Los últimos set de versos publicados por el autor chileno, también un destacado psicólogo clínico y doctor en filosofía, titulados «Algo menos que la eternidad del instante», y «Hombre lleno de flores» —ambos editados por el sello Indepently Poetry—, son abordados críticamente en este artículo.
Por Alfonso Matus Santa Cruz
Publicado el 14.6.2021
Aunque los amantes de la poesía tratamos de defender la persistencia del arte contra todos los pronósticos del ruido, el analfabetismo digital de las decenas de caracteres y emoticones que secuestran la expresividad verbal, y la multitud de factores que hacen de este siglo el más antipoético de los que registra la historia, la verdad es que Orfeo está enfermo, acaso comatoso, y se despierta a sobresaltos, entre pesadillas e intravenosas, para escanciar (¿o escupir?) algunos versos y caer de nuevo bajo el hechizo de la anestesia.
Son pocos los poetas actuales que logran conmovernos; las técnicas del horror, de profetizar la propia muerte o repudiar el mundanal ruido, ya no hacen ni cosquillas. Los poemas leves no nos mueven el piso, la contemplación ahora es negocio de las terapias, y los pocos versos que calan nuestra coraza son taladros que penetran la carne, inoculando una música que evoca la lava, las calles, la lluvia y el eco del dolor y de la belleza.
Ante este panorama es extraño encontrar un poeta que parece escribir a medias entre el aula y su jardín, enfocado en los imaginarios religiosos que guían su quehacer creativo. Alguien que aún cree en la poesía, que filosofa a través de los versos y propaga su fe en el hombre más tierno que ha pisado el planeta.
Otro epígono del nazareno que comete el riesgo de incurrir en una actividad que el hijo de Dios rehusó: exhibir la escritura, traducir los sentimientos a las palabras, tratar de transfigurar los latidos en fórmulas verbales.
Esa es la sensación que me sobrevuela al leer los dos últimos poemarios de Luis Cruz Villalobos, psicólogo clínico y doctor en filosofía, Algo menos que la eternidad del instante, y Hombre lleno de flores, ambos editados por Indepently Poetry.
Algo de luz en sus zonas oscuras
Para rectificar, lo extraño es hallarse con un poeta que cree en algo más que la poesía. Que duda, pero vuelve a sostenerse en el aire. Al que le basta anotar el canto de los gorriones para considerar que ha compuesto un poema, o, más bien, que ha transcrito un acontecimiento digno de perpetuar en un par de versos.
La simpleza, los lugares comunes, la ligereza de una tarde, las impresiones de un piano a la distancia o un disco que se escucha una y otra vez para acompañar el silencio. Alguien que no puede escribir poemas oscuros y sentencia, no sin una dosis de sentido común: Amar es acompañar.
Pero luego vienen las hipérboles propias de la teología, la jerarquía celeste que contamina la transparencia: “Pues no nos conformamos con menos / Que el cielo completo en nuestro pecho.”
Entonces, vale preguntarse: ¿puede el cielo, a esta altura del colapso civilizatorio, comprimirse en una pastilla, o en una ostra, gracias al artificio de la cocina molecular, y acabar atragantado en nuestro pecho? Será que, de tanto cielo, de tanta amplitud, nos asfixiamos en el mundo de las ideas.
Pero el poeta que se cree poeta también asume su metro cuadrado de humildad, la inconsistencia de la pompa académica: “Somos los doctos ignorantes que caminan / Perdiendo el rumbo con marcada frecuencia”.
No es fácil para nosotros, lectores exiliados por voluntad de la academia, hallar mucho sabor en poemas sanitizados con los insumos de la pedagogía filosófica. El riesgo es escaso, las variaciones mínimas y la llaneza nos remite a un tiempo extinguido desde el 2019.
Solo los afortunados que viven de su renta en las aldeas bucólicas que conservan algo de su encanto anterior, o los profesores que no perdieron sus puestos universitarios, podrían verse reflejados. Para los profanos la vida es otra, y la poesía es un pájaro mutilado, que ha perdido el sentido de orientación por tantas antenas telefónicas y estímulo tecnológico.
La respuesta no está ni en el barroco, ni en esta vindicación de la poesía teológica. Nadie sabe dónde está, pero hay quienes no eluden la responsabilidad de enfrentarse a las enfermedades modernas.
En vez de las confesiones de un profesor es preferible leer las de un asesino, en vez de las plegarias de un filósofo, escuchar las imprecaciones del esquizofrénico que toca su saxo como un semidiós exiliado en la Plaza de Armas. Si de fe y psicología se trata, preferible releer una y otra vez a Tomas Tranströmer.
No pretendo enjuiciar el quehacer poético del autor, pero no puedo dejar de confesar que demasiadas confesiones sobran. Hay una facilidad de palabra que es sospechosa, que logra algunas salidas felices: “Así son los poemas / Nada más y nada menos / Que un oblicuo reflejo del corazón / Desde donde escampan como roja lava.”
Pero también exceso de conceptos y querubines, como si se hubiese tomado demasiado en serio la propuesta de Teillier de escribir un poema al día. Confundiendo la escritura con la publicación, pues no está demás el escribir con tanta asiduidad, pero otra cosa es no condensar y seleccionar los extractos de música entre la productividad de los tractores.
Creo que los dos libros podrían ser uno y quizá otro pájaro cantaría en estos poemas manchados con moras silvestres. Si me tuviese que decantar por uno lo haría por Hombre lleno de flores, gracias a la cohesión y concisión que exuda, trabando un diálogo a cuartetos con los arquetipos del gran mistagogo del siglo pasado, Carl Gustav Jung.
Huele a leña, el filósofo se sienta y calla ante las flores, ante la resurrección de la primavera. En ese silencio y esa gratitud se perfila el don mayor de estas obras que, a veces, también cosecha algo de luz en sus zonas oscuras.
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Alfonso Matus Santa Cruz (1995) es un poeta y escritor autodidacta, que después de egresar de la Scuola Italiana Vittorio Montiglio de Santiago incursionó en las carreras de sociología y de filosofía en la Universidad de Chile, para luego viajar por el cono sur desempeñando diversos oficios, entre los cuales destacan el de garzón, barista y brigadista forestal.
Actualmente reside en Punta Arenas, cuenta con un poemario inédito y participa en los talleres y recitales literarios de la ciudad. Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.
Imagen destacada: Luis Cruz-Villalobos.