Quiero contarle la mucha falta que hizo en esa segunda parte de la carrera, cuando caminando, atrasado, me encontré con que su antigua oficina ahora era gris y de pronto todo se había transformado en un comunicado de prensa de cuatro párrafos, despachado por el correo institucional de un parlamentario.
Por Guillermo Adrianzen Barbagelata
Publicado el 1.2.2021
Podríamos entrar a la sala hablando de Caszely o del último partido de Colo Colo, pero por favor no me pregunte por el resultado, que a mí me gusta la UC. Podríamos también hablar de García Márquez, de Carlitos Gardel, de Julio Martínez, de vestir con elegancia. Usted gana, profesor, hablemos del Colo Colo 1973. Luis Álamos, nacido en 1923, mismo año en que murió Baldomero Lillo.
Podríamos discutir del tiempo primitivo al que refieren las señales instaladas en lugares de uso común que ponen No Fumar, No Comer, No Gritar, como si viniésemos saliendo del periodo cuaternario. Podríamos hablar de cualquier cosa que se nos ocurra, pero no de periodismo. Por favor esta vez, no hablemos de periodismo.
Es triste, porque detrás de todo el universo capelliano que construyó viven las primeras crónicas juveniles de generaciones que en primer semestre tuvieron el privilegio de educarse con un maestro del periodismo. Lo que no existe más. Hablemos entonces de la herencia y el inmenso valor de los textos pulcros en estructura y valientes en el mensaje, porque de eso se trató todo, ¿cierto?
Las camisas de tonos chillones, los pañuelos en la chaqueta, los bandoneones que acompañaban las cápsulas audiovisuales con consejos útiles para mejorar el uso del lenguaje. La foto que le sacaron vestido de Fray Camilo Henríquez. Las visitas a la casa de Pablo Neruda, la buena pluma de Leila Guerriero o la inminente muerte de los diarios en papel que ya advertía diez años atrás.
Las fiestas intermechonas donde estudiantes y exalumnos de la Católica, Uniacc, Portales, o UDD se conocían con los consejos del profesor Capello como punto común de inicio. Capello, porque llevo también el apellido de mi querida madre, decía. Economía de palabras. Los médicos y las meicas. Quien piensa claro, escribe claro. Usted, señor Adrianzen Barbagelata, escriba de lo que sabe. Ese es el consejo que le puedo dar.
¿No sabe acaso quién era Mister Huifa? ¿No le suena Tito Mundt? Yo le voy a contar, señor Adrianzen, pero primero tráigame un par de planas. Vaya, averigüe, lea, observe, escriba y corrija. Es su deber. Pero recuerde bien, que no es lo mismo un periodista deportivo que un periodista de deportes. Como veo que usted lo único deportivo que tiene son las zapatillas, le recomiendo elegir la segunda alternativa.
El encantamiento de lo moderno lo sacó de la Escuela, la misma que defendió ante la Sociedad Iberoamericana de Periodismo para conseguir una acreditación, un reconocimiento fútil que sólo dejó una placa que recuerda cómo se deshicieron de usted.
Porque nos dieron la buena noticia, nos dijeron que misión cumplida, que gracias profesores, que gracias alumnos, que el equipo que usted lideró lo logró y convenció a esos periodistas que llegaron de México, Argentina, Perú y Colombia a conocer de cerca el proceso formativo del futuro periodista Uniacc.
Los convenció de que las cosas se estaban haciendo bien. Lo que vino después fue su retiro forzado, entre gallos y media noche, como un actor de reparto de baja calidad que nadie debiera notar en su ausencia. Nunca volvimos a verlo, no tuvimos una última clase y ni siquiera pudimos despedirlo, estimado profesor.
El viejo coordinador de Medios Escritos y Literarios no tenía ya escritorio en esa sala que se quedó sin prensa. Reestructuración, modernización, ponerse a la vanguardia para camuflar necesidades de la empresa, establishment y anglicismos que omitiré, como sé que también lo hubiera hecho usted. No había espacio para los últimos románticos; los Cachito Ortiz, los Pepe Benítez, los Ramírez Capello.
Quiero contarle la mucha falta que hizo en esa segunda parte de la carrera, cuando caminando, atrasado, me encontré con que su antigua oficina ahora era gris y de pronto todo se había transformado en un comunicado de prensa de cuatro párrafos, despachado por el correo institucional de un parlamentario.
La ocasión de escribir a su memoria coincide con tiempos difíciles, momentos raros en los que trabajar en una crónica periodística parece más un acto de resistencia que un servicio público.
En esta era, estimado profesor, que cruel empuja al error obedeciendo a los clicks y la aprobación de internautas que apenas se esfuerzan en leer títulos. El periodismo precario y apresurado, de caras atractivas, canjes y relaciones públicas. Ingenieros disfrazados de editores y gente que habla mal, pero que salió en un reality show y tiene un teléfono con cámara.
No hay caso, terminamos hablando de periodismo. Es que resulta complejo hablar por separado de usted y del oficio que tanto cuidó. Centrémonos mejor en el amor por la escritura, la pasión y el respeto por el periodismo que usted, estimado profesor, inculcó en mí y en varias docenas más de profesionales que hoy lo recuerdan con gran admiración.
Es justo despedirlo leyendo, escribiendo, corrigiendo. Como aquel mantra que nos hizo corear en una de sus clases de primer semestre. Cuidando el rigor, porque varios en Twitter ayer ya dieron por hecho el cierre de edición.
Un compañero me llamó por teléfono y nos acordamos de los primeros días de periodismo 2009. Encontré una fotografía del día en que nos presentó a Mario Gómez, y debajo de su frondosa barba blanca usted vestía una camisa color salmón en sintonía con una corbata de un vivo tono naranjo. Se fue hace un rato, es domingo, está anocheciendo y ganó Colo Colo, que sigue en la pelea.
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Guillermo Adrianzen Barbagelata es periodista, diplomado en Periodismo de Investigación de la Universidad de Chile y máster en periodismo de viajes por la Universidad Autónoma de Barcelona.
Imagen destacada: Enrique Ramírez Capello (1943 — 2021).