El texto recién publicado por parte de la poeta, investigadora y traductora estadounidense de origen indio, Jessica Sequeira (en la imagen destacada), es un archivo de reportajes de la realidad, de cosas sabias e inútiles, maravillosas y curiosas.
Por Nicolás López-Pérez
Publicado el 22.2.2021
Otros paraísos (Editorial Aparte, Arica, 2020) no solo es un libro dedicado a todos los espíritus lúdicos, sino también aboga por el no alejamiento de estos. Acá dos ideas iniciales para ingresar en la lectura de estas “aproximaciones poéticas al pensamiento en la era de la tecnología”, cuidadosamente fraguadas por Jessica Sequeira (San José, Estados Unidos, 1989) y, de forma prolija y asertiva, traducidas a la lengua castellana por el escritor Fe Orellana (Santiago de Chile, 1991).
En efecto, la primera publicación de este trabajo ocurrió bajo el título Other Paradises, editado por Zero Books el año 2018. Aunque creo que los textos que componen el volumen hacen a ratos elusión del rótulo de ensayo, se parecen más a esto que a otra cosa. En síntesis, respuestas creativas a la tecnología (p. 11), como sugiere su autora.
¿Creativas, se dijo? ¿Hablamos de la sola capacidad de crear o de algo que la estimula? O una capacidad de crear estimulada. En una dirección distinta. Pensemos el proceso creativo como una carta de navegación.
No, mejor aún, como una bomba de racimo arrojada desde el más alto cielo. Verán cómo se abre. Y cómo estalla sin romperlo todo a su paso. Estalla con onomatopeyas y sin palabras sobre la mente de quien recibe las transmisiones.
Sequeira nos dice en la página 9, a modo de por qué este libro: “las respuestas creativas a la tecnología pueden ser la base para excentricidades, utopías y visiones que construyen castillos desde la realidad y la ficción”.
Respuestas a estímulos que provienen de la tecnología, ya no de una metafísica que puede ser bien administrada en la pluma y papel del modernismo —uno de los intereses de la autora—, sino de una experiencia de hipervínculos cruzados y accesos directos de lugares, obras, escrituras y el procesamiento de la información que se vuelve literaria en el lugar menos pensado y el más indicado.
Paraísos creativos, paraísos de Pandora. Se construye una casita para relaciones de cosas que tal vez no tienen relación alguna. Acto seguido, entrar en una escritura, saber qué es y no saber cuánto te vas a quedar en ella o cómo saldrás.
Una serie de verbos que hacen las veces de maestros de ceremonia de cada ensayo. Penar, yuxtaponer, enfocar-se, adoptar, reír-se, quitar, transformar, plegar, guardar, inventar, observar, imaginar.
Sequeira no es atrapada por las obras literarias, sino éstas, con aguja, hilo y maravilla, van tejiéndose a cada lugar, a cada ciudad donde la imaginación tiene asiento, donde tomar algún brebaje o comida local y, ante todo, donde resplandece una experiencia dinámica entre funciones craneoencefálicas.
Puede ser un baklava en Turquía, un mate de coca en Bolivia, una caminata por la Francia más acuarelada, un karaoke en México o un caos en suspensión que se toca con la punta de una palabra en todas partes.
Una literatura más fascinante
Primera parada: Japón y los fantasmas. Retomo lo de espíritus lúdicos y su no alejamiento. Tomar un trocito de la cultura japonesa, ponerla en un manga o dibujos animados que podrían bien cruzar las fronteras del idioma para incrustarse en el imaginario de otras culturas. Y al doblaje en castellano, con un acento neutro y tenue mexicano.
El sintoísmo se representa, presentándose. Los hitodama, fantasmas que lucirían como fuegos fatuos, que Sequeira alude (p. 17). Guiños a la escritura de Lafcadio Hearn o a un pokémon llamado Gastly.
Desde ahí, materias primas para armar una espiral fantástica que nos haga soñar con una literatura más fascinante, más laberíntica o tal vez poshumana. Que haya un sueño es importante. Y escribir como ir de destino en destino como una flecha que sienta al viento cortándose hasta estrellarse en ojos ajenos.
Ahora bien, la escritura y sus consecuencias posibles, más contingentes que necesarias (la lectura de ojos ajenos y la literatura, a modo de ejemplo), son pequeños ríos de una gran maquinaria testimonial, foliadora y refractaria. Incluso si acudimos a las variaciones y taxonomías que caben sobre el término “ficción”.
Y de los procesos de esa maquinaria, como si fuera una cafetera de goteo o una italiana, queda un residuo de la materia prima. Esa borra es la experiencia que ingresó a la escritura y se abrió, y que también egresó tras hacer relaciones y asociaciones improbables (quizás añado increíbles como adjetivo a esto). Entre objetos literarios y no literarios.
Veamos, ¿qué tan literario puede ser un fax per se? ¿Cómo saber si algo ya es literario? Y no estoy pensando en acudir a la noción de literariedad de Roman Jakobson, ¿qué hacer?
En Sequeira hay una prosa documentada, rigurosa e imaginativa. De algunos reportajes de la experiencia o la realidad, buscar nuevas vidas a lo visto por ojos de la curiosidad o las inquietantes funciones nerviosas que la pupila desencadena. La lectura en ejercicios de fascinación que, de una u otra forma, se comparten.
Hace un tiempo leía El último lector (2005) de Ricardo Piglia y con la lectura de Otros paraísos la siguiente referencia cobra más sentido: “El libro es un objeto transaccional, una superficie donde se desplazan las interpretaciones (…) Muchas veces lo que se ha leído es el filtro que permite darle sentido a la experiencia; la lectura es un espejo de la experiencia, la define, le da forma.”
Por lo mismo, se nos presenta una construcción de sentido que va relacionando cosas. Los textos que componen Otros paraísos van sugiriendo si bien una serie de espacios más o menos organizados que parecen hallados, configuran una red lúdica que desempeora la carga —pensemos en la levedad como eje de escritura— de un libro, de la lectura, sin quitarle profundidad a la literatura. De la levedad, un poco de física. Lo que podemos cargar sin que el peso nos haga dejarlo a un lado. No estoy pensando en más libros “de bolsillo”, ¡quién lleva un libro en los bolsillos hoy en día!
Italo Calvino decía en sus Seis propuestas para el próximo milenio (1988) que la levedad es uno de los valores que la literatura continuará entregándonos al menos en el siglo XXI. Esto es, la posibilidad de encontrar precisión en el uso del lenguaje frente al “peso de vivir”.
Sequeira expone algunas ideas sobre la “ligereza”, un término equivalente a levedad, toda vez que el otro ruido es un italianismo en lengua castellana.
En el marco de un recorrido personal por la literatura boliviana y sus eventuales conexiones con el pop como fuente de escritura, ella plantea, como alternativa que más allá de conectarnos con referencias explícitas al pop, podemos hacerlo con sensibilidad. Es decir, “una consciencia de lo que ha sido escrito en otros lugares del mundo, de lo que se ha escrito en el pasado, en el propio país y en otras partes” (p. 181).
En esa línea, también me llama la atención el capítulo “Linterna mágica” donde se incluye un cruce de referencias y una especie de entrevista en movimiento con la escritora Chloe Aridjis. Un pedacito de esa conversación: “No me interesa la autobiografía, pero me gusta darle forma al material del pasado o el presente en nuevas formas de narrativa, desfamiliarizarla…” (p. 92).
De la desfamiliarización, una especie de capacidad removedora para quitar familiaridad o ese grado de que algo parezca conocido, al desarraigo. De ida y vuelta.
En “Nervio óptico” se insinúa el no-lugar, se cuestiona en semántica “ser de aquí” y también se problematiza la noción misma de pertenencia que es propia de cualquier manifestación vital sea de artificio humano o de la naturaleza.
La literatura, entonces, pasa a ser un gran sistema, un crisol de seres humanos posibles, de cosmovisiones dispuestas en una diversidad valorativa. En ese sentido, la herramienta puede ser desfamiliarizadora, leve, exploratoria, a la postre, creativa.
La imaginación tiene un papel importante en las nuevas viejas formas de crear textos literarios; funciona como una capacidad para comprender razones y alterativas de personas diferentes de nosotros mismos, pero que comparten un eje común.
La imaginación literaria como proyección en el otro, decía Martha Nussbaum en su Justicia poética (1995). Pero también como una integración de distintos tiempos y espacios, por más anticuados que parezcan, lo relevante es la consciencia de un valor que es más bien aneconómico.
Digamos, ¿por qué leer libros como estos? ¿Por qué escribir —y luego corregir varias veces— un poema? ¿Por qué atesorar los libros que he leído como un patrimonio de sentido? ¿Por qué continuar buscando combinaciones y lecturas posibles a un libro o una obra? ¿Para qué publicar?
En la forma de un show de magia
Otros paraísos, en general, es un archivo de reportajes de la realidad, de cosas sabias e inútiles, maravillosas y curiosas. Ensayos, de la escritura misma, ya no en una línea de tiempo, sino como los granitos de arena o las gotas de agua de una clepsidra. Ensayos, por cierto, con la magia de un cuento y, al final, algo así.
Un cuento o, digamos, un fragmento que se lee como tal. Un espacio por donde la idea que es moldeada y amasada por la prosa, se fuga hasta lo fascinante. Un cauce escritural que se ve en otros trabajos de Sequeira como el divertido y frenético relato de Pablo Neruda y su vida de ultratumba, en la novela A Furious Oyster (2018) que desafía la lógica y la ficción extracientífica.
Sobre lo anterior, me recuerdo de la Gramática de la fantasía (1973) de Gianni Rodari a propósito del “tema fantástico” que nace, según el pedagogo, “cuando se crean ‘aproximaciones extrañas’, cuando en el complejo movimiento de las imágenes y sus interferencias caprichosas, surgen parentescos imprevisibles entre palabras que pertenecen a cadenas diferentes” (1983, p. 10, trad. de Joan Grove).
Y de magia, vuelvo al capítulo con Aridjis. Para ella, parafrasea Sequeira: “el pensamiento está relacionado con ver, y según ella, existe una inteligencia y conocimiento visual que debe ser adquirido desde las percepciones sensoriales. Estas percepciones cruzan la mente y se transforman gracias a la imaginación, en magia, ya sea literalmente, en la forma de un show de magia” (p. 89).
Una respuesta creativa a la tecnología exige quitar peso, la gravedad de la obsolescencia. De ya no pensar en el fantasma que ya no fue, en esa “fuga de futuro” que plantea Mark Fisher en Ghosts of my life (2014), sino en darle otra vida a partir de lo fantástico, de lo imaginario.
No esperamos ver las ruinas de los faxes —y sus chatarras— en un Japón anárquico post-2050 ni la imposibilidad de acceder a lo que hemos decidido conservar sea como mermelada en un frasco o como pedacitos de vida en los cientos y miles de fotografías que (nos) hemos tomado desde el gran boom de los celulares y sus cámaras.
Desde nuestro lugar todo eso parece improbable. Así también se pregunta Sequeira en las postrimerías del libro: “¿podemos concebir un presente cercano que no sea una distopía?” (p. 189).
Este libro nos permite ver que la tecnología apunta a una función, a un medio para un fin, antes que a un objeto y nos invita a emplear la imaginación como respuesta creativa a lo real. El objeto puede tener una historia para ser contada. O que ya fue contada.
Y de esa historia, hacer una parada, bajar y meditar un rato ¿cuál es la relación que tenemos con la tecnología, con la velocidad, con la literatura que escogemos o la que dejamos de lado?
Los espíritus lúdicos confluyen aquí; juntos y lejos. El juego, en la idea de Johan Huizinga en su Homo ludens (1938), reviste las características de una actividad libre apartada de la rutina, un espacio-tiempo y un orden propio y una captura del entusiasmo y emoción de quien juega. Esto puede parecerse a la escritura. La escritura como un juego y también como una tecnología al servicio —y que se sirve también— de la imaginación.
Es posible remontarnos a un grado cero que no sea tal, sino aproximativo, de la literatura, de la cultura. Pregunta, ¿cómo habrá sido el primer poema en la humanidad? ¿Sabemos, a ciencia cierta, cuál fue?
Se tiene noticia de los textos escritos en el barro en las civilizaciones a orillas de los ríos Tigris y Éufrates, ¿y cómo no dudar de alguna epopeya de un cazador de mamuts, de una oda a una madre recolectora o de una historia maravillosa de pinturas rupestres que se haya contado antes de dormir?
Con esto quisiera creer que la creatividad viene antes que el arte, que el poema y se constituye como una inventiva que nos hace humanos o nos devuelve la humanidad.
Cuando la literatura emergió, la creatividad ya estaba ahí.
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Nicolás López–Pérez (Rancagua, 1990). Poeta, abogado & traductor. Sus últimas publicaciones son Tipos de triángulos (Argentina, 2020), De la naturaleza afectiva de la forma (Chile/Argentina, 2020) & Metaliteratura & Co. (Argentina, 2021). Coordina el laboratorio de publicaciones Astronómica. Escribe & colecciona escombros de ocasión en el blog La costura del propio códex.
Imagen destacada: Jessica Sequeira.