El largometraje documental del artista visual chino Ai Weiwei se acaba de exhibir en Chile vía streaming —gracias a CorpArtes— hace unos días. La obra fue grabada durante el confinamiento en la ciudad de Wuhan, y muestra a través de registros y de testimonios, cómo se vivió la tragedia del coronavirus en la primera urbe del mundo en presentar un caso de contagio en humanos.
Por Aníbal Ricci Anduaga
Publicado el 29.3.2021
Wuhan, capital de la provincia de Hubei, es la ciudad más poblada de la zona central de China.
A fines de diciembre de 2019 se confirmó en Wuhan el primer caso de coronavirus. Un mes más tarde, el Estado chino declaró una cuarentena total, aislando del resto del país a sus 11 millones de habitantes.
Weiwei dirigió desde Alemania este documental, a través de instrucciones a un grupo de camarógrafos.
Las autoridades chinas evitaron difundir imágenes de lo que estaba ocurriendo, por lo que estas secuencias representan un intento de mostrar cuál fue la experiencia de sus habitantes desde los primeros indicios de la pandemia hasta que la ciudad fue liberada.
Wuhan es una ciudad hiper tecnologizada, donde las autoridades montaron, en pocas semanas, un hospital gigantesco para atender a los infectados. El documental carece de música incidental: unos sonidos futuristas dan cuenta de un escenario tipo Blade Runner.
Recorremos sus calles vacías y asoman los rascacielos.
La cámara enfoca a un grupo de personas que parecen astronautas ingresando a las modernísimas instalaciones.
El ojo vigilante
Los doctores y personal médico son sometidos a estrictas normas de seguridad y esterilización, de hecho, los pacientes intubados en unas UCI de primer nivel, full tecnología, son observados por varios sanitarios casi como si estudiaran a animales de laboratorio.
No se trata de algo inhumano, simplemente las autoridades chinas no iban a permitir el contagio masivo al resto de la población. Todavía no estaban seguros de la tasa de trasmisión o de mortalidad, simplemente se tomaron las cosas en serio.
El espectador toma consciencia de lo que significa estar entubado a un ventilador mecánico, la incomodidad del procedimiento y de la fragilidad humana ante el virus.
Contrasta con lo que sucedió en Europa y en Estados Unidos, donde escaseaba algo tan común como las mascarillas. Es evidente que el Estado chino tomó todos los recaudos para evitar la propagación del virus. Ello significó un altísimo gasto de recursos, pero fue focalizado en una sola área del país. Posteriormente su economía sería la menos afectada del orbe.
Nunca menospreciaron al virus, prepararon a su personal sanitario para una epidemia de rasgos muchísimos más catastróficos.
El ojo vigilante del Estado chino incluso monitoreaba las áreas de aseo de los médicos y les daba instrucciones precisas.
Por otro lado, los habitantes de Wuhan fueron aislados en sus viviendas, sin contacto alguno, les repartían alimentos, pero quedaba la sensación de que serían sacrificados si el virus no era controlado.
Personal policial en las calles revisaba los salvoconductos, pero en la práctica, ningún habitante podía abandonar la ciudad.
El Partido Comunista se desempeñó como un Estado policial, con derecho a decidir el destino de millones de personas. Las entrevistas muestran una obediencia estricta de la población de más edad, no así los jóvenes que obtenían información de redes sociales.
Miles de personas se encargaron de sanitizar cada rincón de la ciudad envueltos en trajes futuristas.
Queda en el aire la idea de un Estado omnipresente que decide cada paso de sus habitantes, reservando a mucha gente para actividades de monitoreo sobre las familias que perdieron a algún pariente.
Ronda la idea que la disidencia no está permitida: el Partido actúa por el bien de la población, incluso una ex dirigente sindical prefiere autoridades estables, ella jamás los enjuiciará, debido a que el Estado no se equivoca, le dice a un pariente más joven. «No es bueno que veas internet, no es un canal oficial», le insiste.
Incluso el reparto de cenizas de las víctimas es un asunto oficial que le compete a las autoridades.
La excelencia de este documental se funda en que los camarógrafos sólo muestran imágenes de su entorno, dejando al espectador la interpretación.
Se desprende un evidente control de las libertades públicas por parte del Estado chino, pero el espectador no puede dejar de preguntarse si ese sistema no es acaso pragmático y quizás el único capaz de velar por una población de mil 400 millones de habitantes.
Mientras el resto del mundo sufre los efectos de la pandemia por no tomarse en serio el tema del coronavirus. Tenemos a Estados Unidos y Brasil, ambos Estados defensores de las libertades ciudadanas, pero que sin embargo estuvieron dispuestos a sacrificar miles de vidas por no enfocarse en la salud pública.
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Aníbal Ricci Anduaga (Santiago, 1968) es ingeniero comercial titulado en la Pontificia Universidad Católica de Chile y magíster en gestión cultural de la Universidad ARCIS.
Como escritor ha publicado con gran éxito de crítica y de lectores las novelas Fear (Mosquito Editores, 2007), Tan lejos. Tan cerca (Simplemente Editores, 2011), El rincón más lejano (Simplemente Editores, 2013), El pasado nunca termina de ocurrir (Mosquito Editores, 2016) y las nouvelles Siempre me roban el reloj (Mosquito Editores, 2014), El martirio de los días y las noches (Editorial Escritores.cl, 2015), además de los volúmenes de cuentos Sin besos en la boca (Mosquito Editores, 2008), los relatos y ensayos de Meditaciones de los jueves (Renkü Editores, 2013) y los textos cinematográficos de Reflexiones de la imagen (Editorial Escritores.cl, 2014).
Sus últimos libros puestos en circulación son las novelas Voces en mi cabeza (Editorial Vicio Impune, 2020) y Miedo (Zuramérica Ediciones, 2021).
Asimismo es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.
Tráiler:
Imagen destacada: Coronation (2020).