[Ensayo] «Metafísica y ficción extracientífica»: La invención de la razón

El filósofo francés Quentin Meillassoux (en la imagen destacada), y una de las voces más destacadas del pensamiento contemporáneo en el campo de los estudios interdisciplinarios (teoría literaria y ciencia, metafísica y epistemología) dictó esta conferencia que acaba de lanzar en formato de libro —y en una cuidada traducción a cargo de Jean–Paul Grasset— la editorial Roneo.

Por Nicolás López–Pérez

Publicado el 2.12.2020

La publicación en 1739 del Tratado de la naturaleza humana, monumental suma filosófica del escocés David Hume auguró una larga vida al empirismo británico que ya tenía grandes faros en las obras de Lord Francis Bacon, Thomas Hobbes, John Locke y George “Bishop” Berkeley.

Dentro de las múltiples tesis metafísicas y epistemológicas que contempla el proyecto de Hume se encuentra una causalidad observada (y observable) a raíz de supuestos que otorguen alguna clase de certidumbre.

Lo que llama él: “conjunción constante” y “conexión necesaria”.

Esto es, por una parte, el uso de la memoria para considerar que dos hechos coincidían generando una aparente relación de causa–efecto. Por otra, tener en cuenta que el principio de causalidad continúa funcionando en el futuro.

Un ejemplo podría ser una mano que toca el fuego y se quema. Existiría un recuerdo de que el fuego quema, para evitar tocarlo y, además, observando que el fuego quema o ha quemado a otros, asegurarse de saber qué ocurrirá si hay contacto entre la piel y las llamas.

Casi medio siglo después, fuera del “archipiélago del conocimiento”, Immanuel Kant trabajó una idea de la causalidad que vendría de un despertar del sueño dogmático que Hume le provocó. Efectivamente, en sus Prolegómenos…, desarrolla como fuente del conocimiento a la cooperación de sensibilidad y entendimiento, no descansando en la certeza de lo que se espera en una observación.

Tanto las tesis de Hume como Kant son discutidas en el despliegue conceptual y argumentativo que Quentin Meillassoux (París, 1967) propone en Metafísica y ficción extracientífica.

Este autor, como en el estudio preliminar por su traductor, se conoce en los círculos eruditos como exponente del “realismo especulativo”.

La editorial Roneo, que nos trae una camada de ideas frescas —antes editaron al joven filósofo alemán Markus Gabriel, adherido al “nuevo realismo”— esta vez ofrece un enlace curioso. En efecto, la tercera parte del volumen tiene un cuento de Isaac Asimov cuya pertinencia y pertenencia tiene su razón de ser.

Veremos.

 

Immanuel Kant

 

Un ideario de futuro

La mirada de Meillassoux en las tesis de Kant y Hume es a ratos escéptica e instrumental. Ahora bien, adscribe a una contradicción sobre el acceso al mundo, a las cosas y a la experiencia: “El ser en sí existe, a la vez que es inaccesible” (p. 12).

Vale decir, los objetos existen (y no existirían, no se habla de condiciones) no solo objetos intencionales, sino también como objetos —en sí— independientes de nosotros. Frente al estatus de la ciencia experimental como conocimiento apodíctico en el habla común, el realismo especulativo viene a disputar un espacio epistemológico en la forma de aproximarnos a lo que sería una certeza y la realidad en tanto concepto.

En cierto sentido, vuelve a tensar el vínculo entre filosofía y ciencia, y a colocarlo como un proyecto aún inacabado de la modernidad.

En el texto de marras, de una conferencia del 2006, el foco está en los alcances e impacto del régimen de ficción en la ciencia ficción. Cuando habla de “extracientífico”, Meillassoux sugiere un fuera de la ciencia (hors-science) en sentido amplio. Es decir, una problematización del estatus de la ciencia como condición de posibilidad para ensamblar, conocer y controlar la realidad.

El viraje siguiente es al tenedor de Hume. O la imposibilidad de una certeza absoluta en el conocimiento. Tal vez, una cuota de desconfianza o de revocación del dominio consiliente a la ciencia experimental. En otras palabras, la facilidad con que descansamos al suponer un futuro donde la ciencia siempre sería posible y, por tanto, siempre la mejor y más completa explicación, ¿tan seguros estamos que vamos a vivir en un mundo como el de Blade Runner, el de El problema de los tres cuerpos o el de Valis?

Meillassoux, en este texto, tiene como hipótesis de trabajo, a contar de la tesis del escocés, las interpretaciones de Kant y de Popper. Y desde ahí, explora el régimen de la ficción como productor de un relato donde la ciencia puede o no ser posible, puede o no ser parte de un ideario de futuro.

La idea no es una renuncia y un nihilismo frente a los procedimientos y métodos experimentales, sino abrirse paso más allá de una directriz imaginativa hegemónica.

En efecto, generar un futuro posible que abulte las posibilidades de conocimiento a partir del relato científico o extracientífico. Pensemos en un concepto folk, ¿qué nos imaginamos cuando se dice “ciencia ficción”? ¿Robots, viajes interplanetarios, visitas de alienígenas, historia aceleracionista de la tecnología? ¿Estamos tan unidos a la fantasía de tipo Los supersónicos o Futurama?

Desde algunos puntos notables de la escritura literaria —no digamos, desde la composición del género— como Julio Verne o H. G. Wells, se proyecta la evaluación del presente en manos de una deformación fantástica donde suceden los hechos y se desarrollan los personajes y sus características.

Puede no estarse de acuerdo con esto.

Quizás la ciencia ficción o el relato que involucra un desarrollo de la ciencia —en un futuro cercano o lejano— no es el punto central, sino más bien el grado de evolución de la humanidad. La escritura en el género (con esto no quiero comprometerme en taxonomías) es eminentemente antropocéntrica y su despliegue es ubérrimo para generar un diálogo entre seres humanos que no existen (pasados, presentes, futuros), en un delirio posible tras un grado de extralimitación dentro de lo imaginable.

Salto, precipitadamente, a la referencia del cuento de Asimov (publicado en 1967).

A riesgo de quebrar una promesa (y sorpresa) del libro, una historia que muestra a un científico de renombre, con dos premios Nobel a su haber, y a un alguna vez alumno destacado en ciencias exactas y actual exitoso hombre de negocios. Ambos se enfrascan en una discusión, el segundo le dice al primero que puede crear una máquina de antigravedad.

La narrativa se realiza desde un punto de vista externo, es un personaje que actuaría de reportero y entrevistador en torno al suceso de las pelotas de pool (o bolas de billar, como lo pone el texto). El desafío que pone Asimov a los límites de la ficción está en la trama.

Sin aguar la fiesta: ¿cómo crear una máquina de movimiento perpetuo contra la gravedad terrestre? ¿Es algo que se ha planteado la ciencia experimental o los estudiosos son conscientes de los confines de la teoría de la relatividad?

Con esa pregunta quiero rebobinarme a la época de Hume y Kant o tal vez un siglo antes.

En 1634 se publicó Somnium, para los que hacen genealogía bibliográfica, uno de los primeros intentos de ciencia ficción sin saberlo.

El autor, Johannes Kepler, es el sueño de un viaje a la luna que un joven que aprendió astronomía con Tycho Brahe hace junto a su madre. A través de la ficción y la fantasía, Kepler aumenta las posibilidades imaginativas del universo copernicano y el de sus propias tesis.

Con trabajos como éste, un futuro —sin necesidad de serlo— en la idea de Meillassoux, está dentro de la órbita de la ciencia. La ciencia será metamorfoseada por su nueva potencia, pero siempre habrá ciencia (p. 39).

Antes del clímax del libro, en tanto núcleo duro de análisis filosófico, Meillassoux pregunta: “¿cómo podemos, fundar en la experiencia la certeza de que la naturaleza obedecerá mañana, tal como lo hace hoy a las constantes ya conocidas?” (p. 44).

Una pregunta que nos devuelve, rápido, tres siglos atrás y nos pone bajo el riguroso microscopio de la ciencia experimental.

A caballo en la argumentación, Meillassoux plantea “el sentido común”, y, acto seguido, otra duda, “¿qué pensar de un ‘sentido común’ que no se basa ni en la lógica ni en la experiencia?” (p. 45). La persuasión de Hume con su modelo causal de “conexión necesaria” y “conjunción constante” nos insinúa que el futuro será como el pasado y como el presente, pero que de eso no hay certeza.

Quizás las leyes que rigen a la naturaleza se asemejan a la naturaleza humana. Los avances tecnológicos podrían permitir preconizar o suponer una continuidad inventiva sobre una teoría. Durante el siglo XX, en una rama de la filosofía de las ciencias, se trazó una historia evolutiva de su disciplina de investigación. Pienso en los estudios de Popper, Kuhn, Lakatos y Feyerabend.

Para Meillassoux, Hume activa un problema de ficción extracientífica, de ficción de un mundo futuro “demasiado caótico para permitir que una teoría científica se aplique a la realidad” (p. 53). De vistazo rápido, el cierre del cuento sobre las chances de la pelota de pool tras el experimento de Bloom. Un final a descubrir.

Si, como dije antes, la idea de Asimov es no mantener una fidelidad a los consensos científicamente afianzados y, por tanto, demostrables, el relato pertenecería al conjunto de la “ficción extracientífica”.

Así desborda un telón de fondo —futuro o no— imaginativo y muestra una consciencia subversiva. Según Ursula K. Le Guin: “La ficción imaginativa sirve para profundizar en nuestro modo de entender el mundo, a los demás, a nuestros propios sentimientos, y a nuestro destino” (del ensayo ¿Por qué los estadounidenses le temen a los dragones? de 1974).

En Asimov hay un trasfondo a nivel axiológico en torno a la ambición y a la envidia.

 

Isaac Asimov

 

La ficción especulativa

Lo relevante en el rótulo de ficción extracientífica radica en una descomposición de la ciencia ficción tradicional, volcando al relato cada vez más a lo imposible, estrujando las posibilidades que arrojen, según Meillassoux, “algo inédito sobre (la vida) o sobre la ciencia” (p. 97).

Pone el ejemplo en la novela Ravage de René Barjavel, cuya trama central está en la electricidad que se va de golpe, de la noche a la mañana, en el año 2052.

En el fondo, la pregunta a textos como ese sería, ¿cómo arreglárselas en una ficción cuando la ciencia no alcanza, se transgreda o ya no sea posible? ¿Se puede articular algo como una razón ficta o una razón de la ficción?

Con todo, es plausible afirmar que el ejercicio de Meillassoux pueda ser una finta en filosofía a una solución ya existente en los estudios literarios y sus taxonomías aristotélicas, con el nombre de “ficción especulativa”.

Con esto bajo el brazo, Ursula K. Le Guin observó que: “la ficción especulativa no solo pregunta ¿qué pasaría si las cosas no fueran como son?, sino que demuestra cómo podrían ser si fueran de otro modo, minando así los cimientos de la creencia de que las cosas tienen que ser como son” (en No tiene que ser de la forma que es, ensayo de 2011).

Una explicación concorde en diversidad e integradora de las distintas maneras de lo humano y de las diferentes formas de vida que están en juego resistiendo, floreciendo o bien, compartiendo el júbilo de su plenitud.

Meillassoux va en su campo de especialidad. Es, a todas luces, fructífero, en vías a remover el dominio —imaginativo— a la ciencia en la escritura de ficción y, de paso, decir que el uso de mundos posibles con un desarrollo tecnológico asombroso, la validación o ruptura de las leyes de la física o de la química, no son patrimonio de sentido exclusivo de la narrativa.

En esa línea, si bien los márgenes de la ficción podrían ser clasificables, también pueden crecer exponencialmente en múltiples dimensiones de la escritura y la literatura. Pensando en voz alta, ¿cómo podríamos hacer una antología de poesía empleando la ficción extracientífica?

 

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Nicolás López–Pérez (Rancagua, 1990). Poeta, abogado & traductor. Sus últimas publicaciones son Tipos de triángulos (Argentina, 2020) & De la naturaleza afectiva de la forma (Chile/Argentina, 2020). Coordina el laboratorio de publicaciones Astronómica. Escribe & colecciona escombros de ocasión en el blog La costura del propio códex.

 

«Metafísica y ficción extracientífica» (Editorial Roneo, 2020)

 

 

Imagen destacada: Quentin Meillassoux (1967).