«Ascensor para el cadalso»: El filme de Louis Malle que anunció a la Nouvelle Vague

A pesar de no ser un miembro de la Nueva Ola ni tampoco ser considerado como tal por sus integrantes, el realizador francés preparó la antesala a esta corriente con su ópera prima, al compartir las temáticas, técnicas y un estilo de hacer cine: sus personajes principales, sin ir más lejos, anticipan lo que serán los protagonistas de «Sin aliento», de Jean–Luc Godard.

Por Gabriel Anich Sfeir

Publicado el 11.8.2020

La década de 1950 en Francia es la de los avatares de la Cuarta República, aquel inestable régimen parlamentario instaurado por la Constitución de 1946. Son los años del gradual pero violento desplome del imperio colonial francés, primero con la independencia de Indochina en 1954 y después con la larga guerra de Argelia, así como movimientos por la emancipación de las colonias en África. Francia participa activamente en los inicios del proceso de integración europea de posguerra con la creación del Mercado Común con los Tratados de Roma de 1957 (aunque antes rechazó la creación de un Ejército europeo) y entrega el territorio del Sarre a Alemania Federal ese mismo año, resolviendo el conflicto entre ambos países.

En el cine, es una década fructífera marcada por el ostentoso cinema d’qualité (Autant-Lara, Clément) y su rechazo por los jóvenes cinéfilos de la revista Cahiers du Cinema. Los cuestionamientos a la forma de hacer y ver cine en Francia por parte de Bazin, Truffaut, Chabrol, Godard, Rohmer y otros abrieron el camino a la Nouvelle Vague como la corriente que revolucionaría todos los conceptos que se tenían hasta ese entonces del séptimo arte. Surge paralela además a la Nueva Ola, en caso alguno antagónicas, la Rive Gauche de Resnais, Marker y Varda. Otros réalisateurs de esta época prefirieron seguir un camino propio como Roger Vadim, Claude Lelouch, Jean Pierre Melville y, quien nos convoca en esta oportunidad, Louis Malle (1932-1995).

Malle nació en una familia de industriales del norte de Francia y se educó durante la Segunda Guerra Mundial en un internado católico cerca de Fontainebleau. Estudió algunos años ciencias políticas en París para inclinarse definitivamente por el cine. Comenzó su carrera como asistente del explorador Jacques-Yves Cousteau, con el que codirigió El mundo del silencio (Le Monde du silence, 1956) largometraje documental de las profundidades del océano que les valió la Palme d’Or en el Festival de Cine de Cannes de 1956. Ese mismo, Malle asistió a Robert Bresson en Un condenado a muerte se ha escapado (Un condamné à mort s’est échappé ou Le vent souffle où il veut, 1956), sobre la fuga de un miembro de la Resistencia desde la cárcel de Montluc donde ha sido recluido por los invasores alemanes durante la Guerra.

El primer largometraje de ficción de Malle en solitario es Ascensor para el cadalso (Ascenseur pour l’échafaud), basado en la novela homónima del búlgaro Noël Calef y estrenada en enero de 1958. Este filme significó la consagración como actriz de Jeanne Moreau, respetada intérprete de la Comedie Française y hasta entonces sin mayor éxito en la gran pantalla. Malle volvería a dirigir a Moreau en la controversial de Los amantes (Les Amants), estrenada en Venecia en septiembre de ese mismo 1958, situándose entre los grandes nombres del cine francés de posguerra. Esto le lanzaría en una prolífica carrera tanto en su país natal (Lacombe, Lucien, 1974; Adiós a los niños/Au revoir les enfants, 1987) como en los Estados Unidos (Pretty Baby, 1978; Atlantic City, 1980).

La acción transcurre la tarde de un sábado en París. Julien Tavernier (Maurice Ronet) es un excombatiente de la Guerra de Indochina que trabaja para el rico empresario Simon Carala (Jean Wall) y que es amante de Florence (Moreau), la mujer de su jefe. Julien y Florence han planificado asesinar al señor Carala en sus oficinas y hacerlo pasar por un suicidio, para escapar de la ciudad ese mismo día. Julien ingresa por los balcones y ventanas del edificio corporativo de Carala y lo mata a disparos y sale sigilosamente del inmueble mientras Florence espera en un café cercano. El crimen ha tenido éxito, pero cuando Julien se percata que dejó la cuerda que usó para entrar al despacho de Carala, se devuelve a recogerla sin avisar a Florence. Justo el personal del edificio cierra las puertas y corta la electricidad del mismo por el fin de semana, dejando a Julien encerrado en el ascensor.

Los caprichos del azar no terminan aquí: la pareja de adolescentes Louis (Georges Poujouly), un delincuente de poca monta, y Véronique (Yori Bertin), empleada de una floristería, ven el Chevrolet convertible abandonado de Julien y deciden darse una escapada en el mismo. Florence se confunde y piensa que su amante la ha dejado por otra mujer, por lo que deambula por las calles parisinas tratando de dar sentido a los acontecimientos.

Las aventuras de Louis y Véronique continúan en un motel carretero en el que se alojan entregando los datos de Julien, pues sus documentos y demás enseres se encontraban en el vehículo. En el motel conocen a un matrimonio alemán de Horst (Iván Petrovich) y Frida Bencker (Elga Andersen), a quienes tratan de robar su Mercedes-Benz, con nefastas consecuencias. Las cosas se complicarán aun más con la aparición del comisario Cherrier (Lino Ventura), encargado de investigar los hechos imputados a Julien, todavía encerrado en el ascensor.

Hecho este resumen del filme, Malle presenta una historia que toma elementos del noir americano para llevarlos a un contexto francés y con claras influencias de directores como Alfred Hitchcock o Nicholas Ray. A pesar de no ser miembro de la Nueva Ola ni tampoco ser considerado como tal por sus integrantes, Malle prepara la antesala a esta corriente con Ascensor…, al compartir las temáticas, técnicas y estilo de hacer cine. Ya la pareja de Louis y Véronique anticipa lo que serán los protagonistas de Sin aliento (À bout de souffle, 1960) de Jean–Luc Godard.

La fotografía de Henri Decae nos muestra un París distinto de aquel de los palacios y glamour que han caracterizado a la Ciudad de las Luces. Al contrario, la cámara nos lleva al moderno edificio que alberga las oficinas de Carala en la Rue des Courcelles, así el motel en el que hospedan los adolescentes sin ley. Las calles están llenas de automóviles, muchos de ellos extranjeros. Florence vagabundea por los Campos Eliseos y el Boulevard Haussman, deteniéndose en cada bar por si es que encuentra allí a Julien. La ciudad moderna es una ciudad amoral, sin respeto por la vida o el patrimonio ajenos. Sea que estén atrapados en el ascensor, en el calabozo de la comisaría o en un matrimonio infeliz, los personajes tienen que enfrentarse a una sociedad carente de valores que les ha abandonado a su suerte.

También está presente el tema internacional. Sabemos que Julien combatió en la Legión Extranjera como paracaidista en Argelia e Indochina, por lo que no tendrá remordimientos en asesinar a su propio empleador. A su vez, Carala es un empresario con inversiones mineras y petrolíferas en África y que se ha valido de la guerra de Argelia en curso (terminará en 1962) para aumentar sus ganancias. El encuentro entre los jóvenes delincuentes y el matrimonio Bencker ilustra la compleja relación entre Francia y Alemania, que no pueden dejar atrás sus sangrientas rivalidades en el pasado para iniciar una etapa de cooperación y “amistad”.

Pero uno de los ingredientes más notables de Ascensor… es la banda sonora original a cargo del trompetista americano Miles Davis. Éste la compuso improvisadamente durante una madrugada y sus acordes marcan los momentos clave del filme: la llamada telefónica inicial entre los amantes, la huida de los jóvenes, el encierro de Julien en el ascensor, las indagatorias de la policía y, sobre todo, los paseos de la desorientada Florence caminando de noche por los Campos Eliseos. El melancólico jazz es la pieza perfecta para acompañar la cada vez más angustiante soledad del presente. Nos da además sonidos de lo que hará Bernard Herrmann con el taxista veterano de Vietnam en Taxi Driver (1976) de Martin Scorsese.

Así, la ópera prima de Malle constituye un ejemplo de cómo el azar frustra los planes de alcanzar una vida mejor, ya sea en lo económico o en lo afectivo. Un aire pesimista se respira en el mundo de los jóvenes inmaduros y los adultos perdidos, donde nadie sale impune ni mucho menos indemne.

La libertad suprema y la eterna cárcel están separadas sólo por algunos pisos.

 

*‘Ascensor para el cadalso’ fue galardonada con el Premio Louis Delluc a la mejor película francesa del año 1958, por un jurado de críticos y expertos en cine. Está disponible en Qubit TV.

 

 

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Gabriel Anich Sfeir (Rancagua, 1995) es egresado de Derecho de la Universidad de Chile y ayudante en las cátedras de Derecho Internacional Público y Derecho Comunitario en la misma universidad. Sus principales aficiones son la literatura policial y el cine de autor.

 

 

 

Tráiler:

 

 

Gabriel Anich Sfeir

 

 

Imagen destacada: Charles Denner y Jeanne Moreau en Ascenseur pour l’échafaud (1958).