El escritor chileno avecindado en Europa acaba de lanzar hace unos días un nuevo libro: «Historia universal de una trenza» (RIL Editores, 2020), un volumen donde ajusta cuentas con su pasado, con su infancia, un texto en el cual enfrenta a la reaccionaria Séptima Región del Maule, y unas páginas en las que también rescata la importancia que tuvieron las mujeres fuertes en su vida, tales como su madre y una entrañable y luchadora abuela.
Por Francisco Marín–Naritelli
Publicado el 23.12.2020
“Sumérgete en el barro sideral y sus huellas. Si aprendes a tocar la tierra no perderás la memoria infante, la esperanza de desplazarte eternamente por la luz, es decir, sumergirte sobre las pisadas diáfanas de ciertos ángeles que fueron mujeres”.
Marcelo Gatica Bravo
Actualmente radicado en Luxemburgo, Marcelo Gatica Bravo (Cauquenes, 1976) es escritor, profesor de castellano y doctor en literatura de vanguardia y postvanguardia en España e Hispanoamérica por la Universidad de Salamanca.
Autor de Historia universal de una trenza, publicado por RIL Editores (2020), un libro que transita entre verso y prosa poética, cuya portada contó con la colaboración de Izak one, artista chileno, y que se sumerge en la genealogía familiar femenina a través de un coro de voces que entrelazan a abuelas, madres, tías, hermanas o hijas.
Gatica también ha publicado El mar ya no es (2020), El extramuro / Väljaspoolmüüre (2018), Anclado al pescador de mares (2017), Crucial (2015), Portafolio: poemas a pie de página (2014).
En el país de Europa del Norte, asimismo, ha coordinado dos antologías, bajo el título Vientos del sur: Poesía chilena / Lõunatuuled: Tšiililuule (2015 y 2018).
Conversamos sobre su último libro, sus influencias literarias, la memoria y su vida tanto en Estonia y como en Luxemburgo.
Las mujeres fuertes
—¿Cómo surge este libro?, ¿cuáles fueron tus motivaciones?
—Este libro surge como la mayoría de todos mis textos. Es decir, a partir de realidades que se develan en mi itinerario cotidiano. Hasta los diecisiete años viví en Cauquenes, una pequeña ciudad de la VII Región del Maule, cuyo pasado colonial se evidencia en la estratificación social.
Volver de vacaciones cada dos años a Chile, implica desafíos de la memoria. Redescubrir historias, recuperar historias familiares. Una de ellas tiene que ver con las mujeres de mi familia, sus luchas, sus sacrificios. Una historia que me impactó fue la de Rosa, mi abuela materna, que enviudó relativamente joven, cuando mi madre tenía tan solo trece años.
Fue una luchadora para sacar adelante a sus dos hijas, pero hasta adulto no supe que cuando tan solo tenía catorce años la habían casado obligadamente con un hombre de un latifundio del sur de Chile. Ella se escapó una noche, y no volvió más ese pueblo, y de ahí comienza una historia de lucha inmensa, hasta que encuentra cierta paz en Cauquenes junto a mi abuelo.
Estamos rememorando experiencias entre los años 30 y 50. Estamos hablando de un mundo patriarcal potente, donde ella no puede celebrar su boda con el hombre que amaba, porque está prohibido el divorcio.
Esta historia me impactó, fue una mujer tan fuerte como un roble, y comprender la fuerza que tenía mi madre en nuestra educación pese a que proveníamos de un sector marginal.
Una trenza enlazada con las historias de mis tías del campo, invisibilizadas, donde las reivindicaciones feministas no llegaban, donde sacarse la cresta por tus crías era la principal reivindicación.
—¿Cuáles son tus influencias literarias? En la crítica, hice referencia a Clarice Lispector. ¿Hay algo de ella en este poemario?
—Tengo la premisa de Pablo de Tarso: “Examinadlo todo y retened lo bueno”. Cada estética suma. No tengo autores predilectos, tengo poemas, y libros. En literatura las obras dialogan y en ese pliegue las voces de la trenza entran en el universo de Lispector. No obstante, debo reconocer que no era consciente de esta relación hasta que hiciste la referencia.
—¿La relación con la niñez como ese territorio del descubrir, del asombro, de lo ininteligible de la naturaleza frente al mundo adulto, donde pertenece el logos y la modernidad? Por ahí un verso que dice: “Descolonizar el mundo apócrifo”.
—La realidad la hemos construido con lenguaje, pero hay palabras gastadas que no dan el ancho para la realidad. De alguna manera, la infancia y la memoria se deslizan sobre la tensión existente entre las palabras y las cosas. La poesía es aquel intersticio que nos permite dar cierto sentido que no encontramos en el lenguaje funcional.
Y es aquí donde el asombro de la infancia nos otorga un estar en el mundo. Este asombro por si solo es una cosa inmensa y una palabra con un volumen poético descomunal. En otras palabras, volver a la infancia y volver a nombrar el mundo, darle autenticidad a aquel mundo que nos vendieron. O al menos tener la posibilidad de desdoblarlo.
El mar de la memoria
—Hay una aparente dispersión cronológica, saltas de año en año, vas y regresas, ¿esto fue siempre así? ¿Cómo se organiza una memoria poética fragmentada en un libro como este?
—La memoria la comparo con el mar. Una ola nunca volverá a tener el mismo volumen. No hay una ola idéntica a otra, aunque este compuesta por la misma materia del mar. Eso sí, cuando rompe en la roca, toda el agua se concentra en ese momento.
La memoria, proviene por ciertos flujos. Es imposible traer toda a la memoria, como la imposibilidad de sacar toda el agua del mar en una sola ola. Estallaría la cabeza, y las palabras se desintegrarían.
Ahora bien, este libro ha sido construido por momentos, por olas que traen emociones, recuerdos de conversaciones de sobremesa, propias experiencias, cuentos de mi tía abuela, lágrimas de mi madre, muertes inesperadas, secretos guardados por años, y develados una tarde comiendo naranjas.
Aquí, la cronología funciona para dar ciertas coordenadas a esos oleajes a esos recuerdos.
—Hay un poema: «Reloca el campo de los ingenuos». Y allí podemos observar la dislocación entre la ingenuidad de la infancia y el horror dictatorial. ¿Cuáles son los recuerdos de esa época?
—Reloca es el nombre de los campos donde mi padre vivió su infancia. Este lugar está situado en la Cordillera de la Costa entre Chanco y el Faro Carranza. Nosotros vivíamos en Cauquenes la capital provincial de estos lugares, y los veranos los pasábamos entre Reloca Chanco y Pelluhue.
Para nadie es un misterio que una gran parte de la Séptima Región posee una cultural patronal profunda, donde muy pocos poseen extensos latifundios y el resto posee sus campos para subsistencia familiar y trabajos precarios.
Para el terremoto del 2010 fue evidente la pobreza material de esta zona. No hay que olvidar que entre estos latifundios existe una red de hace años que amparaba la Colonia Dignidad.
En cierto modo, pese a que vivíamos en dictadura, prácticamente no se nombraba. Es decir, lo que no se nomina no existe. La ignorancia en las zonas más pobres del país era una forma de sobrevivencia, y donde la propaganda profundizó más el modelo.
Por lo tanto, no hay que olvidar que el tirano por estas zonas haya tenido mayoría para el Plebiscito del 88. Por lo cual, no era de extrañar que existiera la Población Augusto Pinochet, inaugurada el año 1981 en la cual viví parte de mi infancia.
La palabra comunista era censurada en las conversaciones, y en la escuela celebrábamos con vehemencia cada aniversario de Carabineros, y de las Fuerzas Armadas. La política en sí se nos presentaba como corrupta. Cuando adulto supe que la caravana de la muerte había pasado por Cauquenes. De ahí surge el poema «4 de octubre» dedicado a los cuatro fusilados por Arellano Stark.
En los 90 recién supe que un tío se había escapado al campo del abuelo, con medio ejército buscándole, se exilió en Nicaragua, y luchó en la guerrilla sandinista, pero no había dado señales de vida por protección a la familia hasta la vuelta a la democracia.
Por otro lado, el horror se manifestó en distintas intensidades. Viví en una zona patronal de latifundistas, donde prácticamente no hubo oposición, y sí adhesión a Pinochet. De los seis a los doce años, no percibí el horror de otras zonas del país.
Es evidente que, durante los 90, la llamada transición, no visibilizó la magnitud de lo ocurrido, bajo un pacto silencioso. No se fue rotundo. Solo hay que pensar que hasta el tirano era senador vitalicio hasta fines de esa década.
—La nostalgia es indiscutible en este poemario, ¿cómo está se dispone como material poético sin caer propiamente tal en una escritura autobiográfica?
—En cierto modo toda escritura es autobiográfica, pero aquí existe un esfuerzo de adentrarme en la polifonía de las voces femeninas de mi familia. En este caso sería una especie de crónica poética femenina. Dialogar con sus luchas, con la tensión de un mundo patriarcal.
La poesía te permite cierta elasticidad en la que puedes ingresar a las emociones en estado puro, y desde ahí construir una matriz poética con retazos de memoria, y sensaciones que te vinculan con el otro y con tu entorno.
—Hay cierta oralidad…
—La oralidad está presente de forma natural. Agradezco, haber alcanzado a vivir sin artefactos electrónicos en el campo durante los 80. A Reloca no llegaba la luz, pero tenías a la tía Julia, una mujer de 80 años que contaba las mejores narraciones que he escuchado en mi vida.
Y los cuentos de mi abuelo Tuco, y ese mundo oral que prácticamente se desvaneció en los 90. Para qué decir, la maestría para contar historias de cualquier tía o tío del campo.
Una historia de los de abajo
—Hay una lectura de género evidente. ¿Un rescate de las raíces invisibilizadas por la cultura patriarcal? Pienso, por ejemplo, en este verso: “El horizonte/ en este pueblo/ es cuadrado/ y plano/ geométricamente/ inverso para las mujeres”.
—El título va en dirección de otorgar un valor a lo mínimo como lo puede ser una trenza. Aquí se busca usurpar la forma patriarcal de titular los libros de historia. Cualquier historia universal trabaja con grandes acontecimientos y con nombres que encarnan el devenir histórico, que en su mayoría son hombres. Salvo algunas excepciones de mujeres que se pudieron visibilizar.
Aquí la historia se invierte, pues, este libro trata simplemente de la trenza que une a una familia de provincia. Es una historia de los de abajo.
Aunque estoy de acuerdo, con todas las luchas feministas, aquí la historia va sobre unas mujeres de provincia cuya lucha a veces consistía en parar la olla.
En pueblos alejados de los centros, y con un país tan dependiente a Santiago, el mundo se torna una loza pesada “cuadrado y plano” para las mujeres y más si son de zonas marginales. Hay un matiz que destaco. A veces, la lucha no es solo de género sino de clase.
—Paul Ricoeur dice que la fidelidad de la memoria no se da por sentada, que no es un dato o un hecho. Que la memoria puede trampearse, traicionarse. ¿Cómo desde la poesía recuperas esta genealogía femenina considerando lo anterior?
—Hasta cierto punto coincido con Ricoeur sobre la fidelidad de la memoria. Aunque no sé si existe algo que sea replicable.
Dicho esto, la plasticidad de la poesía, y los materiales del proceso poético poseen aquella textura que nos permite traicionarnos, pero al mismo tiempo, nos da la posibilidad hacer justicia alegórica. O al menos reparar ciertas grietas que vuelven como olas impetuosas.
Otra cosa, es cuando aparecen hechos medianamente objetivos que pueden ser documentados. Por ejemplo, un barrio estación que los militares desmantelaron durante los 80, o una Población Augusto Pinochet que todavía no se ha cambiado de nombre.
—Vives afuera de Chile, actualmente en Luxemburgo y antes en Estonia. ¿Qué diferencias ves entre el hacer literario de allá respecto a la producción nacional? ¿Cómo el vivir allá ha influenciado tu escritura?
—He tenido más contacto con Estonia, he trabajado como profesor de español, y dado algunas conferencias en Tartu, la principal universidad de Estonia. He presentado dos antologías de poesía chilena al estonio bajo el título Vientos del sur (Neruda, Parra, Mistral, Huidobro, Zurita, Lira, Tellier, Hernández, etcétera) y un libro de foto-poesía de mi autoría, rotulado El extramuro.
Para ser un país tan pequeño me impresiona el apoyo a la difusión cultural de sus autores. Tienen la televisión nacional a su favor. Cada día, en las noticias hay un segmento de cultura, donde se habla sobres nuevas obras. El Ministerio de Cultura estonio facilita de tal manera los concursos, que se hacen cuatro veces al año. En Chile solo una vez por año.
Y el formato para postular lo hacen tan sencillo. Imagínate. Toda tu postulación va en una página. Haces un resumen de tu obra, adjuntas tus datos personales, el presupuesto de la publicación, la obra, y si ganas, firmas de manera electrónica y te ingresan el dinero a tu cuenta. Para rendir solo envías la facturas y listo.
Otra cosa, envías tu libro a una revista nacional, y seguro realizarán una reseña en algún momento. Porque existe una crítica literaria que no tiene que ver con el poder de las editoriales del mercado.
Son tan abiertos a la cultura, que me han financiado El extramuro, texto posado en un lugar incómodo de los estonios. Este libro, pienso que es influencia de aquel minimalismo gris que poseen los autores de este pequeño país báltico. Tienen autores maravillosos tanto en prosa como en poesía. Y para qué decir la música. Arvo Pärt es su ícono.
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Francisco Marín-Naritelli (Talca, Chile, 1986), además de periodista y de magíster en comunicación política (titulado doblemente en la Universidad de Chile) las ejerce también como profesor en la Universidad Andrés Bello y como un prolífico escritor nacional, cuyas últimas publicaciones son el libro de cuentos Interior con ceniza (Ceibo Ediciones, 2018) y el volumen experimental de El perfecto transitivo (Filacteria, 2019).
Igualmente fue el director titular y máximo responsable editorial del Diario Cine y Literatura, entre agosto de 2017 y mayo de 2020.
Imagen destacada: Marcelo Gatica Bravo.