Es todo un placer leer al escritor florentino —Premio Strega 2020 por esta novela— y un verdadero deleite estético por su bella forma de expresarse, y tanto o más por su sabiduría y gran humanidad en la construcción de su arte literario.
Por Jordi Mat Amorós i Navarro
Publicado el 17.7.2021
«No puedo seguir, seguiré».
Samuel Beckett
Hace pocos días escribí un artículo para este diario en torno a la película Caos calmo basada en la exitosa novela homónima de este gran escritor italiano, considerado uno de los mejores de su generación en Europa.
Ahora me satisface comentar su última obra publicada que destila formas y fondos de esa obra que le consagró.
Veronesi se muestra en El colibrí —si cabe— más maduro y profundo en el retrato de un hombre llamado Marco Carrera al que la vida golpea sin piedad.
Un hombre de gran corazón que sufre la pérdida de distintas mujeres a las que ha amado y ama, la cita del encabezado que inicia la novela es un haiku que define su actitud ante la “dictadura del dolor” (expresión acuñada en la obra) a la que se ve sometido.
Es todo un placer leer a este florentino, un placer por su bella forma de expresarse y tanto o más por su gran sabiduría de fondo.
Mujeres
El libro arranca fuerte con la visita del enigmático psiquiatra —quien acabará siendo un gran amigo— de la mujer de Marco Carrera —también médico, en su caso oftalmólogo— para explicarle entre inquietantes preguntas que su vida —la del sorprendido Marco Carrera— corre peligro.
A partir de aquí Veronesi nos adentra en la historia presente, pasada e incluso futura del oftalmólogo mediante continuos saltos temporales alternando el relato propiamente dicho con correspondencias postales y mensajes vía teléfono móvil.
Conoceremos a su familia de origen, especialmente a su hermana Irene a la que un día salvó la vida en uno de sus intentos suicidas. Y también a las otras mujeres que conformaron su propia familia: Luisa, la chica de la que se enamoró siendo adolescente y con quien mantiene una relación muy especial a pesar de que ambos se emparejaron.
Su mujer Marina con la que se casó en un engaño que él no quiso ver pero que a pesar de todo le brindó una hija maravillosa, Adele.
Y con los años, esa que sería su única hija fue madre soltera y quiso que su niña Miraijin tuviera en Marco Carrera la figura masculina de referencia, convirtiéndolo así en abuelo-padre de una niña tanto o más especial que Adele.
Colibrí es el apodo con el que se conoce desde bien joven a nuestro protagonista porque de niño tuvo problemas de crecimiento que afortunadamente se subsanaron gracias a un novedoso tratamiento médico.
Y Colibrí parece un buen apodo en su madurez al repasar su traumática vida. Así lo entiende Luisa quien le escribe:
Eres realmente un colibrí, pero no por las razones por las que te pusieron este apodo: eres un colibrí porque, como el colibrí, pones toda tu energía en quedarte quieto. Consigues quedarte parado en el mundo y en el tiempo, consigues parar el mundo y el tiempo a tu alrededor, a veces incluso consigues remontar y recuperar el tiempo perdido, igual que el colibrí es capaz de volar hacia atrás. Por eso da tanto gusto estar a tu lado.
Solo que, lo que para ti es natural, a otros les resulta dificilísimo.
Solo que la tendencia a cambiar, aunque pueda no ser a mejor, forma parte del instinto humano, y tú no la concibes.
Solo que, sobre todo, estar siempre a tu lado, haciendo todo ese esfuerzo, a veces no es la cura, es la herida.
Una novela terapéutica
Estas líneas como ejemplo del buen hacer de Veronesi. Un buen hacer que se torna sublime en algunos capítulos como el de Las miradas son cuerpo en el que nos habla del poder de la mirada para bien y para mal afirmando que mirar es tocar, todo a partir de la experiencia del padre-abuelo con su nieta.
Magistral también el capítulo que titula «Shakul & Co» en el que nos estremece hablando de las temibles llamadas telefónicas intempestivas. Una cascada de frases unidas por comas sin punto alguno, todo como expresión sublime del sentir de quien ama con todo el corazón.
En ambos relatos se pone de manifiesto la grandeza de Marco Carrera quien encarna el arquetipo del padre con mayúsculas. Eso pese a sus inevitables errores humanos que es capaz de reconocer, y en ese reconocimiento una nueva constatación de su grandeza.
Y sublime por último, el capítulo titulado «El hombre nuevo» en el que nuestro protagonista se declara a favor de la verdad también con mayúsculas. Se trata de un brillante alegato en nombre y defensa de la verdad frente a la desvirtuada libertad en tiempos —este presente y el inquietante futuro inmediato— de desinformación generalizada. Alegato que está inspirado en el artículo «Metafísica del populismo» de Rocco Ronchi.
Así, la novela habla de una ficción que bien podría tener una base real. Una ficción comprometida con nuestro tiempo en la que se reflejan las inquietudes, los problemas, las contradicciones y las esperanzas humanas.
Una ficción que entiendo tiene voluntad pedagógica al presentarnos unos personajes con los que es fácil empatizar y de los que podemos sacar enseñanzas válidas en nuestro vivir.
Gracias de corazón, Sandro Veronesi por esta hermosa, desgarradora y terapéutica novela.
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Jordi Mat Amorós i Navarro es pedagogo terapeuta por la Universitat de Barcelona, España, además de zahorí, poeta, y redactor permanente del Diario Cine y Literatura.
Imagen destacada: Sandro Veronesi.