El arte de un nombre casi mítico de la escena audiovisual y literaria de la perla antofagastina es el que nos presenta en esta ocasión el inefable Ramos Bañados, y más encima en compañía de un perturbador fragmento: el trozo de una novela adscrita al género de la ciencia ficción, redactada por el mismo Pelao, y la cual se lee como si estuviésemos brindando todos juntos y la hostia de bien, sobre la barra del bar La Leonera. ¡Salud!
Por Rodrigo Ramos Bañados
Publicado el 5.8.2020
Si bien Iván Avila, o el Pelao, nació en Santiago, antes de los dos años ya había llegado a Antofagasta, acarreado por su familia. Desde chiquito le gustaba leer las enciclopedias de su abuelo paterno, Homero, y se hizo fanático de los westerns que veía junto a su otro abuelos, Ary, en aquellas “tardes de cine” en plena dictadura.
Imitando a su primo Guido fue que desde los 10 años empezó a escribir sus propias historias de ciencia ficción, muy influenciado por Star Trek (sépase que Ávila no tiene temor ni empacho en reconocer que es un “trekkie” de corazón más que fan de Star Wars) y sus primeras lecturas del género, con clásicos de Asimov y Bradbury. Mientras cursaba educación media en el Liceo B-13, ganó sus primeros concursos literarios, en una época donde también destacaban Patricio Jara, Claudio Ortiz y Txalo Toloza.
Ya peludo, hediondo y con una barba incipiente, estudió un par de años Pedagogía en Historia y Geografía antes de ingresar a la carrera de Periodismo en la Universidad José Santos Ossa de Antofagasta, promediando los años 90. Aquí, continuó cultivando la literatura en los talleres de la UJSO dirigidos por Patricio Jara y además, el cine, primero como alumno y luego como colaborador por diez años, de la realizadora Adriana Zuanic, tanto en producción de cine, publicidad, festivales de cine y publicación de investigaciones. De esa época, datan publicaciones de relatos en revistas y antologías y sus primeras incursiones en el séptimo arte como asistente de producción en los largometrajes Antofagasta: el Hollywood de Sudamérica de Adriana, y El entusiasmo de Ricardo Larraín.
Por esos años, el Pelao ya se había dado a la bohemia casi como una forma de vida, siguiendo los pasos de algunos de sus escritores favoritos como Charles Bukowski y William Burroughs (sépase que el libro de cabecera del “Pelao” es El almuerzo desnudo). Además, obtiene un diplomado en Televisión Documental en la Universidad de Santiago, estudia guión literario con Gerardo Cáceres (Johnny Cien Pesos) y gestión y programación audiovisual para Centros Culturales.
El año 2004, el “Pelao” publica su primer libro de cuentos, Pequeños vicios que no podemos dejar (Ediciones Santos Ossa). Desde el año 2010 comienza a escribir y asesorar guiones de ficción. Varios de sus textos para cortometrajes de ficción ya han sido llevados a la pantalla: Mallku y La teoría del olvido (Dir. Jorge Donoso), La cruz de hierro (Dir. Erick Aeschlimann) y Memudo (Dir. Jona Cadet). Junto al cineasta ecuatoriano Sebastián Trujillo desarrollo el guión del largometraje Taxímetros lo que lo lleva a obtener el galardón a Mejor Guión en la categoría Inception en el Festival Internacional de Cine de Oaxaca (México, 2018), y ser parte de la selección oficial del Festival de Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana (Cuba), en Cannes Screenwrite Contest, Jaipur International Film Festival (India) y Transilvania International Film Festival (Rumania). Junto a Trujillo, está desarrollando actualmente el guión del largometraje de ficción La última salsa.
Escribió el guión del largometraje Parío y Criao de Jorge Donoso, que entre 2018 y 2019 ganó el premio Work in Progress en el Festival Internacional de Cine de La Serena (2018), el Premio Especial de Jurado Categoría Largometraje Juvenil en el Festival Internacional de Cine de Valdivia (2019), Premio del Premio del Público, Antofacine (2019) y Mención Honrosa en Largometraje de Ficción Regional en el Festival Internacional de Cine de La Serena (2019). Junto a Donoso, está desarrollando el guión del largometraje de ficción Los días más felices de nuestras vidas y en solitario, está trabajando el proyectos para series de TV: 50 tiros (thriller tecnológico), Feroces (drama de acción protagonizado por mujeres) y El vendedor de libros (suspenso).
En 2018, el “Pelao” publicó su primera novela La lógica de los escarabajos (Ediciones Hurañas) que fue muy bien recibida en Antofagasta y se vendió como pan caliente en pleno centro durante el verano de 2019, gracias al apoyo de Danilo Pedamonte e incluso, usando como punto de venta, el conocido bar restorán La Leonera.
En julio de 2020, logró una de las dos menciones honrosas en el V Concurso Literario del Cementerio Metropolitano, con la novela La persistencia de la memoria. Actualmente, trabaja en varios proyectos de novela.
Uno de los más acabados es Código demiurgo, un relato de ciencia ficción planificado como la primera parte de una trilogía, que mezcla la investigación de un asesinato con la creación de inteligencias artificiales, el uso de drogas psicoactivas, tecnología biomecánica y la práctica del bokononismo, la pseudo religión creada por Kurt Vonnegut en su novela Cuna de gato.
Aquí, un fragmento de la obra:
«Diego me ayudó a traspasar los muros y los controles policiales levantados en Plaza Italia hasta llegar a un tugurio ubicado en calle Bilbao, rompiendo barreras informes de prostitutas y Transexuales de primera categoría; traficantes de órganos y cultivadores de parásitos, Neomassai mendicantes, Musulmanes Agnósticos hacinados entre las baratijas que comerciaban, plañideros Cristianos Sicosomáticos prediciendo el fin del mundo y gitanos cuánticos que atesoraban las más extravagantes piezas biomecánicas que les ayudaran a construir una máquina del tiempo que los devolviera a su lugar y mundo de origen. Monasterio comentaba que íbamos a un lugar tranquilo, con buena música, psicos artesanales, cabinas amnióticas de última generación para hacer más patente el viaje invertebrado por los territorios de la Neurored. Dado el ambiente que nos rodeaba en aquella caminata por una especie de Gondor ultrajado, dudé de sus palabras pero la verdad era que el Magnum Opus, ubicado en el subsuelo de una antigua casona estilo inglés de tres pisos que se había convertido en un atiborrado burdel, tenía una atmósfera que invitaba a dejarse caer en los brazos de unas buenas dosis de matamoscas o mejor aún, de keon. Noté que Monasterio era habitual en el local por la forma en que se movía y relacionaba con las personas que pululaban entre los espacios iluminados tenuemente desde el piso, todos ellos hechos con el mismo molde genético que tanto le agradaba a las familias dominantes: cabellos claros y alborozados, ojos verdes o celestes y si era mejor, heterocromos; cuerpos esculturales producto no sólo de los tratamientos híbridos endogámicos, sino que también de largas horas en el gym; clones asépticos que me recordaban las marchas hitlerianas filmadas por Riefenstahl, convertidas en una ucronía en la que Adolfo había ganado la guerra, reemplazando las esvásticas por logotipos de un modista que se vanagloriaba de haber unido todos los colores.
«Sentí deseos de dar media vuelta y perderme entre las luces multicolores de la calle y los cánticos guturales de los gitanos cuánticos, pero en el preciso instante en que esperaba que Diego se distrajera para saludar a otro de sus amigos y escabullirme, las luces de un pequeño escenario se encendieron lentamente, revelando a un sexteto que comenzó a improvisar algo de doom-jazz. Mis pies se anclaron al piso y mis oídos liberados, se focalizaron en el sonido tétrico y apocalíptico que comenzaba a diseminarse por todo los espacios del boliche y de mi mente.
«Monasterio me sacó de la cataplexia que se había apoderado de mis sentidos para anunciarme que había un par de cabinas amnióticas disponibles.
«Nos enterramos en un nuevo nivel inferior, en donde se desplegaba una bodega de grandes dimensiones, iluminada a parpadeos inconstantes y en donde había instaladas cabinas más parecidas a féretros de baquelita que a instrumentos tecnológicos vanguardistas, guiados por una mujer de unos cuarenta años, que a pesar de la ceguera que manifestaban sus globos oculares sin pupilas –seguramente, un efecto indeseado de la manipulación genética en una inmunda probeta de clínica clandestina periférica– se movía con precisión por el lugar, indicándonos las cabinas que ocuparíamos para vivir una breve realidad ajena, sumergidos en el magma original de la concepción reinventado en un frío abrazo que propiciaba el retorno a úteros cuyo cordón umbilical no era más que una serie de datos que abrían las puertas a millones de universos paralelos.
«Sentí arcadas. Traté de no imaginar de dónde habían sacado el líquido amniótico, aunque era inevitable no visualizar el sacrificio de millones de nonatos encerrados en sus sacos vitelinos mientras parteras insensibles los estrujaban hasta sacar la última gota de hidramnios de sus cuerpos raquíticos y lívidos para venderlos al mejor postor.
«Me dejé llevar por la oscuridad y el efecto remanente de los psicos que en ese contexto, generalmente me llevaban a recorrer algunos pasajes de mi infancia en los que esperaba encontrar alguna respuesta al presente agobiante, aunque jamás había tenido éxito en ello. Pero esta vez fue diferente; me vi flotado en un espacio en blanco, sin captar ninguna sombra proyectada o algún rincón geométrico en el cual buscar anclaje; en la distancia se dibujaba un paisaje que en principio no pude identificar pero al que me acerqué lleno de curiosidad. Se trataba de uno de los escenarios recurrentes de mi Demiurgo, pero antes de llegar a él, la figura de una mujer, de proporciones mucho mayores a las mías, se perfiló, cerrándome el paso, envolviéndome, solidificándose mientras yo estaba en sus entrañas, deslizando un arrullo subliminal que mi conciencia no podía procesar, mientras me asimilaba a sus células a pesar de mi resistencia…
«Salí de la cabina. Descompuesto, observando el entorno en penumbras fluorescentes. A duras penas, moví mi trasero convertido en un panzer oxidado, para ponerme de pie y recuperar no sólo el equilibrio, sino que también la cordura. Ahí, entre las moribundas luciérnagas eléctricas, apoyada en el borde de la cabina amniótica que estaba en frente, desnuda al igual que yo, vi por primera vez a Carmen».
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Rodrigo Ramos Bañados (Antofagasta, 1973), es escritor y periodista. Publicó las novelas Alto Hospicio, Pop, Namazu, Pinochet Boy y Ciudad berraca, además del libro de crónicas Tropitambo. Actualmente es becario del fondo del libro por la Región de Tarapacá.
Imagen destacada: Iván Ávila.