El mundo es una porquería, con su falsa publicidad, su maquillaje casi perfecto, sus risas casi fingidas, con su casi esclavizante libertad y con su buena o mala fe, según el ajuste de la romana o la inclinación de la balanza.
Por Pedro Burgos Montero
Publicado el 29.6.2021
Creemos que sabemos mucho, pero en verdad, qué poco sabemos, qué poco hemos descubierto. Ni siquiera nos conocemos, aunque tengamos nostalgia de nosotros mismos y de lo que fuimos, lo recordemos o no.
Creemos que sabemos y, en todos los aspectos y facultades reconocemos a especialistas, estudiosos, historiadores y críticos, más valiosos o menos valiosos, más o menos sinceros, más o menos objetivos, porque estamos seguros de que esas personas saben, sin pararnos a pensar y discernir sobre qué es en realidad lo que saben, cómo y por qué lo saben. Y, sobre todo, para qué lo utilizan.
Creemos que sabemos, pero en verdad sólo aprendemos a repetir fórmulas o parámetros o principios, a seguir al guía, en definitiva, sin crear nada nuevo. ¡Ni siquiera una nueva vocal!
Opinamos de todo y acerca de todo, puesto que se ha llegado a consentir y valorizar más la opinión que el conocimiento y más al quién que el qué. Esa circunstancia que, en apariencia, nos iguala social y políticamente, nos entontece en lo esencial: el saber.
Ya sabemos —o intuimos— que el mundo es una porquería, y tratamos por todos los medios, bien de ignorarlo, bien de difundirlo y publicitarlo, dependiendo de qué obtengamos a cambio. Transformamos (y no precisamente a causa de un milagro) el agua en vino, la vida en un sueño dantesco o en una burla de Tirso de Molina.
Dicen que nadie «da nada por nada». Y ese es el principio del error y del horror humano: venderlo y disfrazarlo todo. Así es, por desgracia para los espíritus nobles, como se desvaloriza y se prostituye lo más auténtico que tenemos: belleza, verdad e inocencia.
Creemos que sabemos mucho, pero en realidad únicamente compramos y vendemos. Y no aspiramos más que a reconciliarnos con el poder, a ostentarlo y, en ocasiones, a destruirlo. (Que cada cual llame o nombre al poder como quiera o crea conveniente, si no razonable). Y tenemos esa aspiración porque sabemos que todo se puede mercadear y enmascarar.
Creemos que sabemos mucho y presumimos de ello, más que por afecto hacia los otros, por defecto nuestro.
El mundo es una porquería, con su falsa publicidad, su maquillaje casi perfecto, sus risas casi fingidas, con su casi esclavizante libertad y con su buena o mala fe, según el ajuste de la romana o la inclinación de la balanza.
***
Pedro Burgos Montero (1955) es un artista, poeta, fotógrafo, escritor de aforismos, haikus, crítico, viajero, creador de portadas y carteles, así como de libros de artista.
Su obra permanece en gran parte inédita. Entre sus publicaciones, cabe destacar los siguientes títulos: Barcelona, la otra, Aforismos, Piedras y cerillas, La luz estremecida y diversas colaboraciones en revistas de varios países.
Imagen destacada: Plaza Tirso de Molina en Madrid.