El poeta Leonardo Sanhueza recobra con este libro —reeditado durante esta temporada— su rol de guardián de la memoria, y lo hace con creces, valiéndose de una escritura que nos deja helados, que conmueve y desbroza todo condimento innecesario a fin de legarnos un lienzo crudo y hermoso.
Por Alfonso Matus Santa Cruz
Publicado el 20.9.2021
Gustave Verniory es un joven ingeniero belga que ha perdido recientemente a su padre cuando se embarca a Sudamérica, con rumbo a Chile, para participar en la construcción de vías férreas en la Araucanía.
Estamos en 1889, el sur es todavía una herida verde y palpitante, el ejército chileno ha avanzado, desplazando a los mapuches, y se reclutan colonos para construir y poblar el área.
Él acude por necesidad, y durante diez años se maravilla con las bondades geográficas a la vez que se mimetiza con el rigor y la violencia de los habitantes, aborígenes, mestizos e inmigrantes por igual. La sobrevivencia es la ley.
De esa década deja un registro en su libro de memorias, Diez años en la Araucanía. Y de este archivo bebió Leonardo Sanhueza (1974) el narrador y poeta oriundo de Temuco, para componer la micro orquesta que es su libro Colonos, que obtuviera el Premio de la Academia Chilena de la Lengua en 2012, y este año asoma de nuevo en las librerías gracias a la segunda edición, cortesía de su casa matriz, la editorial Cuneta.
El limbo entre la lírica y el registro oral
En ciertas ocasiones las historias reclaman formas que descolocan al propio escritor, buscan abrir afluentes, sin engatusar porque sí nada más, sino porque tras ellas puja el rumor de un río, los meandros y rompientes, la corriente y la espuma de un relato complejo y multifacético, el coro que, clavado en el pecho de un hombre, perpetúa la memoria de un pueblo.
Recolectar esa pluralidad de voces, condensar los testimonios y poner a dialogar una legión de muertos, es lo que logra hacer Sanhueza en este libro que transita de la prosa a la poesía, de la juventud a la muerte, del individuo al colectivo, de los peces voladores a las ventanas de musgo bajo las cuales duermen sus pesadillas los caídos en un altercado etílico, escapando a caballo o apuñalando por la espalda al matarife.
El prólogo del libro de Verniory, publicado por la editorial Pehuén, fue, en su tiempo, escrito por Jorge Teillier. Me viene a la cabeza su nombre no solo por el trasfondo común de las aldeas, el bosque, el alcohol y los fantasmas tutelares, sino por un poema suyo en particular, en el cual cosecha y articula fragmentos del Testimonio de un cacique mapuche, en que Pascual Coña relató su vida al misionero capuchino Ernesto Wilhelm de Moesbach.
El apronte de Teillier fue a nivel bonsái, mientras que el ejercicio de Sanhueza llevó ese método a un orden de magnitud mayor, pues trató de dar vida (y muerte) a una galería de personajes tensionados por el esfuerzo, la carencia, la brutalidad, el sexo y las disputas de poder.
Para ello parece haber asimilado el método que usó Edgar Lee Masters en su Spoon River Anthology, cediendo la palabra a los muertos para que recordasen la nata, el horror y el destino de sus vidas en un solo poema.
Y los recursos de este libro no se quedan allí, pues desde la frontera que lo sostiene es capaz de ir y venir, atravesando el limbo entre la lírica y el registro oral, otorgando carácter a los personajes y asestando una música implacable a sus versos.
Baste este fragmento para constatarlo: “Escribo. Describo las muertes de la Vega Larga. Indago / negocios de oscuro papel. Duermo, despierto, duermo / y escucho una quebrazón. Veo una luz, salgo, disparo. / Recojo a los niños, las llamas nunca dejan de bailar / entre resmas recién guillotinadas. Muere El Cautín. Nace La Conquista. Escribo, describo otra vez / la muerte, la calumnia, la ponzoña. Llega una carta. / Canta un queltehue. Tranco puertas, ventanas, postigos.”
O, esta reflexión, concisa y contundente: “¿Habré anotado algún día el debe en el haber, / la vida en la muerte, la risa en el llanto?”.
La mano de obra, los rieles, el bosque inmenso, las carabinas y niñas que acaban en un burdel, todo es detallado y narrado como con un cincel, tallando con maestría estos pedazos de memoria e imaginación, a través de los cuales podemos penetrar en recodos inexplorados y significativos de nuestra historia.
El poeta, recobra aquí, su rol de guardián de la memoria, y lo hace con creces, con una escritura que nos deja helados, que conmueve y desbroza todo condimento innecesario para legarnos un lienzo crudo y hermoso.
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Alfonso Matus Santa Cruz (1995) es un poeta y escritor autodidacta, que después de egresar de la Scuola Italiana Vittorio Montiglio de Santiago incursionó en las carreras de sociología y de filosofía en la Universidad de Chile, para luego viajar por el cono sur desempeñando diversos oficios, entre los cuales destacan el de garzón, barista y brigadista forestal.
Actualmente reside en la ciudad Punta Arenas, y acaba de publicar su primer poemario, titulado Tallar silencios (Notebook poiesis, 2021). Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.
Imagen destacada: Leonardo Sanhueza.