Estrenada en abril de 1947, esta obra audiovisual —basada en un argumento original de Orson Welles— resume las ideas filosóficas y artísticas del genial realizador inglés durante su última etapa creativa, con ese mérito siempre añadido del gran comediante, de hacernos reír sin rechazar jamás la amargura.
Por Gabriel Anich Sfeir
Publicado el 20.8.2020
Desde el estreno de Carreras de autos para niños (Kid Auto Races at Venice) en febrero de 1914, el mundo conoció al vagabundo de sombrero hongo y bastón (Carlitos en América Latina y Charlot en España) interpretado por el londinense Charles Chaplin, probablemente el personaje más señero de toda la historia del cine. Después de una infancia de muchas privaciones en su Inglaterra natal, Chaplin migró a EE. UU. con la compañía de vodevil de Fred Karno, donde se puso a rodar cortometrajes de comedia para el canadiense Mack Senett. El éxito no tardaría en llegar.
Chaplin escaló hasta convertirse en el actor mejor pagado de Hollywood y fundar su propia compañía, la United Artists, junto a otros importantes actores como el matrimonio de Mary Pickford y Douglas Fairbanks y el director David W. Griffith en 1919. Las comedias de Chaplin se enmarcaban dentro del slapstick y la pantomima propios del cine mudo, pero también con una fuerte crítica social. Se trataba de críticas al sistema capitalista posrevolución industrial, poniendo en escena a un humilde vagabundo maltratado por la vida, metido en problemas con la policía o con miembros de la alta sociedad, pero que logra escapar gracias a su humor cargado de humanidad.
La llegada del sonoro significó un desafío serio para Chaplin, reacio a abandonar ese humor universal sin palabras. Su personaje del vagabundo fue adaptado a un disparatado obrero de fábrica en Tiempos modernos (Modern Times, 1936) y un barbero judío confundido con Hitler en El gran dictador (The Great Dictator, 1940). Carlitos fue definitivamente desplazado por un nuevo personaje totalmente distinto a lo hecho antes por Chaplin, ya entrando a los terrenos de la comedia negra y el crimen.
Monsieur Verdoux está inspirada en el caso del asesino en serie francés Henri Desiré Landru (que asesinó a 10 mujeres y a un hombre entre 1914 y 1919) y surgió como una idea original de Orson Welles sugerida a Chaplin de hacer en conjunto un filme sobre la vida de Landru o algún Barbazul basado en este asesino de la vida real. Chaplin tomó las riendas del proyecto en solitario, si bien incluyó la historia de Welles en los créditos.
Estrenada en abril de 1947, Verdoux salió en un mal momento para Chaplin por sus escándalos sexuales y también por las acusaciones de ser comunista (nunca lo fue, pero eran evidentes sus visiones progresistas) en los albores de la Guerra Fría. Ni la crítica contemporánea ni las audiencias estadounidenses fueron favorables al nuevo estilo de Chaplin, e incluso la película fue censurada en algunas ciudades por sus mensajes pacifistas y “anti-americanos”. La caza de brujas obligó a Chaplin (y también a Welles) a partir al exilio en Europa en 1952, sólo regresando a EE. UU. en 1972 para recibir un Oscar Honorífico.
El humor social de un visionario
El argumento del filme sigue las aventuras de Verdoux, un cajero de banco sin empleo por culpa del crack de 1929, con una mujer inválida y un hijo al que mantener. Con este motivo, empleando identidades falsas, corteja a viudas acaudaladas para casarse con ellas y después asesinarlas, apropiándose así de su dinero y propiedades. Verdoux lleva de esta manera un estilo de vida burgués, con aficiones como el cultivo de rosas o la colección de antigüedades. Se desplaza por toda Francia para encontrar más mujeres y seguir con sus fechorías, fijando su residencia en París mientras su familia vive en otra ciudad.
Chaplin construye su obra (dirige, produce, escribe, actúa y compone) con un elegante humor negro y toques de lo que fueron sus comedias de la etapa muda. De esta manera, los vecinos de Verdoux nada hacen cuando ven columnas de humo negro saliendo del incinerador de la casa de una de sus víctimas. Otra de éstas es la deslenguada madame Bonheur (Martha Raye) a la cual Verdoux trata de asesinar por todos los medios posibles haciéndose pasar por capitán de navío. Pero no lo logrará, en parte gracias al carácter imprevisible de Bonheur, ya sea porque se confunden bebidas envenenadas con tónicos para el cabello (para disgusto literal de Verdoux) o cuando ella arme escándalo en un bote a remos sin darse cuenta que él está tratando de estrangularla o de lanzarla por la borda.
Otro de los momentos más divertidos de Verdoux es cuando el asesino decide contraer matrimonio con otra viuda, mayor que él. El día de la boda, Verdoux se da cuenta que Bonheur viene acompañando a uno de los invitados, por lo que se esconde y fuga de la misma manera que el vagabundo Carlitos escapaba de la policía treinta años antes.
Pero Chaplin no desaprovecha Verdoux para seguir con su humor social: este Barbazul se ve lanzado al crimen debido a la cesantía causada por la crisis financiera y debe sortear las dificultades de un sistema financiero cada vez más inestable, a fin de pagar sus deudas y mantener su estilo de vida, aunque se mantenga alejado largas temporadas de su mujer e hijo.
Y a esa crítica social se suma el humanismo propio del cine del londinense: Verdoux desarrolla una sustancia para envenenar sin dolor y decide probarla en un mendigo. Justo encuentra a su potencial víctima: una muchacha belga sin nombre (Marilyn Nash), viuda de un inválido de la Primera Guerra Mundial y saliendo de la cárcel después de cumplir una condena por hurto.
Después de un diálogo en su casa, con la copa de vino envenenado lista, la chica le cuenta de sus impresiones de cómo la vida puede ser maravillosa a pesar de todas sus desgracias, comentando el Tratado sobre el suicidio de Schopenhauer. Conmovido, Verdoux se arrepiente del crimen que se apresta a cometer y tira la copa envenenada, salvando a la joven y entregándole además dinero para que pueda subsistir.
Es posible relacionar esta película con Tiempos modernos: el Carlitos obrero de fábrica sufre las inclemencias del capitalismo industrial de la Gran Depresión, pero adopta ante la vida cruel, una mirada optimista y sonriente de lo que puede ser el futuro. Pero 11 años después, Chaplin ya no está tan optimista de ese futuro: ha concluido la Segunda Guerra Mundial con sus macabras consecuencias, y los EE. UU. tienen el mando hegemónico del mundo occidental en desmedro de una Europa reducida a cenizas. Verdoux también es una víctima de la crisis de la economía laissez-faire, pero la situación es cada vez más sombría. El asesino tendrá que responder por sus crímenes, incluso si el castigo es la guillotina.
El amoral Verdoux dará cuenta a la sociedad no sólo de cómo la crisis lo impulsó al delito, sino que se justificará en que un asesino serial de viudas no es peor que los gobiernos promotores de guerras y armas de aniquilación masiva: “Respecto a lo de asesino en serie, ¿no es algo que el mundo alienta? En comparación a un asesino en masa, soy sólo un aficionado”, se defiende Verdoux en el proceso en su contra. Pagará por sus actos, pero escapará, mediante la muerte, de un mundo dominado por la corrupción de los hombres.
El mérito del gran comediante fue hacernos reír sin rechazar la amargura.
Charles Chaplin fue nominado al Oscar a Mejor Guión Original por escribir ‘Monsieur Verdoux’, así como el film fue reconocido como la mejor película de 1947 por el National Board of Review de EE.UU. Disponible en Qubit TV.
*Reseña autorizada para ser publicada exclusivamente en Diario Cine y Literatura.
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Gabriel Anich Sfeir (Rancagua, 1995) es egresado de Derecho de la Universidad de Chile y ayudante en las cátedras de Derecho Internacional Público y Derecho Comunitario en la misma Casa de Estudios. Sus principales aficiones son la literatura policial y el cine de autor.
Tráiler:
Imagen destacada: Charles Chaplin en Monsieur Verdoux (1947).