Bajo el subtítulo «Una historia de la diversidad de género en el mundo antiguo», esta monografía del académico chileno Roberto Suazo (en la imagen destacada) plantea el desarrollo desde sus orígenes en la civilización occidental, de una interrogante existencial y cultural siempre vigente en el acontecer de su evolución antropológica. Si nada va a satisfacer nunca a la esencia de la especie humana, ¿por qué negar unos comportamientos y afirmar otros?
Por Carlos Pavez Montt
Publicado el 25.9.2020
Un estudio sobre un tema específico debería encontrar, al menos según lo que dicte la recepción, cierta diferencia entre la forma y el sentido. Porque la subjetividad, en su intención demostrativa o expresiva, respecto a las relaciones que predominan en su mundo, deja un rastro, una huella que no puede escapar a los ojos ni a los juicios que se establecen desde su polo ambivalente, opuesto, semejante y contradictorio.
Esta relación, enmarcada dentro del interés que suscita el tópico de estudio, podría definirse como fructífera y reveladora al mismo tiempo. Por un lado, entrega una opinión fundamentada en las legitimaciones institucionales que le dan peso a la nómina autorial. Por el otro, extrae de la muchas veces injusta oscuridad en la que está sumido el pensamiento crítico, tal vez por culpa de la industria cultural y de la hegemonía que aplica tanto en lo artístico como en lo ideológico.
La diferencia de una obra que reflexiona sobre un aspecto universal, respecto a esas estructuras que fundamentan las relaciones simbólicas dominantes de hoy, debe encontrar su lugar entre las capas que permiten su existir consistente y constitutivo. Es decir, tiene que abrirse paso entre los preceptos de la cultura cosificada, las bases de la argumentación y los tenues hiatos permitidos para la codificación de un mensaje contingente, total, absoluto.
La consistencia de una obra es, en términos más formales, una apreciación, una estructuración del texto en la que es posible desenmascarar los motivos primordiales del mismo. Una denuncia respecto a la dominación simbólica, a las jerarquías que dominan el llamado sentido común, por ejemplo, nos entregan una dimensión que debiera estar en armonía con la propuesta y las proposiciones literarias de su enunciación.
La constitución se mezcla, entonces, con la consistencia que las obras de arte necesitan para formar una totalidad de cualquier modo. Lo que no es lo mismo, ya que, en realidad, para que un estudio se constituya como un mensaje crítico, debe proponer algo que vaya en contra de la hegemonía de este mundo ilustrado, racional; en fin, hipercientífico. Roberto Suazo logra, a través de sus variados análisis, una expresión totalizadora de la relatividad identitaria presente en el mundo.
Específicamente, lo que el estudioso chileno intenta es derribar los mitos que se establecen alrededor del género. Una discusión muy pertinente al día de hoy. En una sociedad que excluye de manera aséptica a algunas positividades, las mismas que quedan negadas tras la exclusiva voluntad de afirmación. En otras palabras, el género sería un invento hegemónico que, antes de la ideología de las sociedades patriarcales, no poseía un dominio tal como el que conocemos hoy.
Mediante la mitología antigua, el estudioso chileno da con las claves que convierten a la historia en un elemento potencial para la interpretación. El mundo reside en lo que han hecho de él a través de los tiempos. Nada está establecido de modo prioritario ni natural. Lo que pesa es la imposición: la negación, que el pensamiento posmoderno se empeña en eliminar, sigue escribiendo y editando los libros de los colegios.
En el mismo sentido común, que se alimenta de los medios masivos de comunicación, residen muchísimas discriminaciones. El tema es que se camuflan bajo distintas expresiones lingüísticas que poseen un peso histórico. Que pertenecen a la tradición. Lo lamentable es que no a todas las personas les gusta mirar el suelo. Por otra parte, es difícil eliminar lo que es parte de nuestra constitución.
De manera muy notable, Roberto establece, en el prólogo, una imagen que nos permite asimilar la construcción de la identidad en estos tiempos hipermodernos. El viejo que encarcela al pájaro, en palabras simples, claro, es la expresión fidedigna de las formas de ser que recaen sobre los cuerpos. La cotidianeidad está repleta de estas figuras simbólicas que, por dominantes, presionan la subjetividad de los individuos.
Luego, en la introducción, se nos revela al mito de Procusto. El hospedero que tenía una obsesión. Un mito que nos revela la permanente constricción del sujeto en nuestros tiempos. Los que, tal como lo expresaron Adorno y Horkheimer en su tesis del mito y la Ilustración, se vienen desarrollando desde los momentos en los que la sociedad griega instauró su democracia exclusiva y su dominio en distintos sentidos.
Esto lo deja muy claro el autor chileno. Es a través de los relatos antiguos, que constituyen buena parte de las bases de nuestro mundo, como la dominación de las estructuras simbólicas dominantes se hacen con la materialidad; el poder de la significación en nuestros cuerpos se da por el establecimiento de la tradición. Si nada va a satisfacer nunca a la identidad de la especie humana, ¿por qué negar unos comportamientos y afirmar otros?
Al final, creo que lo que Suazo quiere defender es la libertad de expresión. Pero no esa que venden en los medios y en las obras artísticas exitosas, sino la que encuentra su propia contingencia en el presente de su mundo. Los hechos actuales no están infundados en la realidad, y el pasado no es una cosa lejana que no ejerza influencia sobre los cuerpos. La negación y la manipulación de las identidades existe. Y debemos reflexionar y cuestionarnos sobre nuestra actitud respecto a dichos fenómenos.
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Carlos Pavez Montt (1997) es licenciado en literatura hispánica de la Universidad de Chile, y sus intereses están relacionados con ella (con la literatura en lengua romance), utilizándola como una herramienta de constante destrucción y reconstrucción, por la reflexión que, el arte en general, provoca entre los individuos.
Imagen destacada: Roberto Suazo.