Y en estos días, cuando salgo a dar un paseo por la avenida Carlos III y veo a familias y grupos de amigos conversando sobre la ausencia de toros, tradiciones y turistas, me sale espontáneo rezar para que esta pandemia acabe pronto, de modo que podamos pasar del recuerdo literario a la celebración presencial, todos juntos y con buen vino, navarros y extranjeros, tal como el autor de «Fiesta» disfrutó de los ritos de Pamplona cuando tenía casi mi edad.
Por Juan Ignacio Izquierdo Hübner
Publicado el 9.7.2021
Hemos vivido una semana de nostalgias en Pamplona. Muchas personas salieron de casa con la tenida tradicional, pantalón y camisa blanca y un pañuelo rojo anudado al cuello, para comentar en las terrazas de los bares el silencio que ha caracterizado a estas fiestas de San Fermín.
Incluso el Ayuntamiento pidió a la hostelería que no pusieran música sanferminera en los bares, por temor a que la gente se pusiera a bailar en las calles.
Pero la literatura nos ofrece consuelo. El 22 de octubre de 1926, Ernest Hemingway publicó la novela que lo llevó a la fama, a él con 27 años y a los Sanfermines: The Sun Also Rises, traducida al español con el título Fiesta.
Para los extranjeros como yo, que hemos venido aquí en tiempos de pandemia, es un libro que nos presta un favor importante: contarnos y ayudarnos a vivir, con ocasión de una historia sobre vidas frívolas en el período de entreguerras, las tradicionales fiestas de Pamplona en torno al 7 de julio, día de San Fermín.
Los personajes de Fiesta, dedicados a gastar dinero para luchar contra el tedio, contrastan con los apasionados episodios dedicados a Pamplona, ciudad de sueños. Quizá conviene leer esta historia con un acompañamiento adecuado: una Coca Cola, por ejemplo, no estaría al nivel de Jake Barnes y sus amigos norteamericanos.
Mejor sería elegir una copa de cristal del armario, limpiarla y verter en ella un vino aromático de La Rioja, caro si es posible. Así se comprende mejor a los personajes, sus disposiciones de ánimo y es más fácil ser indulgente con su estilo de vida bohemio y vacío de París en los años 20.
Pero cuando llegamos a los capítulos dedicados a los toros, con muchos diálogos y vivas descripciones, Hemingway nos permite experimentar ágil y gráficamente la algarabía del pueblo en sus fiestas.
Todos juntos y con buen vino
El entusiasmo comienza desde que los toros llegan a los corrales: “Seguidamente los cascos del animal resonaron en el cajón hueco, el toro se arrancó y salió al corral como una bala de cañón, patinando sobre la paja que cubría el suelo. Se detuvo con la cabeza erguida y los músculos de su pesado cuello tensos como si fueran a reventar. Todo su cuerpo parecía palpitar con la furia de su casta cuando miró a la gente que lo contemplaba desde la parte alta de los muros de los corrales”.
El interés va in crescendo con el encierro (los toros salen de los corrales y corren unos 3 minutos hasta llegar a la Plaza, y en ese tramo, cientos de personas van corriendo por delante), hasta alcanzar el momento culmen con las hazañas del matador Pedro Romero en la Plaza de toros:
“El toro alzó el rabo y embistió. Romero movió los brazos delante del toro, con los pies firmes en el suelo, e hizo que el animal girara describiendo una curva. La capa húmeda y llena de barro se desplegó hinchada como una vela, y Romero se volvió justamente en el momento en que los cuernos del toro llegaban a su altura. Al término del pase, toro y torero se quedaron inmóviles, uno frente a otro. Romero sonreía.”
Son relatos que transmiten la pasión de un pueblo que sabe de tradiciones, que sabe cómo celebrar y que ahora recuerda con nostalgia su pasado, extrañamente lejano.
Y en estos días, cuando salgo a dar un paseo por la avenida Carlos III y veo familias y grupos de amigos conversando sobre la ausencia de toros, tradiciones y turistas, me sale espontáneo rezar para que esta pandemia acabe pronto, de modo que podamos pasar del recuerdo literario a la celebración presencial, todos juntos y con buen vino, navarros y extranjeros, tal como Hemingway disfrutó las fiestas de Pamplona cuando tenía casi mi edad.
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Juan Ignacio Izquierdo Hübner es abogado de la Pontificia Universidad Católica de Chile, licenciado en teología de la Pontificia Universidad de la Santa Cruz (Roma) y alumno del máster en teología de la Universidad de Navarra (España).
Imagen destacada: Antonio Ordóñez junto a Hemingway (AP).