El autor nacional Nicolás López–Pérez ha concebido una obra que es apuesta y sumario, investigación expresiva y laboratorio lírico, catastro de formas y tubo de ensayo que se nos entrega no sin ciertas estridencias, con ruido ambiente y legibilidad sinuosa.
Por Alfonso Matus Santa Cruz
Publicado el 13.7.2021
Nacimos en la bisagra que sirve de hito al paso desde el segundo al tercer milenio. Algunos dirán que dimos nuestros primeros respiros durante el fin de la historia o ad portas de la segunda apertura de la caja de Pandora.
Lo que nadie dudará es que habitamos en un laboratorio a cielo abierto, y el experimento es un desmadre que pocos atinan a enmendar con resolución.
¿Qué lugar le cabe al lenguaje en este desaguisado? ¿El de las preguntas que incuban alguna respuesta? ¿El de la deconstrucción o la reelaboración desde los escombros? ¿Un salto cuántico, el hastío, la herida abierta o la mierda de gorrión sobre la cuneta?
Ya no hay respuestas unívocas, y es necesario reinventar una geografía que la poesía pueda habitar, en la que pueda mutar y proliferar, tratando de adaptarse a la opacidad y abrumante inmediatez del presente.
Esta pujanza, experimental y multifacética, atraviesa de punta a cabo la obra de Nicolás López Pérez, Metaliteratura & Co. (editada por Metaliteratura en la Argentina).
El poeta propone una continua migración por los distintos ecosistemas de la lengua materna, de la tradición y las vanguardias poéticas; reescribe, recorta, aúna fragmentos e imágenes mentales, prueba uno y otro registro formal, hace manar a la prosa poética sin dar preeminencia a la idea del poema, sino a la emergencia de los versos, a las células que van componiendo ese animal indefinido que acaba siendo el libro.
Estamos ante una performance poética y lingüística, un ejercicio que urde hipervínculos culturales al tedio pandémico, que viaja a través del lenguaje, pergeñando reflexiones incisivas sobre el quehacer poético, las modas mercantiles, el activismo travestido de retórica y algunos excesos neobarrocos.
El salto del petroglifo
El texto divaga, circula, vuelve sobre sí mismo, se mira al espejo, aburre o fulgura, se torna demasiado conceptual o apuesta por las cartas amorosas. No se omite ni se busca ningún ideal expresivo, el lenguaje convulsiona y parece parirse a sí mismo, como el virus teorizado por Burroughs: necesita de un recipiente y transcriptor.
La propuesta se enuncia en un apartado de reflexiones y anécdotas sobre la formación poética y los tabiques que soportan al acto creador: “La poesía como un laboratorio de investigaciones mentales.”
Y es que el título no concede cotas a reduccionismo alguno: se introduce en las trincheras y sale de ellas, comercia sus formas y se inmola, se metamorfosea y le cuenta chistes a los enemigos, como recomendaba Parra.
El poeta oficia de camaleón y enciclopedista, no al modo de la ilustración, por supuesto, sino al del cibernauta, no del analista de datos, sino del espigador de citas (e imágenes y acontecimientos), bajo la agencia de ese curioso algoritmo que guía el estilo de un lector, su apetito, sus afinidades y desavenencias, uno tan misterioso como peculiar y en continua mutación.
Se celebra, entonces, al poeta desde su génesis, como lector, capaz de sumergirse en el cauce multitudinario de una voz como la de Whitman o Ginsberg (uno de cuyos poemas se reescribe en clave secular), o en los experimentos moleculares de un Mallarme y en la meiosis literaria de Pessoa, con sus heterónimos que multiplican su potencial expresivo.
La escritura desde las tablas de arcilla y las pinturas rupestres, hasta el poema visual y la reflexión instantánea, transcrita sin filtros en redes sociales. El búmeran que va desde los balbuceos simbólicos hasta la demolición de los conceptos y dogmas de viejo y nuevo cuño. El salto del petroglifo a la hoja blanca de este Word, análogo al del hueso a la nave espacial en 2001 Odisea en el espacio.
La pulsión apunta a poner en juego el sueño de Isidore Ducasse, ese de transformar la poesía en un arte colectivo. Las condiciones están dadas, el experimento puede comenzar, a la manera de un: “Un gran borrador / para borrarme o para borrar / o para seguir trabajando hasta llegar a la gran obra / el sueño de cualquiera, Dante o Pound / entre las costuras de un agujero negro.”
El aullido paródico parece decir algo parecido a lo siguiente: Poesía, aparta de mí el cáliz de la impostura, de la mueca profética, la declamación con gemidos, con ismos de urgencia; poesía, dame el hashtag de la fama digital, hazme pastor del disfuncional rebaño y luego olvídame, inocula cosmos en el caos, finge conmigo, que yo haré de ti el medio para una sensibilidad nueva, más antigua y fluida que el futuro.
Wittgenstein en clave de poesía amorosa
Las máscaras son innumerables ―hacia el final hay un índice de todos los artistas y poetas remixeados a lo largo de la obra― y el rumor de la crisis global y latinoamericana se cuela entre líneas:
“La crisis es todo lo que algunos han deseado / Me repliego a mi búnker a componer / la balada de los tiempos del realismo capitalista / La guardo en una cápsula para el porvenir / La reservo de las jaulas sociales online, del oprobio / La contracultura & la protesta son el motor / del capital, porque dan oportunidad de mejora.”
Los relieves son irregulares, hay puntos altos y bajos, como no podía ser de otra manera con los riesgos implícitos en el diseño y variado registro del libro. Un eco que nos remite, y a la vez flexibiliza, la propuesta antológica de Lihn, ese Álbum de toda especie de poemas, por el simple hecho de que aquí la propuesta no es personal, sino colectiva. Si hasta hay traducciones de Pessoa y una vuelta de tuerca al formato del Tractatus de Wittgenstein en clave de poesía amorosa.
Una obra que es apuesta y sumario, investigación expresiva y laboratorio poético, catastro de formas y tubo de ensayo que se nos entrega no sin ciertas estridencias, con ruido ambiente y legibilidad sinuosa.
Obra a la que podemos entrar para continuar con su reescritura, para borrar nuestro nombre y continuar con la labor de los transcriptores, oyendo tanto a las musas como al violinista callejero, acopiando versos apolíneos y grafitis o murales que deslumbran al pasar, inoculando alguna metáfora, alguna interrogante, que ayuda a matizar y amenizar el caos en el que estamos inmersos. Para parafrasear a Rodolfo Hinostroza: viajamos con los versos y los versos viajan con nosotros. Un libro que es muchos y que aún no está acabado.
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Alfonso Matus Santa Cruz (1995) es un poeta y escritor autodidacta, que después de egresar de la Scuola Italiana Vittorio Montiglio de Santiago incursionó en las carreras de sociología y de filosofía en la Universidad de Chile, para luego viajar por el cono sur desempeñando diversos oficios, entre los cuales destacan el de garzón, barista y brigadista forestal.
Actualmente reside en Punta Arenas, cuenta con un poemario inédito y participa en los talleres y recitales literarios de la ciudad. Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.
Imagen destacada: Nicolás López–Pérez.