La obra del autor español (San Sebastián, 1959) ha vuelto a instalarse en el debate público y cultural internacional, luego de que se realizara una traslación audiovisual de su argumento —dirigida por el cineasta Aitor Gabilondo—, y la cual se exhibe actualmente vía streaming y a través de la televisión pagada. Recordemos que el argumento del volumen se basa en la violencia ideológica que asoló al País Vasco durante los años 80 y la década de 1990, a causa de la acción del desaparecido grupo separatista ETA.
Por Jordi Mat Amorós i Navarro
Publicado el 30.9.2020
España camisa blanca de mi esperanza
reseca historia que nos abrasa
con acercarse sólo a mirarla
paloma buscando cielos más estrellados
donde entendernos sin destrozarnos
donde sentarnos y conversar.
Víctor Manuel San José
La violencia es el miedo a los ideales de los demás. Lo que se obtiene con violencia, solamente puede mantenerse con violencia.
Mahatma Gandhi
Patrias
Aramburu nos ofrece una excelente novela —de esas que atrapan de principio a fin— con el telón de fondo del comúnmente denominado «conflicto vasco», una historia de ficción que pretende ser un reflejo de la dura realidad vivida allí tras la dictadura franquista y antes de la disolución de la organización terrorista ETA.
En palabras del propio autor en una entrevista al medio barcelonés El Periódico, la novela: “hace una radiografía de un elenco de personajes con la que el lector tiene la posibilidad de acceder a la vivencia íntima de la violencia y las condiciones sociales a los que han tenido que vivir numerosos ciudadanos vascos”.
Antes de iniciar mi análisis creo oportuno resaltar que no conozco en propia carne la realidad vasca —me avergüenza confesar que casi no he pisado esa bella tierra— pero sí la española y la catalana dado que siempre he vivido entre Barcelona y su área metropolitana. Este análisis de la obra y sus implicaciones políticas se articula pues con esta limitación, es una opinión personal desde mi vivencia y sentir.
A mi entender Patria también habla —especialmente en el no hablar— de la peculiaridad de un país en el que convergen pueblos muy distintos como es España, una nación con muchas patrias. El libro vio la luz en un momento en que cobraba fuerza el conocido como «conflicto catalán» o “problema catalán” del que traté en su día en un artículo publicado en este medio titulado Oda a la Catalunya hispana, ibérica y cosmopolita.
Como es sabido tanto Euskal Herria como Catalunya tienen una singularidad histórica que se traduce para muchas de sus gentes en un marcado nacionalismo. Nacionalismos ambos que han tenido y tienen como “enemigo” la España nacionalista tan tristemente emparentada con pasados dictatoriales en los que sólo cabía una patria y una lengua.
En esta plurinacionalidad, unos sienten esa pertenencia a un territorio de forma exclusiva mientras que otros sentimos esa pertenencia a dos o más territorios sin problema alguno. Y cada uno lo siente con mayor o menor pasión, en eso consiste la riqueza de la variedad humana. El punto conflictivo está en convertir la pasión en intolerancia al otro sentir. Intolerancia que en manos de los poderes —gobiernos, medios y organizaciones— fomenta la escisión social en bandos, la escisión en dos: el bien y el mal, arquetipos que se invierten para cada colectivo. Escisión que en la radicalidad se torna férrea e irreconciliable.
España necesitaría recuperar el espíritu de diálogo y conciliación de la llamada transición, lo cual no significa el quedarse enrocados en sus frutos. Entiendo que necesitamos ese espíritu que permitía buscar consensos para mejorar las instituciones —especialmente el Poder Judicial— y la Constitución —muy condicionada por ese pasado franquista— que entiendo necesita una revisión profunda para adecuarla a nuestro tiempo.
Ojalá los gobernantes fueran capaces de sentarse escuchando al otro dejando de lado el tristemente común sólo escucharse a sí mismos, ojalá tomaran decisiones por el bien general y no partidista, ojalá pensaran más allá del cortoplacismo electoral… ojalá fuera así.
Pero este ojalá en la actualidad parece casi un imposible, es lamentable cómo se han encarado las actuaciones a seguir en estos tiempos de pandemia que requerirían un máximo de entendimiento entre gobiernos y opciones políticas. En mi opinión pocos dirigentes han sabido estar a la altura requerida en una situación de emergencia grave, donde se ha evidenciado que faltan líderes del bien común y sobran “líderes” de egoísmos partidistas (no sólo de partidos políticos).
Familias rotas
He mencionado la transición como tiempo ejemplar de diálogo, pero a pesar de ello ETA siguió actuando en ese periodo incluso con mayor fuerza que en plena dictadura. El último atentado se produjo —ya superada esa etapa— en marzo de 2010 y ocho años más tarde la organización terrorista —muy debilitada— anunció su disolución.
Las causas que llevaron a esa persistencia en la actuación serían motivo de otro análisis, en todo caso es de señalar que la simpatía por ETA tras la dictadura descendió notablemente entre la población vasca y creció el silencio cómplice por el miedo. En esos tensos años de democracia y terrorismo se sitúa la trama de la novela.
Los protagonistas son miembros de dos familias amigas residentes en una población gobernada por la izquierda abertzale o la izquierda nacionalista vasca. De todos los integrantes de esas familias las madres son las que tienen un vínculo más estrecho, Miren y Bittori —así se llaman ellas— son amigas íntimas desde la infancia.
Todo cambia cuando Txato —el esposo de Bittori— es señalado por ETA tras negarse a seguir pagando el chantaje terrorista que la organización denominaba “impuesto revolucionario”. Al negarse a seguir pagando porque en un primer momento el empresario de transportes cedió a su chantaje pero luego ante nuevas exigencias tomó la valiente decisión que marcó su vida y la de su familia
De entrada Txato fue rechazado en su círculo de amistades y tanto él como los suyos considerados enemigos de la causa por todos: por los que la defendían por convicción y por los cobardes cómplices que a mi entender son los que tienen más delito. La desafortunadamente común cobardía cómplice que daña, se sabe que el silencio del miedo hace tanto o más daño que el poder temido ya sea en una gran comunidad o en una pequeña comunidad como la familia.
Luego tras ese rechazo violento y las habituales pintadas amenazantes de presión, llega el atentado mortal que deja a una mujer viuda con hijo e hija mayores. Los tres cargan con el trauma, la chica no puede seguir conviviendo en ese ambiente y se marcha de allí. Bittori sigue en su pueblo natal con la carga añadida de ser señalada como “mujer de” y ver cómo se homenajean cual héroes a hombres que no dudan en asesinar a personas señaladas como objetivos tal y como ocurriera con su Txato.
Y su amiga Miren se convierte en defensora radical de la causa cuando su hijo Joxe Mari entra a formar parte de la organización terrorista. Ahora hay un abismo entre esas dos mujeres antes amigas, hay un abismo que es el de una sociedad regida por el radicalismo y el miedo. Aramburu retrata cómo vivencian ese abismo cada uno de los miembros de ambas familias con un realismo que conmueve e invita a reflexionar.
Y retrata también el ambiente radicalizado de ese pueblo en el que destaca el papel de los centros de reunión comunal: la taberna y la iglesia. Mención especial al párroco que defiende sin tapujos la lucha, un caso más a añadir a la lamentable lista de emisarios de dios que en vez de buscar la conciliación y rechazar la violencia abogan por la guerra “santa”, “patriótica” o el épico título que sea. Como bien expresa el autor: triste, muy triste actuar el de esos personajes que se hacen llamar emisarios divinos.
Aramburu nos deja un final esperanzador en un atisbo de reencuentro en esas dos mujeres cabezas de familia y en el arrepentimiento de Joxe Mari que pide abiertamente perdón por sus asesinatos. Un final que tiene cierta base real…
Desencuentros versus perdón y consensos
Patria parece inspirada en algún caso auténtico, así lo apunta Mikel Urretabizkaia —autor de Lo difícil es perdonarse a uno mismo, una biografía del exetarra Iñaki Rekarte en ElDiario.es, Mikel encuentra un gran paralelismo entre el personaje de Joxe Mari y de Rekarte.
Porque más allá de explicar una historia de desencuentros y perdón en Aramburu está la voluntad de retratar un conflicto que ha causado daño a mucha gente para que jamás se repita. Así lo expresa en la novela en su alter ego reconocido de ponente en un congreso: “Escribí sin odio contra el lenguaje del odio y contra la desmemoria y el olvido tramado por quienes tratan de inventarse una historia al servicio de su proyecto y sus convicciones totalitarias”.
Aramburu pretende hacerlo desde la neutralidad pero entiendo que fracasa en tan magna tarea, fracasa él como solemos fracasar todos aquellos que intentamos buscar el encuentro de los desencuentros. Y a menudo somos desacreditados o utilizados por los bandos en confrontación. En este sentido lamentablemente parece que Patria viene bien para algunos interesados en demonizar nacionalismos que no son el suyo.
Y en su contra en medios vascos se apunta —no sin razón— que Aramburu dedica bien poco espacio a relatar las torturas y la indigna actuación represora del Estado español que como es sabido creó el grupo terrorista GAL. Y se le critica el haber escogido no a un etarra de ideología de base o pura sino un hombre que por razones personales se enrola en la organización dando la imagen —así lo entienden sus críticos— de que en ETA hubo más pasión o rebeldía que conocimiento de causa.
En este sentido el periodista Ander Zurimendi en su artículo «Desmontando Patria o cómo ganar la batalla del relato», comenta:
—Patria no puede monopolizar la memoria vasca, la cual yo concibo en forma de puzzle. En la que cada uno aporte su relato, sus vivencias, su sufrimiento. Y en este puzzle, «Patria» sin duda es una pieza muy necesaria. Pero no es El Libro, en mayúsculas, si no una pieza más en el relato plural de lo que ha pasado en Euskal Herria.
Porque el no hablar o el casi no hablar es —a mi entender— un silencio que habla del estado de las cosas en España; sólo hay que darse cuenta de la polémica que desató el cartel de la serie que la plataforma HBO estrena ahora sobre la novela en la que se veían imágenes de ambos terrorismos y que suscitó un aluvión de críticas por equiparación.
Lamentablemente no hay perdón ni empatía y sí un regusto a venganza en demasiados patriotas de grandes banderas excluyentes que a menudo se definen también —al igual que el cura abertzale— como cristianos. Nuevamente el mantra de Aramburu: triste. Triste porque todos somos víctimas de un desencuentro bañado de sangre y que sólo el auténtico perdón que nace del amor que precisamente Jesús encarnó —como tantos grandes maestros— puede solucionar. Como bien dijo Gandhi: “ojo por ojo y todos ciegos”.
Por muy legítima que sea una causa se deslegitimiza en el momento que se emplea la violencia para “defenderla”, la violencia que puede ser verbal, gestual o física acaba con toda posibilidad de legitimización. Y una causa legítima se legitima con el apoyo mayoritario del grupo directamente afectado, en política el instrumento es un referéndum en el que la mayoría decide y un cambio de gran calado —como el de la independencia de un territorio o el modelo de Estado— a mi entender debería tener un apoyo holgado para ser implantado.
¿Cuándo superaremos la escisión en dos bloques?: la república y la monarquía, las derechas y las izquierdas, las naciones y la nación única… ¿Cuándo dejarán de darse la espalda esos simbólicos leones del Congreso que agarran cada uno su visión del mundo? ¿Cuándo podremos aceptar la visión del otro para mejorar el mundo que compartimos todos? ¿Cuándo conseguiremos unificar nuestros mundos en un gran mundo común en el que quepamos todos libremente?
*Dedicado a Encarna, Carmen y Javier, amigos y compañeros de banderas blancas.
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Jordi Mat Amorós i Navarro es pedagogo terapeuta por la Universitat de Barcelona, España, además de zahorí, poeta, y redactor permanente del Diario Cine y Literatura.
Imagen destacada: Afiche de la serie Patria (2020), de HBO.