[Novedad] «Encuéntrame», de André Aciman: Las partituras extraviadas del amor

Como primer apunte se puede decir que esta nueva entrega del escritor estadounidense nacido en Egipto (Alfaguara, 2020) está hecha para amantes de Italia, la música clásica, profesores románticos y homosexuales con aspiraciones al primer mundo y al viejo continente, pero ese radio no agota a sus posibles lectores.

Por Alfonso Matus Santa Cruz

Publicado el 17.11.2020

Sostener la trama de una novela mediante un romance no es un ejercicio tan simple como pudiere parecer a primera lectura, menos aún es hacerlo con tres, la voz de los personajes guiándonos en ese juego sensual de máscaras y deseos que se arrima con pujanza en el primer plano de una trama que, si bien se sostiene por sí misma, cumple el rol de secuela a la novela anterior de Andre Aciman —Llámame por tu nombre, el escritor norteamericano, nacido en Egipto (1951), que fue propalada a la fama gracias a su versión fílmica.

Como primer apunte se puede decir que esta entrega está hecha para amantes de Italia, la música clásica, profesores románticos y homosexuales con aspiraciones al primer mundo y al viejo continente, pero ese radio no agota a sus posibles lectores.

En esta novela se comienza en un tren, el padre de Elio viajando a Roma para una conferencia. El primer acto de cupido, cortesía de Aciman, es la aparición de una joven en el asiento de frente al hombre ya mayor, divorciado, que ya no creía fuera posible vivir una aventura donde el gozo carnal y la pasión lo arrojaran de lleno al momento presente.

Esta primera parte comienza como un torrente, una prosa contenida primero, que desglosa los detalles de la memoria, los silencios y los deseos con muleta que se cuelan en la conversación, hasta que el ritmo de la pasión aumenta y el registro de la prosa alcanza cotas de sensualidad tropical.

Luego, como ocurren con los enamoramientos, tras las primeras indecisiones, las menciones de episodios que aluden a los tiempos de la Roma clásica, a las obras de artes donde primaba la proporción de una belleza helénica, todo parece encajar demasiado rápido, la cursilería se abre paso y las lagunas de la historia nos arrancan del hechizo empalagoso al que entramos con un ímpetu irreflexivo.

Lo que era una promesa de relación entre un hombre mayor y una joven fotógrafa comienza a decantar mediante otras historias que se van filtrando, las de sus antepasados, aquellos judíos que les heredaron el horror del Tercer Reich en la sangre y en la memoria.

En la segunda parte nos reencontramos con Elio y otro amor que rompe las premisas etarias. En este caso se trata de otro profesor de unos 60 años, pero el engarce es algo distinto a la conversación, algo que las palabras transcriben con dificultad: la música clásica, especialmente una pieza, una partitura misteriosa a la que los dos amantes seguirán la pista, desempolvando la historia secreta de otro pianista, uno que cambió su instrumento por las oficinas.

Las pesquisas que los llevan hacia el pasado, hacia una casa de campo, hacia otro divorcio, son quizá la secuencia de incógnitas que invita a pasar las páginas con algo más que solo la curiosidad por los devaneos y posibles desembocaduras de una relación amorosa. Hurgar en el pasado es tocar la puerta de la melancolía, desenterrar ruinas, algún destello o un pacto que merece no ser olvidado entre los días.

En la tercera parte es Oliver quien se nos muestra en una larga fiesta de despedida, en un apartamento con vista al río Hudson de Nueva York. Aquí estamos de lleno en la hondonada de una tonalidad tan sentimental como retrospectiva.

La tarde, una joven y un joven, otro pianista, haciendo agua el escudo intelectual del profesor, la fórmula que se repite y varía, los entresijos del diálogo despuntando viejos deseos y renovadas ensoñaciones. Casi como si un amor de adolescencia fuese una supernova, que segrega sus restos de manera esporádica en las décadas de los tibios compromisos de la adultez.

Bastará decir que quienes hayan leído la primera entrega de este romance quizá verán esclarecidas algunas de sus expectativas con respecto a la continuación de la historia.

Y si la prosa de Aciman no defrauda, es porque su valor no está en acometer una formula trillada con una textura más refinada de alusiones y personajes tan atractivos como vulnerables, sino por la manera en que es capaz de desgranar el forado emocional de sus hombres y mujeres, exponiéndolos casi desnudos en sus turbulentas marejadas, en los enviones pasionales y los vados de la melancolía que no tarda en prefigurar el destino de los amantes.

El trasfondo de la Roma clásica, las pesquisas musicales, la herencia de los antepasados judíos y los mensajes cifrados en la partitura añaden algo más, dotan a la obra de cimientos más perdurables en los que sostenerse, aunque es en los diálogos y silencios, tratados con encomiable coherencia (o demasiada, dependiendo del lector), de estos varios amantes donde Aciman apela a nuestras fibras más sensibles.

La novela puede sacudirnos o no, pero nos tocará de alguna manera, aunque puede haber lectores a los que sea difícil digerir tan abundante bufet de sentimientos.

Sin embargo, por más lineal y anunciada que pueda ser la trama, la gracia de la obra reside en esa zona de dificultosa asimilación en la que el amor lucha cuerpo a cuerpo con las palabras, desafío que personajes y narrador emprenden con la resolución del fracaso (esa tierra de nadie que media entre uno y otro amor) y la ternura de una posible consolación.

 

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Alfonso Matus Santa Cruz (1995) es un poeta y escritor autodidacta, que después de egresar de la Scuola Italiana Vittorio Montiglio de Santiago incursionó en las carreras de sociología y de filosofía en la Universidad de Chile, para luego viajar por el cono sur desempeñando diversos oficios, entre los cuales destacan el de garzón, barista y brigadista forestal.

Actualmente reside en Punta Arenas, cuenta con un poemario inédito y participa en los talleres y recitales literarios de la ciudad. Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

«Encuéntrame», de André Aciman (Editorial Alfaguara, 2020)

 

 

Alfonso Matus Santa Cruz

 

 

Imagen destacada: André Aciman.