El conjunto de relatos que nos convoca es el segundo LP de escritura breve publicado por el periodista y artista oriundo de Valdivia (Ril Editores, 2021). Son veintiocho historias, lo que aquí no es sinónimo de extensión, pues se intercalan microcuentos con narraciones que oscilan entre las tres y doce páginas.
Por Alfonso Matus Santa Cruz
Publicado el 26.4.2021
Variada y compleja es la fauna de organismos literarios a las que puede acceder un lector con una dosis no mayor de intrepidez estética, eso no es ninguna novedad, sobre todo en este siglo donde los híbridos aumentan a la par que se diluyen las fronteras entre un género y otro.
Dicho esto, hay una criatura en particular que no goza de mucha popularidad, pero que conlleva acaso una serie de posibilidades tan elásticas como tradicionales, acometidas una y otra vez desde ángulos distintos.
Me refiero a los relatos, y, sobre todo, al conjunto de cuentos, que podemos asimilar a un pulpo con su sistema nervioso descentralizado, donde cada tentáculo (léase historia) contiene mayor proporción de neuronas que el punto ciego alrededor del cual se articulan.
Una lógica de la descomposición
El conjunto de relatos que nos convoca se titula Esto termina mal —editado por RIL editores—, segundo LP de narrativa breve escrito por Daniel Carrillo (1981), periodista y narrador oriundo de Valdivia.
Son veintiocho relatos, lo que aquí no es sinónimo de extensión, pues se intercalan microrrelatos con cuentos que oscilan entre las tres y doce páginas.
Una propuesta poco frecuente en nuestro panorama literario, pero practicada por narradores latinoamericanos y anglosajones, entre los cuales el hechicero del humor (y de la técnica narrativa) Augusto Monterroso.
Los riesgos de este juego de espejos disímiles es que se pierda la continuidad temática, o unos desplacen a los otros. En este caso no sucede lo primero, pero sí lo segundo.
El título no deja lugar alguno a la ambigüedad: todas las historias están atravesadas por la fatalidad, en un sentido tan clásico como manido y, por lo mismo, moneda común y corriente, ineludible en nuestra opaca modernidad de enemistades y endémica mediocridad.
Un personaje escucha el insufrible intento de novela que le narra un amigo obeso devoto de su mascota. Un joven fanático del Drácula de Polidori se enamora de la muchacha que se lleva el mismo libro que viene a pedir en préstamo, para desembocar en una unión salpicada de sangre.
Otro adolescente se roba el escarabajo del profesor, en busca de la libertad sobre ruedas que décadas más tarde lo llevara al remordimiento. Hay un homenaje funesto al cuervo de Poe y otro cuento sobre un ladrón de cuerpos, quizá el más logrado del conjunto.
El mínimo (y máximo) común denominador es la muerte, la constancia con que las vidas se estrellan en su propia trampa, en cómo las esperanzas e ideales de algunos acaban trocadas en la obscenidad de un deseo desatado, que invita al crimen, a la abolición de cualquier posibilidad de relación equitativa y saludablemente afectiva entre dos seres humanos.
Los traumas que marcan a fuego la memoria de personas rotas por dentro, con destellos de fraternidad u amor que sin embargo no alcanzan para redimirlos del sufrimiento provocado o infligido a ellos por algo que rehúye a ser encapsulado como azar.
La lógica de la descomposición prima por sobre cualquier ingenuidad o añoranza de inocencia.
En esto los relatos son acaso demasiado contundentes, no ceden mucho espacio a la relatividad, quizá el proyecto se come de una misma tirada a las perlas y los cerdos, a la posibilidad de un impresionismo menos prefijado. Y lo hace con una prosa que roza algo como la amenidad del horror que se insinúa para luego caer a mazazos.
No siempre es así, hay fluctuaciones, irregularidades y ripios casuales, pero al concluir esta carretera de cuentos provinciales que llevan al callejón sin salida del destino, queda el sabor de un manejo del oficio narrativo, exento de pretensiones, asiduo al ejercicio de mapear la oscuridad, sobre todo en los relatos de mayor longitud.
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Alfonso Matus Santa Cruz (1995) es un poeta y escritor autodidacta, que después de egresar de la Scuola Italiana Vittorio Montiglio de Santiago incursionó en las carreras de sociología y de filosofía en la Universidad de Chile, para luego viajar por el cono sur desempeñando diversos oficios, entre los cuales destacan el de garzón, barista y brigadista forestal.
Actualmente reside en Punta Arenas, cuenta con un poemario inédito y participa en los talleres y recitales literarios de la ciudad. Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.
Imagen destacada: Daniel Carrillo.