Esta monumental obra del escritor y pintor mexicano Fernando del Paso —y quien fuera galardonado, a su vez, con el Premio Cervantes de Literatura 2015, por la totalidad de su bibliografía— es considerada el mayor título de ficción narrativa creada en el país azteca, durante los últimos 33 años.
Por Nicolás Poblete Pardo
Publicado el 30.11.2020
¿Se puede escribir la historia?
Este año se cumplieron 500 años de la llamada “Noche triste”, un hito sin par en la historia mexicana. Fue en julio del año 1520 cuando las tropas del conquistador español Hernán Cortés, junto a sus aliados indígenas, fueron completamente derrotadas.
La masacre humana fue, según documentan incluso las mismas Cartas de relación de Hernán Cortés, espeluznante. Asimismo, el saqueo que cargaban, un botín que incluía riquezas tales como oro, terminó perdido en las aguas de Tenochtitlán, capital del imperio Azteca. Dice Cortés que a él y otros capitanes “se le saltaron las lágrimas de los ojos” en su angustiosa huida.
La subjetividad de la historia
Tal como aquella noche sin duda fue triste para Hernán Cortés y sus aliados, para sus oponentes fue motivo de alegría. Muchos se han preguntado por qué ese episodio perdura en el imaginario social mexicano como “Noche triste”, cuando en realidad el bando azteca venció al ejército conquistador, consiguiendo una victoria sin precedentes, en un acto de reivindicación y de rechazo colonial.
Aquí hay un dilema, anclado al modo en que representamos la historia, al modo en que la escribimos y la leemos. Quizá habría que recordar ese evento bajo otra cuña, otra adjetivación, especialmente si consideramos cómo sigue la historia: un año después se consigue la Conquista, y perdura por casi 300 años.
Este año se dilucidó un enigma: rayos X identificaron el lingote de oro encontrado en 1981 como parte del botín de Cortés. La historia remueve sus tierras y remece nuestras certezas: es necesario releer y entender que la subjetividad es parte de la historia.
Un puesto único es el que toma Fernando del Paso con su monumental proyecto Noticias del imperio (1987), la novela histórica más deslumbrante que he leído.
Del Paso introduce su novela con el contexto en cuestión: “En 1861, el presidente Benito Juárez suspendió los pagos de la deuda externa mexicana. Esta suspensión sirvió de pretexto al entonces emperador de los franceses, Napoleón III, para enviar a México un ejército de ocupación, con el fin de crear en ese país una monarquía al frente de la cual estaría un príncipe católico europeo. El elegido fue el archiduque austriaco Fernando Maximiliano de Habsburgo, quien a mediados de 1864 llegó a México en compañía de su mujer, la princesa Carlota de Bélgica. Este libro se basa en ese hecho histórico y en el destino trágico de los efímeros emperadores de México”.
Prontamente se hace patente el tenor del personaje que Del Paso está poseyendo. Es realmente una posesión la que acontece aquí, como vemos en las innumerables instancias donde nos adentramos en lo más íntimo, lo más recóndito, tanto en la psiquis de Carlota, como en sus erupciones corporales, manifestadas en un sinfín de sintomatologías: “A veces me estoy quieta toda la tarde, con la boca abierta, y de la boca se me escurre la baba”.
La baba de Carlota es uno de los tantos humores de los que somos testigos. En las entradas, todas del año 1927, en el castillo de Bouchout, Carlota da rienda suelta a sus confesiones, dirigidas a su amor, Maximiliano.
Su desbordante relato es una eterna, imposible carta de amor, con una tela histórica de tales proporciones, abarca un rango de tiempo en el que se dan cita los principales acontecimientos históricos del siglo XX, con flashbacks hacia distintos pasados, tanto indígenas como europeos, en una serie de alucinantes cruces.
Uno de los puntos críticos se deriva de la “locura” de Carlota: “Dicen que estoy loca porque como moscas, Maximiliano. Dicen que estoy loca porque quisiera devorar las sobras que de ti me dejaron, porque quiero ir a Viena a la Cripta de los Capuchinos y devorar tu caja, devorar tus ojos de vidrio aunque me corte los labios y me desgarre la garganta. Quiero comerme tus huesos, tu hígado y tus intestinos, quiero que los cocinen en mi presencia, quiero que los pruebe el gato para estar segura de que no están envenenados, quiero devorar tu lengua y tus testículos, quiero llenarme la boca con tus venas”.
El delirio llega a extremos innombrables. Carlota es la voz inflamada que rompe tabúes con poético descaro. Refiriéndose a las atenciones que recibe en el castillo, dice darles a sus doncellas una sorpresa, tal día:
“Hoy les di una sorpresa. Cuando llegaron a recoger la bacinilla la encontraron vacía porque tenía yo tanta hambre, Max, que me comí mi propia mierda”. Cuando el doctor, enfurecido, le dice que, desde ahora tendrá que defecar delante de sus doncellas, Carlota siente pena, “tanta pena y sobre todo tanta rabia que decidí vengarme y defequé en mi cama, defequé en un corredor del castillo, defequé en una fuente del jardín, defequé en la sopera de nuestra vajilla imperial”.
En un dislocado sincretismo gourmet: “Carlota aprendió así a beber agua en la cáscara de una calabaza… probaba la tortilla… que se parecía a la polenta italiana… tal vez valdría la pena incorporarla a los banquetes de segunda clase, en los cuales los platillos —en relación con los grandes banquetes oficiales de primera clase— no solo cambiaban de naturaleza y calidad sino también de idioma”.
Carlota es una pitonisa que cursa un mensaje que es, solo en apariencia, loco. Su recuento onírico realmente es lúcido:
“Alguna vez soñé que si así, despierta o dormida, daba lo mismo, pero bocarriba y desnuda y con las piernas abiertas estuviera yo tendida de noche en los Jardines Borda y me penetrara una nube de luciérnagas, me iba yo a preñar de luz y en mi vientre, como en la bóveda celeste, las luciérnagas dibujarían constelaciones”.
Carlota da curso a una serie de sueños que recibe en su propio cuerpo y que luego expele, cual partos psíquicos:
“… soñé que si así me penetrara un salmón incendiado de púrpura para dejar sus huevecillos en mi vientre, me iba yo a preñar de miles de hijos que cuando llegara yo al mar iban a salir de entre mis piernas, como un manantial de cuchillos plateados que iban a ahogar su sed en los torbellinos de la sal”.
Es tal la sensibilidad de Carlota, ella lamenta la bárbara historia, una historia de: “traiciones y mentiras, una historia bella de triunfos y heroísmos, una historia triste de humillaciones y fracasos pero al fin y al cabo su historia, la de un pueblo que jamás fue el tuyo ni el mío por más que lo quisiste y que lo quise yo”.
Como digo, Carlota es el oráculo a cargo de la historia. Su oratoria nos revela un incontenible caudal histórico, aprovechando el factor humano: su pasión por Maximiliano en sus múltiples facetas, tan diversas, contradictorias y deslumbrantes, como los acontecimientos históricos que repasa:
“Maximiliano el optimista… el humorista… el inocente… el bondadoso… el altruista… el desidioso… el iluso… el orgulloso… el filósofo… el artista… el heroico… el ingenuo… el mentiroso… el desprendido… el romántico… el paciente… el agradecido”.
Quizá la empresa de Carlota es equivalente a su locura, pues ella busca la redención y un mínimo gesto de aprecio por su Maximiliano:
“¿Cómo es posible, dime, Max, que los mexicanos no recuerden todo lo que fuiste, cómo es posible que en México no se hayan dado cuenta de lo noble y generoso que eras?”.
Hacia el final, Del Paso retoma su narración para remachar con la muerte de Carlota, cuyo lugar en el terreno histórico se erige con una escultura de infinitos ángulos:
“En el año en que muere Carlota, 1927, habían nacido ya todos los líderes mundiales que decidirían la historia del siglo XX… desde Churchill hasta Stalin, desde John Kennedy hasta Fidel Castro. Hitler… ya había escrito y publicado Mi lucha. Gandhi había iniciado sus campañas de desobediencia civil, y el generalísimo Chiang Kai-shek se preparaba para tomar Shangai y Nanking. En 1927 habían nacido ya Kemal Atatürk, Patricio Lumumba, Ernesto Che Guevara, Francisco Franco, Charles de Gaulle, Ben Gurión. Y uno de esos líderes, cuatro años antes, había hecho de Italia el primer país fascista de la historia: se apellidaba Mussolini, y su padre le había puesto Benito de nombre, porque era un admirador de Benito Juárez”.
Al final de su novela, Fernando Del Paso nos comparte su propia tesis en torno al delicado y complejo género con el que se categorizan ciertas narraciones:
“En vez de hacer a un lado la historia, colocarla al lado de la invención, de la alegoría, e incluso al lado también de la fantasía desbocada… Sin temor de que esa autenticidad histórica, o lo que a nuestro criterio sea tal autenticidad, no garantice ninguna eficacia poética, como nos advierte Lukács: al fin y al cabo, al otro lado marcharía, a la par con la historia, la recreación poética que, como le advertimos nosotros al lector —le advierto yo—, no garantizaría, a su vez, autenticidad alguna que no fuera la simbólica”.
Fernando del Paso (1935-2018), además de escritor, viajero, pintor y dibujante, obtuvo, entre muchos otros, el Premio Rómulo Gallegos, el Juan Rulfo y el Premio Miguel de Cervantes, “por su aportación al desarrollo de la novela aunando tradición y modernidad como hizo Cervantes en su momento”.
Cuadro: Novela histórica
La fiesta del chivo de Mario Vargas Llosa. Vargas Llosa relata el fin de una era dando voz al implacable general Trujillo, apodado el Chivo, y al suave y mañoso doctor Balaguer (duradero presidente de la República Dominicana).
En El reino de este mundo Alejo Carpentier ya despliega barnices que sugerirán las diferencias entre “Realismo mágico” y “Real maravilloso”, con el telón de fondo de la pionera revolución haitiana… una revolución en contra del colonialismo y la esclavitud.
Malinche, de Laura Esquivel, es otra entrada a una dimensión histórica. Malinche, la admirada y denostada amante de Hernán Cortés, que ofició de intérprete entre españoles y aztecas durante la conquista, es luego acusada durante siglos de haber traicionado a su pueblo.
En Inés del alma mía, de Isabel Allende, surge la mítica, alucinante y desbordada figura de Inés Suárez como epicentro de un conflicto tan sanguinario como romántico.
Santa Evita y La novela de Perón, fascinantes relatos de Tomás Eloy Martínez en torno al proyecto peronista, usan distintas facetas; algunas tan extremas como el mito del cuerpo profanado de Eva Perón, cadáver que permite desde la perspectiva más liminal posible, ver lo que ocurre con su deteriorado cuerpo.
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Nicolás Poblete Pardo (Santiago, 1971) es periodista, profesor, traductor y doctorado en literatura hispanoamericana (Washington University in St. Louis).
Ha publicado las novelas Dos cuerpos, Réplicas, Nuestros desechos, No me ignores, Cardumen, Si ellos vieran, Concepciones, Sinestesia, y Dame pan y llámame perro, y los volúmenes de cuentos Frivolidades y Espectro familiar, y la novela bilingüe En la isla/On the Island. Traducciones de sus textos han aparecido en The Stinging Fly (Irlanda), ANMLY (EE.UU.), Alba (Alemania) y en la editorial Édicije Bozicevic (Croacia).
Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.
Imagen destacada: Fernando del Paso (1935 – 2018).