Esta es la obra mayor de Juan Mihovilovich, y el vuelo estético que realiza en estas páginas es integral, valiente, potente. Derriba puertas y abre muchas ventanas, y como habitante de la dictadura, vuelve con fuerza —con su sólida prosa— para rescatar al arte, a la democracia, a la literatura y al hombre: nos muestra un delta que tiene miles de caminos por donde el ser humano puede empezar a volar.
Por Álvaro Mesa Latorre
Publicado el 19.5.2021
¿Qué es realmente grados de referencia? Derechamente, no es una novela de 273 páginas. Eso es sólo el piso, el inicio, la presentación, la fachada. Es, en realidad, el sueño, el máximo esfuerzo del autor por dar una mirada y reflexión integral a su vida, sus logros, sus fracasos.
Pero también, como lo ha hecho Mihovilovich en otras obras (Desencierro, El contagio de la locura) es mirar al hombre de carne y hueso —que es una profundidad sin límites— eso lo sabe el autor y trata de captarlo, recorrerlo, aún sintiendo que es inalcanzable. Por ello la extensión de la novela.
Por otro lado, también el prosista explora a otros seres e individuos, así: Chile, la República, el poder, el sistema político, la cobardía, la valentía, el amor, la tortura, la soledad.
Del mismo modo, otra faceta apunta al espacio histórico: ¿En qué época nos tocó vivir? ¿Cómo cambia ello nuestro paisaje y forma de ser? ¿Después de un golpe, un trauma, quiénes somos, cómo podemos vivir? Hay una parte fundamental en el libro que analizamos; esto es, en una dictadura, después de una dictadura: ¿Cómo emerge nuestro lenguaje?
Una estación del tiempo trascendente
En Grados de referencia, Mihovilovich apuesta a que le han asestado un duro golpe al hombre, a la institucionalidad, a su experiencia. Entonces la escritura, el ser, no es posible que se muestre de una manera integral, en plenitud.
Apenas —si puede—, conseguirá balbucear y mostrarnos algo de lo vivido. ¿Cómo hacer aquello? Mihovilovich opta por realizar múltiples vuelos —para despertarse, desandarse, oxigenarse—. Vuelos de ida y vuelta a su infancia, a sus estudios, a sus amores, a sus miedos, a sus ascendientes, a sus viajes, a sus éxitos.
Luego de aquello entonces, obtiene con maestría su propósito. No han podido aniquilarlo. Florece poco a poco el hombre, la tierra y la sociedad anhelada. El grado de referencia no es lo que el autor sugerentemente nos propone —no hay una o varias personas en la vida que nos determinan—; los grados de referencias son las actitudes, los compromisos con los otros y con la sociedad.
La idea está expresada en forma notable por el autor: es el hecho, que nos tratan de sacar del ruedo de nuestras vidas, de expulsar de nuestra existencia, pero ello ni aún con la muerte, es posible; porque más allá de aquello, en forma inexorable, siempre se impone la humanidad como una selva que cubre y cura lentamente a toda la sociedad.
A modo de ejemplo se aprecia:
a) Capitulo 17 (pág. 91): “Hay ocasiones en que nada pareciera acudir como inspiración. Uno se esfuerza por encontrar el hilo conductor de alguna idea, de una sensación, de un hecho cualquiera que desenrolle la madeja interior, y nada”. En este caso, el hombre y su reflexión cotidiana que vence a la fuerza y a la desidia.
b) Capítulo 18 (pág. 96). “¿Cómo se restañan las heridas del pasado? Lo hecho no puede reconstituirse. Es iluso recuperar lo perdido. Un hijo no gestado a plenitud, ¿puede rehacerse? ¿De qué manera? Podría justificarme ahora y enviarle un cruel mensaje de consuelo”. Sobre este tema: se restaña en el lenguaje, que crea realidades y crea nuevos seres, como son el propio autor y su obra.
c) Capítulo 19 (pág. 97): “¿Se ha percatado cómo una palabra insignificante dicha al pasar puede alterar nuestra vida para siempre? Depende del cómo y cuándo” (pág. 100): “Va a decirla con todas sus fuerzas: ¡Buitre!, grita en el silencio. Levanta de nuevo las pupilas y ve al Buitre, uniformado, caminar sonriente al estrado. Escucha los aplausos. Sus compañeros lo felicitan. Ha sido un discurso hermoso, le dice la maestra de castellano. Un discurso querido amigo, ¿cómo un discurso puede cambiar algo? ¿No es un grito lo que transformará al mundo?”.
Podemos decir, que en el pensar ontológico una palabra, nuestra actitud, decir sí o no, puede cambiar absolutamente nuestra realidad y el mundo. Y el protagonista del discurso así lo hace.
d) Capítulo 32 (pág. 130): “Pensé en el sol rebotando luminoso sobre las aguas del Estrecho de Magallanes. Me imaginé corriendo por esas playas desiertas tras una gaviota inalcanzable”.
Aquí está el material preciso para vencer a lo antihumano. Ese sol que nadie pude quitar, lo acerca el autor a lo gélido y lo vuelvo cálido y con la gaviota extiende las playas hasta lo infinito. Con la novela amplía y muestra al hombre que resucita.
e) Capítulo 35 (pág. 205): “¿No había tras la inmolación un mensaje cifrado, para que la democracia no fuera un simple canto de sirenas? Sabe durante mucho tiempo me acostumbré a pasar por el lugar del accidente. Se había colocado una piedra con la frase que le resumí. Me detenía y hacia un gesto de recogimiento. Con los años fui perdiendo la aptitud de orar del modo tradicional. Aparte de la piedra de homenaje se erigió una capilla que venerase a las animitas. Durante tres años se efectuaron romerías y actos recordatorios. Más tarde el supuesto accidente se olvidó. ¿Si he vuelto a pasar? Hace cosa de un mes. Ya no estaba la piedra ni la pequeña cripta. El árbol fue aserrado; en su reemplazo hay una garita donde la gente espera el paso de los buses o el paso de las estaciones. ¡Quién sabe!”.
Aquí el autor muestra lo humano. Por un lado, la muerte de los amigos nos impacta y nos aferramos a sus recuerdos.
La frase de que el árbol fue aserrado es un detalle inocente por tratar de borrar hechos trágicos (lo que no se puede) —por ello el autor lo expone—. Ahora bien, si la garita fue o no olvidada, no importa, pues Mihovilovich la transforma en algo trascedente, como es una estación del tiempo.
En definitiva esta es la obra mayor de Mihovilovich.
El vuelo que realiza es integral, valiente, potente. Derriba puertas y abre muchas ventanas. Como habitante de la dictadura, vuelve con fuerza —con su sólida prosa— para rescatar al arte, a la democracia, a la literatura y al hombre.
Nos muestra un delta que tiene miles de caminos por donde el ser humano puede empezar a volar.
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Álvaro Mesa Latorre es abogado de profesión y ministro de la Ilustrísima Corte de Apelaciones de Temuco.
Imagen destacada: Juan Mihovilovich.