicen cómo defendernos de la amenaza en caso de que suceda, y nos quedamos dando vueltas en la cama pensando cómo derrotar al monstruo que vive bajo nuestro colchón.
En el contexto actual, la amenaza se materializó: la pandemia cayó sobre nosotros, nos aisló, nos enfermó, nos mató de a miles en pocos días, perdimos seres queridos… El final apocalíptico está acá. A pesar de todo, le tememos poco: por un lado, el mecanismo de defensa de la negación nos ayuda a lidiar con situaciones que nos superan, pero por otro lado, el cine y la televisión nos han “asustado” con este panorama por muchos años, ya hemos dado vueltas mil veces en la cama pensando cómo derrotar a este enemigo (o a uno similar) y creemos que tenemos una idea (¿esas películas ahora serían de género realista?). Entonces, ¿qué le queda al terror? Ahora que la peor amenaza, la extinción, parece estar materializándose y nos deja un poco atónitos, tristes, angustiados, pero no tan asustados, ¿a qué le vamos a temer?
Los mapas antiguos, en los bordes de la carta llevaban la inscripción HIC SUNT DRACONES (más allá de este punto habrá dragones) porque a partir de esas líneas, yacía lo desconocido, lo que todavía no sabíamos derrotar. Chesterton decía que: “lo que el cuento de hadas hace es esto: lo acostumbra [al niño] a través de una serie de imágenes claras a la idea de que los terrores ilimitados tienen un límite, de que esos enemigos informes encuentran enemigos en los santos caballeros, de que hay algo en el universo más místico que la oscuridad, más fuerte que el fuerte miedo” [6]. Por eso es importante la ciencia ficción.
El futuro como estrategia
“Porque verán, todas las cosas que nos han sucedido, nunca iban a suceder. La gente buena lo decía. La gente amable lo pensaba. Pero los escritores de ciencia ficción siempre supieron que no era así” [7]. Por eso, las ficciones apocalípticas nos prepararon para enfrentar el momento en que la amenaza se materializara, porque esos intersticios en la realidad nos permitieron soñar: “las ciencias antes de que brotaran de la mente del hombre. Aún más, los autores del campo [de la ciencia ficción] tratan de adivinar las máquinas que serán el fruto de esas ciencias. Luego tratan de adivinar cómo reaccionará la humanidad a esas máquinas, cómo usarlas, como crecer con ellas, cómo ser destruidos por ellas” [8]. Sí, hasta ahora, la ciencia ficción argentina ha imaginado futuros distópicos, una serie de formas de terminar con todo [9].
Tal vez, éste es un buen momento para volver a separar la luz de las tinieblas, para volver a fundar Buenos Aires, Santiago, La Paz, Lima, Caracas, Montevideo… ¿cómo serían si nos permitiéramos soñar?
Citas:
[2] (2020, Julio 22). Polémica por la decisión del Fondo Nacional de las Artes de excluir géneros en su concurso literario. Infobae.
[3] Todorov, T. (2006) Introducción a la literaturafantástica. Buenos Aores: Paidós.
[4] Una vil paráfrasis de “Las ruinas circulares”. Borges, J. L. (1941) Ficciones. Buenos Aires: Emecé.
[5] Carroll, L. (2005) Alice’s adventures in Wonderland. Through the looking glass. Milano: Giunti. Traducción propia.
[6] Chesterton, G. K. (2005) The red angel. In Tremendous Trifles. Project Gutemberg. Traducción propia.
[7] Bradbury, R. (1974). Science fiction: before Christ and after 2001. In T. E. Gage, E. J. Farrell, J. Pfordresher, & R. J. Rodrigues (Eds.), Sciencie fact/fiction (p. XIII). Scott, Foresman and Company.
[8] Op. Cit (p. XIV).
[9] A. (2016, September 16). ¿Existe la ciencia ficción argentina? Infobae.
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María José Schamun es licenciada y profesora en Letras por la Universidad de Buenos Aires, donde además cursa la maestría de Literatura Española e Hispanomaericana. Actualmente se desempeña como docente de literatura en nivel medio y, si bien ha publicado ensayos y cuentos en diferentes medios, es colaboradora permanente del blog literario El País de la Bruma y de la revista Escritores del Mundo.
Imagen destacada: La escritora argentina Mariana Enríquez.