En este libro del autor chileno (en la imagen destacada), la voz lírica parece habitar una serie de cuerpos estéticos que se desdibujan producto de los movimientos naturales, y la pulsión es a la poesía como el lenguaje es al delirio.
Por Jonathan Guillén Cofré
Publicado el 17.5.2021
Encontramos entonces, de esta manera, que el poema es un organismo que está en permanente construcción y constricción, y que el lenguaje es un vehículo de transmisión de enfermedades, que afecta la escritura y el juicio, la palabra y el sentido.
Pero no se puede escapar de la enfermedad, no se termina como quien cierra un libro; es permanente, se viaja por ella a lo largo de la vida y del poemario, pues el autor entreteje el delirio con palabras concéntricas en su sentido, cíclicas, clónicas, espirales, hipnóticas.
Las imágenes transitan desde el desorden del músculo o el tentáculo, para descender profundamente hacía el delirio y el vacío, el silencio:
A VECES, ESTO
ERA UN TERRITORIO CLÍNICO
ERA COMO UN TERRITORIO CLÍNICO QUE COMO UN TANGO, IGUALMENTE CLÍNICO
QUE COMO UN MÚSCULO CUELGA ENTRE LOS ESPEJOS DE UNA HABITACIÓN,
ALLÁ,
COMO ABANDONADO EN LA OSCURIDAD DE UN HOTEL,
EN MEDIO DEL RECUERDO DEL AMANECER,
Y TAMBIÉN CLÓNICO, COMO DICE UN POEMA DE SAMUEL BECKETT,
ESE,
DEL PANTANO POSTRADO, CUANDO CAEN LOS CRÍOS DEL CEREBRO.
Existe una obra de Beckett que no voy a nombrar, donde una boca escupe palabras que a primera vista parecen no tener sentido y quién las dice parece no darse cuenta de esta estructura rizomática, problemática del sujeto moderno al que le cuesta desparecer. ¿Otro que es yo?
En Ricardo Espinaza parece no importar lo que el texto dice por sí solo, más bien importa lo que intenta decir, lo implícito, esa es su sustancia, el verdadero lenguaje, la única comunicación.
La voz lírica parece habitar una serie de cuerpos que se desdibujan producto de los movimientos naturales, y la pulsión es a la poesía como el lenguaje es al delirio. La referencian a los clásicos conforman una neuralgia de la búsqueda universal por el sentido, por la gramática y sus accidentes. Un posicionamiento desde la distancia, cara a cara con la naturaleza, con el lenguaje y con uno mismo, un revés incorregible.
Farmacia Deleuze no busca eliminar el componente humano, pero efectivamente, en cualquier caso, demuestra que existe más arte en la naturaleza de las palabras de lo que sabíamos, una realización matemática no humana, o en el menor de los casos una mirada y un pensamiento.
En este libro, la creación de conceptos se da por diferencia diferenciadora y por repetición, y el sinsentido mediante la multiplicidad y la sustancia/cuerpo. Sinécdoque, pleonasmo, aliteración, enumeración. Insistir en dar otro sentido al sentido hasta el límite del delirio: “Que la escritura se embetuna y curva; y no se deja ya leer. Ni su ritmo”.
Figuras retóricas constituyen una red, un laberinto semántico, una biblioteca universal a veces intangible, probablemente Tlôn, Uqbar, Orbis Tertius.
Esta búsqueda de los símbolos de la imposibilidad hecha textualidad y gesto, que son capaces de generar una poiesis que supere a lo absurdo del absurdo, que a la vez conciba un aparato ideológico personal, generando tal vez, al mismo tiempo, en una sola epifanía, dos de los grandes preceptos que mueven al texto: el delirio (como una enfermedad) y la entropía.
Hay un vínculo entre el curso de la vida y la nostalgia, como una piedra lanzada al río que sólo por un momento crea una fractura en el caudal, sin embargo, toda la fuerza vuelve a generarse en una sola dirección, y sólo se habita el auto-confinamiento.
De este modo, estructura e historia vagan en la nada, o más bien, en la cabeza del lector, en una magnitud termodinámica por encontrar las palabras y los silencios. La obra se constituye en una y varias cosas al mismo tiempo: “La suya voz. El suyo medicamento”.
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Jonathan Guillén Cofré es escritor y profesor de lengua castellana y comunicación. Actualmente, candidato a magíster en estudios literarios por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Ha participado en encuentros de literatura a nivel nacional y en países como Perú, Bolivia y Argentina, destacando sus intervenciones sobre la literatura del extremo norte de Chile y sus cualidades transfronterizas.
En el año 2008 publica el poemario Urbana siniestra, por el sello boliviano Yerba Mala Cartonera, el año 2014 se vuelve a publicar bajo la editorial Demo Libros (Copiapó, Chile). En el 2013 es incluido en la antología Predicar en el desierto: Poetas jóvenes del Norte Grande de Chile de la Fundación Pablo Neruda. El año 2017 publica el poemario Abandono por el sello Editorial Navaja (Iquique, Chile).
Sus áreas de investigación abordan la filología, la teoría y crítica literaria, la literatura y la estética. Además de artículos literarios sobre territorio y nuevas tecnologías.
Actualmente dirige la Editorial Sismo.
Imagen destacada: Ricardo Espinaza.