El filme que hoy analizamos, que en España se tradujo «Cuentos de la luna pálida de agosto» es quizás la obra audiovisual más conocida de su autor y la cual lo consagró como un realizador de clase mundial. En efecto, el jurado del Festival de Venecia 1953 (presidido por el poeta Eugenio Montale, Premio Nobel de Literatura en 1975) decidió otorgarle el León de Plata por esta cinta.
Por Gabriel Anich Sfeir
Publicado el 27.1.2021
Kenji Mizoguchi (1898-1956) nació en una familia de clase media en Tokio. Su padre se arruinó a causa de negocios fallidos durante la Guerra con Rusia de 1905, lo que llevó a la familia a vender a una de hijas como geisha.
Después de estudiar pintura y trabajar como actor de teatro, Mizoguchi realizó sus primeras películas en los años 1920, adaptando obras de autores como Tolstoi y O’Neill. De esta etapa en el cine mudo reflejaba ideas socialistas en contra del nacionalismo imperante.
Los primeros éxitos de Mizoguchi llegaron en la década de 1930 con Las hermanas de Gion (Gion no kyōdai, 1936) y La historia del último crisantemo (Zangiku monogatari, 1939). Es aquí cuando queda de manifiesto el gran tema de su obra, que es la condición de la mujer en la machista sociedad nipona.
Después de la Segunda Guerra Mundial, Mizoguchi se volcó de lleno al drama de época o jidai-geki: eran los años del reconocimiento del cine japonés en Occidente, de la mano de autores como Akira Kurosawa, Yazujiro Ozu y el mismo Mizoguchi.
Tres películas de este maestro cosecharon galardones y aclamación de la crítica en Venecia entre 1952 y 1954: La vida de Oharu (Saikaku Ichidai Onna, 1952), Ugetsu (Ugetsu monogatari, 1953) y El intendente Sansho (Sanshô dayû, 1954).
Mizoguchi falleció de leucemia en Kioto en 1956.
Un filme basado en cuentos de Ueda Akinari y Guy de Maupassant
El filme que hoy comentamos, Ugetsu (que en España se tradujo Cuentos de la luna pálida de agosto) es quizás la obra más conocida de Mizoguchi y la que lo consagró como un cineasta de clase mundial.
El jurado del Festival de Venecia (presidido por el poeta Eugenio Montale, Nobel en 1975) decidió otorgarle el León de Plata ex-aequo junto a otras películas de gran calidad presentadas en el certamen, como Los inútiles (I Vitelloni, 1953) de Fellini, Thérèse Raquin (1953) de Marcel Carné y Moulin Rouge (1952) de John Huston.
Ugetsu está basada en cuentos de Ueda Akinari, importante escritor japonés del siglo XVIII, así como en el relato Décoré!, de Guy de Maupassant. Es una película que ha obtenido la admiración de importantes cineastas como Scorsese, Tarkovski, Godard, Truffaut y Schrader.
La acción transcurre en una aldea de la provincia de Ōmi a finales del Siglo XVI, en el contexto de guerras civiles en el período Sengoku y sigue a dos campesinos.
El primero, Genjūrō (Masayuki Mori), es un comerciante de telas y cerámicas casado con Miyagi (Kinuyo Tanaka) y padre de un hijo pequeño. El segundo es Tōbei (Eitaro Ozawa), un aldeano casado con Ohama (Mitsuko Mito) y sólo quiere convertirse en samurái.
Ambos son hombres extremadamente ambiciosos y con deseos por riqueza y fama, incluso si para ello deben abandonar a sus familias.
El conflicto comienza entonces cuando las familias van a la ciudad a vender sus mercaderías a la par que huyen de los constantes ataques de bandas armadas a la aldea. Sobre todo, cuando Genjuro se encuentre con la misteriosa Wakasa (Machiko Kyō), una bellísima pero fantasmagórica mujer de la nobleza local.
Estamos así ante una fábula moral sobre la ambición y sus consecuencias. Ni el dinero ni el poder garantizan la felicidad, poderosa moraleja de esta historia. Un cuento realista con un giro fantástico, dentro de la cosmovisión nipona, para explorar aspectos tan profundos del ser humano. Y Mizoguchi logra su objetivo con los planos precisos, para hacer las transiciones de lo real a lo fantástico.
No por nada Mizoguchi ha sido reconocido como el primer cineasta feminista: en Ugetsu son las mujeres quienes sufren el peso de las decisiones de los hombres. Tobei sustrae el dinero conyugal para comprar la armadura que necesita para entrar al ejército de un samurái, quedando Ohama expuesta a los despiadados guerreros que buscan satisfacer sus lúbricos deseos.
Cuando las familias se dirigen a la ciudad en bote, un moribundo navegante o su fantasma (una escena surrealista espectacularmente lograda con la cámara de Kazuo Miyagawa) les advierte que regresen, el egoísta Genjuro decide dejar a Miyagi y al niño a su suerte en la orilla para continuar el lucrativo viaje, mientras ellos deberán sortear peligros en su camino a la aldea.
Pero es Wakasa quien hará caer en la cruel realidad al codicioso comerciante. Mizoguchi pinta de blanco a la espectral princesa y llena de claroscuros su palacio para ilustrar el rol de Wakasa: un alma en pena que busca el amor que le fue negado en vida y que el codicioso comerciante no es capaz de ofrecerle.
Víctima de las tentaciones, Genjuro sólo regresará a casa cuando sea demasiado tarde, como lo demuestra el magnífico juego de cámara de la escena del clímax.
De nuevo la pregunta planteada no pocas veces en el arte y presente en el filme de Mizoguchi: ¿saben los muertos que están muertos?
Los valores de las mujeres
También es posible apreciar en Ugetsu un claro mensaje antibélico: las guerras son motivadas por el dinero, destruyendo a personas, familias y emprendimientos. Lo vemos en las rapiñas de los samuráis en la aldea y en las decisiones que toman los dos campesinos: uno quiere entrar a combatir y el otro aprovechar los enfrentamientos para vender su cerámica.
La presencia de prostitutas y especialmente lo que le ocurre a Ohama tras el abandono de Tobei es una crítica al actuar de Japón con “mujeres de consuelo” en los territorios invadidos en la Segunda Guerra Mundial. El mismo Mizoguchi era un pacifista que fue obligado a realizar películas de guerra durante el conflicto.
Genjuro dice a Miyagi que “sin dinero no hay felicidad”, pero ella encuentra su plenitud al tenerlos a él y a su hijo juntos, sin atención a la abundancia material que persigue su marido. Clara distinción entre cómo hombres y mujeres perciben el mundo y ponderan los diferentes valores: egoísmo versus bondad, ambición versus prudencia.
El hambre por lo material sólo conduce al pesar, pudiendo incluso acabar con los seres que uno más quiere y, por ende, con la opción de una vida feliz.
Al final del día, las personas moldean su futuro en el presente como el alfarero cuando crea cerámica, singular e imperfecta, potente metáfora de esta bella obra cinematográfica.
*Ugetsu fue nominada al Oscar a Mejor Vestuario en Blanco y Negro. Disponible en Qubit TV.
*Reseña autorizada para ser publicada exclusivamente en Cine y Literatura.
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Gabriel Anich Sfeir (Rancagua, 1995) es licenciado en ciencias jurídicas y sociales titulado en la Universidad de Chile y ayudante en las cátedras de Derecho Internacional Público y Derecho Comunitario en la misma Casa de Estudios. Sus principales aficiones son la literatura policial y el cine de autor.
Tráiler:
Imagen destacada: Cuentos de la luna pálida (1953).