Destacada voz de esa nueva crítica especializada que rechaza las prebendas y los amiguismos con los cuales la clase dirigente del audiovisual local ha seducido desde siempre al llamado «periodismo cultural» —un sector profesional que ha olvidado su compromiso irrenunciable con la democracia, la libertad de información y con el Estado de Derecho—, el también narrador ñuñoíno ha sido objeto del escrutinio público debido al lanzamiento hace unos meses de su séptima novela, la perturbadora «Voces en mi cabeza» (Editorial Vicio Impune, 2020), y de cuyo texto aquí se ofrece un pormenorizado análisis estético.
Por Marino Muñoz Agüero
Publicado el 16.4.2021
Daniel, uno de los protagonistas (el principal) de esta novela urde un plan para huir del “Complejo Antártico”, la excusa será recoger pertrechos a la ciudad de Punta Arenas, de ahí Santiago y a continuación el Cajón del Maipo, más precisamente el poblado de Baños Morales, en el cual se presenta con el nombre de Aníbal (¿Ricci?).
El propósito de su estadía era escribir una novela, “su” novela que llegara más allá de su propia biografía y en eso estuvo un año, mucho más que los tres meses inicialmente planificados: “Escribir es doloroso, pero descarga las culpas y permite el perdón. Le otorga belleza al pasado que nunca termina de ocurrir”.
Esta última frase (“El pasado nunca termina de ocurrir”) es una novela de Ricci, publicada en 2016, la frase es recurrente en el libro que hoy reseñamos y de hecho en el relato se alude a dicha obra. El protagonista se presenta además como autor de tres novelas.
De esta última estadía en Baños Morales nos enteramos al final del libro (había ido en otras etapas de su vida y así lo señala en el desarrollo de la trama), posibilitará a Daniel separar el pensamiento de las emociones, es la estación final para alejar de su existencia las voces interiores que permanentemente lo han acosado y lo han obligado a una huida perpetua, tránsito en el cual la paranoia, la psicopatía, las drogas y la esquizofrenia han hecho lo suyo.
Ha llegado el momento de ordenar —en alguna medida— su historia, pues la narración que ahora sabemos está construyendo y que da como producto esta novela (Voces en mi cabeza) se transforma en una escritura desde distintos planos con relatos en primera o tercera persona, saltos en el tiempo (si es que éste existiera, acaso) o lugares.
En determinados pasajes del libro, el autor inserta en la narración escenas de películas, como también (en algunos pasajes, reiteramos) recurre a las canciones del conjunto nacional Los Prisioneros, preferencia que cambia hacia el final del libro por las creaciones del astro argentino Charly García.
El sexo desenfrenado como vía de escape
Ricci combina realidad dentro de la ficción con ficción dentro de la ficción. El protagonista explora pasado, presente y futuro, dimensiones que él mismo nos resalta que no existen y se diluyen en función de artificios, como las distintas dimensiones en las cuales se toman decisiones u ocurren los hechos, o el ya mencionado “Complejo Antártico”, entidad cuyo objetivo es básicamente el mejoramiento de la raza humana.
Allí los “entes evolucionados” se encargan de eliminar mediante pulsaciones de un botón a aquellos integrantes de la sociedad (en este caso la chilena) que, a su juicio, “no son aptos” (“Los entes superiores son conscientes de las múltiples realidades y protegen a la raza humana de su masiva destrucción”).
Allí trabaja Daniel y hay algo que lo diferencia de los otros operadores, quienes no perciben las decisiones que sus homólogos del futuro toman en distintas dimensiones, entonces se corre el riesgo que el presente con sus luces y sus sombras, se repita sucesivamente por esta memoria borrosa.
Daniel reflexiona: “Al experimentar esta memoria defectuosa no se puede distinguir la realidad, solamente el genoma de la esquizofrenia permite acceder a todas esas realidades simultáneas y mediante un riguroso entrenamiento se armoniza la multiplicidad de emociones”. “La esquizofrenia no supone una enfermedad, es una mutación que permite acceder a otras realidades”, añade.
La novela se inicia con un sórdido episodio que le ocurre a Victoria (¿esposa de Daniel?) para —a poco andar y sin previo aviso— mutar a la historia de Daniel en un relato que —como ya anticipáramos— no es fácil de seguir y debemos estar muy atentos para que la esquizofrenia, la paranoia, o el estado al cual llega el protagonista por el uso de las drogas no nos jueguen una mala pasada a nosotros los lectores y —porque además— la trama, es decir la biografía de Daniel —quien se mantiene en una huida perpetua— se proyecta hacia aspectos históricos, políticos y económicos de nuestro país: “Daniel es empujado por una mente en permanente estado de fuga, un evento ocurrido en la infancia (abuso sexual) será el detonante”.
Pero también el golpe de estado de 1973 en Chile hará lo propio. Entonces, escucha voces en su cabeza que lo tratan de “traidor de mierda” o “maldito degenerado”, implantes cerebrales le permiten trasladarse a distintas dimensiones, agregándole atemporalidad a la historia: pasado, presente y futuro son accesibles e intercambiables.
En esta huida cobra relevancia el Metro de la ciudad de Santiago, cada estación es una dimensión diferente, con distintas emociones, como distintas son las intensidades de las voces y los insultos que salen de los altavoces de los vagones o de los teléfonos celulares de los pasajeros.
La esquizofrenia, la paranoia y la depresión lo empujan al consumo de drogas y alcohol para aplacar las voces y en esos afanes cambia de escenario, perdiéndose en juergas interminables en el circuito Viña del Mar, Olmué, Con Con, visita moteles, lo hace solo o en compañía y entonces el sexo desenfrenado y la pornografía son su vía de escape.
La simbología de lugares especiales
Estos lugares representan el desquiciamiento, incluso la posibilidad del suicidio en la frecuentemente citada Cuesta La Dormida.
Ello, en contraposición al Cajón del Maipo, sitio recurrente en la historia (donde está Baños Morales, el poblado desde el cual escribe esta novela) y que asocia a la tranquilidad en distintas etapas de su existencia, un paradigma del goce de la vida: “La depresión oscurece hasta el mejor paseo al Cajón del Maipo”.
Esta simbología de los lugares se extiende a otras menciones reiteradas, por ejemplo: los “ojos de buey” como punto de observación, las curvas en el camino, los espejos rotos, el número tres o el gato Mc Leod que lo mira permanentemente desde una ventana.
En estos viajes mezcla de realidad, sueño y alucinaciones, Daniel transita desde la infancia, pasando por la adolescencia y la adultez, los vínculos con sus padres y con su hermana, las amistades y los amores de juventud, sus trabajos en el gobierno, en un banco o en una universidad, o la inacabable pero acabada relación con Victoria, la mujer que ama, pero a la vez teme.
Nos expone con visos de crónica periodística episodios de la historia de Chile, relacionándolos con su devenir personal según la época. Desde la conquista hasta la actualidad, centrando su atención en los temas contingentes de cada momento, alude a atropellos a los derechos humanos durante la dictadura que gobernó a Chile (la tortura o los detenidos desaparecidos, entre otros).
A ello agrega el rol en ese periodo del partido Demócrata Cristiano, del Diario El Mercurio, como también el de Estados Unidos y su secretario de estado Henry Kissinger, la implantación de un modelo económico neo liberal y sus consecuencias, las privatizaciones, el accionar de la Iglesia Católica en defensa de los derechos humanos, pero también de ocultamiento de abusos respecto de víctimas vulnerables, situando como ejemplo el caso del exsacerdote Fernando Karadima, de quien Daniel habría sido uno de sus protegidos.
En temas más actuales Daniel se refiere al sobre endeudamiento de la población, la reforma procesal penal y el garantismo o la situación de la región de la Araucanía, con énfasis en la muerte del comunero mapuche Camilo Catrillanca.
Interesante resulta la exposición descarnada del (sub) mundo de la droga, al igual que la descripción de sitios como el Barrio Diez de Julio en Santiago o de la “noche roja” de Viña del Mar donde reina la prostitución y el travestismo callejero, que nos demuestra que más allá de las campañas publicitarias, esta es una “ciudad (no tan) jardín”: es como cualquier otra ciudad, con realidades de día y de noche.
El protagonista deja entrever que fue funcionario del gobierno de Pinochet (subordinado al Ministro Fernández). Aquello podría tener su correlato de ciencia ficción en el “Complejo Antártico”:
“Se fue dando cuenta (Daniel) que monitorear a otros iguales no era muy diferente a la labor de los organismos de inteligencia”.
«Voces en mi cabeza»: una novela estremecedora
Entonces, la meditación y los viajes “reales” permiten al protagonista depurar el pasado, al contrario de los viajes cibernéticos: “El meditar logró rescatar su mente de los hechos dolorosos y paulatinamente lo fue apartando de las actividades del complejo”, con ello y con la escritura intenta alejar las voces que lo han atormentado.
En suma, a través de una compleja técnica narrativa que centra su trama en un personaje determinado, Voces en mi cabeza es una estremecedora novela, un texto atractivo mediante el cual el autor extrapola una delirante situación personal a la de un país en su conjunto.
Más allá de la historia de su protagonista, Aníbal Ricci propone un manifiesto, intentando canalizar aquellas voces que, a su juicio, han estado acalladas en su sufrimiento, a la vez que hace un llamado de atención ante la indiferencia de quienes, también en su visión, han guardado silencio por ello.
Aníbal Ricci Anduaga nació en Santiago de Chile en 1968. Es ingeniero comercial de la Pontificia Universidad Católica de Chile, escritor y crítico de cine. Esta es su séptima novela, y a la cual se suma una recopilación de cuentos, otro volumen que incluye ensayos, cuentos y crónicas y un texto con comentarios de cine desde la perspectiva filosófica.
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Marino Muñoz Agüero (1960) es un columnista y crítico cultural de diversos medios de la austral Región de Magallanes en Chile.
Imagen destacada: Aníbal Ricci Anduaga.