Proyectado fuera de competencia en el 27° Festival Internacional de Cine de Valdivia —que se desarrolla hasta el próximo miércoles 14 de octubre—, el largometraje documental de la realizadora trasandina Ana Poliak se centra en la figura de un elegante vagabundo —ya fallecido— de la ciudad de Tandil, en la provincia de Buenos Aires.
Por Aníbal Ricci Anduaga
Publicado el 12.10.2020
Ana Poliak es la autora de este documental dramatizado que sigue las huellas de Bepo Ghezzi. La voz de la realizadora se deja oír al final, nunca formuló una pregunta al protagonista, un “croto” de la pampa argentina.
Bepo no terminó la primaria, sin embargo, su hablar poético deja traslucir a un hombre educado. Su timbre de voz es magnético y las historias que narra encierran un camino recorrido.
A la edad de dieciocho años abandona su pueblo natal. Fue anarquista en su juventud, querido por sus amigos, pero decide seguir las vías del tren que lo llevarán lejos.
Hay trayecto físico, pero esa lejanía se refiere a la sabiduría del hombre que transita por distintas estancias, en trabajos esporádicos y que en la ruta se encontrará con el “francés”, hombre culto que viene de Europa recorriendo arroyos, leyendo, pensando.
Sus encuentros serán sagrados con el correr de los años, compartiendo el silencio, bajo un molino dispuesto a un costado de las vías.
Bepo no es un linyera, tampoco un vagabundo, es simplemente un hombre que ama la libertad. No buscó posesiones, su amor de juventud perdura en sus pensamientos.
Un croto es un caminante, un errante que descansa mirando las estrellas luego de un día de trabajo. No necesita morada fija, aunque considera el trabajo como una obligación para ganarse su libertad. Trabajará en labores de la tierra en los distintos lugares a los que arribe.
“Crotear” es un verbo, significa pensar en libertad, imaginar, viajar más allá de donde llevan los pies.
Ajeno a la idea moderna de que el trabajo te hace esclavo. En una oficina verías todos los días los mismos rostros, aquellos que saben dónde queda tu escritorio y tu casa. Para este croto, su lugar de trabajo es el universo, su jaula es amplia. Los compañeros de faena serán caminantes que a veces cruzan sus caminos.
Bepo luego de veinticinco años vuelve a su pueblo natal. Sigue “croteando”, ahora con sus amigos de infancia, compartiendo un mate, sabe que el instrumento es su mente.
Un día el “francés” dejó de acudir a la encrucijada. ¿Habrá muerto? Bepo sabe que vivirá para siempre en sus pensamientos.
Ana Poliak es una hábil montajista, no se nota su presencia. Sabe cuánto duran los planos e intercala los nudos dramáticos según va contando Bepo. Imágenes donde los personajes no hablan, sólo se escucha el chirriar de las ruedas del tren sobre las vías. Es otro lenguaje, musical, lleno de silencios.
La realizadora nos cuenta una historia en la boca de otro. Escogió muy bien a su anfitrión. Bepo tiene experiencia en contar sus historias y los que lo conocieron saben apreciarlo. La cinta es un bello caleidoscopio que hace calzar las imágenes de los espejos.
Poliak interpreta las palabras de un artista, al fin y al cabo, Bepo es el artífice de su futuro. Cuenta historias que moldean el mundo, su universo hecho de libertad.
***
Aníbal Ricci Anduaga (Santiago, 1968) es ingeniero comercial de la Pontificia Universidad Católica de Chile y como escritor ha publicado las novelas Fear, El rincón más lejano, Tan lejos. Tan cerca, El pasado nunca termina de ocurrir, y las nouvelles Siempre me roban el reloj, El martirio de los días y las noches, además de los volúmenes de cuentos Sin besos en la boca, Meditaciones de los jueves (relatos y ensayos) y Reflexiones de la imagen (cine).
Tráiler:
Imagen destacada: Afiche de ¡Qué vivan los crotos! (1995).