[Entrevista] Escritor Juan Chapple: «El momento de más brillo de una cultura también puede anunciar su ruina»

El recordado autor chileno del poemario «Un astro umbrío en el pérfido día brillante» (2013) y de la novela «Vertederos» (2005), dialoga con el Diario «Cine y Literatura» acerca de su singular bibliografía, en la previa de lanzar a circulación su última creación artística, programada para fines de esta temporada.

Por Nicolás Poblete Pardo

Publicado el 27.10.2021

Un astro umbrío en el pérfido día brillante (La Calabaza del Diablo, 2013), de Juan Chapple (Santiago, 1972) es una muestra del imaginario que ronda al autor, y que se ha desplegado en reportajes, artículos y reseñas, así como en sus publicaciones narrativas, como la novela Vertederos (La Calabaza del Diablo, 2005).

Mientras el periodista y MA en literatura se prepara para un nuevo lanzamiento a fines de este año, repasamos algunas de sus preocupaciones, a partir de Un astro…, donde se palpa aquel “tono arrobador”, como señala Malú Urriola en su presentación.

En esta colección de poemas, dividida en cuatro partes (“Necrópolis”, “La procesión”, “El astro” y “En los campos de luz”) se puede incluso presagiar lo que vendrá a ocurrir años después, con el estallido social disparado hacia los ojos, en ese fulgor último de visión.

Urriola destaca el discurso poético de Chapple situado en la imposibilidad: “El poema como reflejo del desastre presente, del amor a las máquinas, los monitores, la mentira, la red”, y se fija en la renuncia del autor “al ombliguismo del yo, de la biografía errática y personal”.

En este contexto, donde el grueso del mercado editorial se dedica a cooptar escrituras digeribles y que permitan ventas a través de la experiencia personal transformada en relato heroico o directo onanismo pornográfico, la propuesta de Chapple (“una poética de la ruina”, dice Urriola), resulta excéntrica si pensamos en las preguntas políticas que eleva en Un astro…

Urriola habla del: “invisible lugar que ocupa la poesía frente al mercado con la fatídica violencia de una bala que ‘frena a milésimas del ojo’”.

 

Entender la historia como un libro que siempre se escribe

—En “Necrópolis” vemos la proliferación de armas en un Estado arrasado por el poder. Esta preocupación social está marcada por la muerte y, notablemente, el modo en el que se ostenta el ojo como órgano sin igual. Asimismo, se pone en jaque el rol de la prensa, de la forma en presentar las noticias…

—Las armas de fuego y las armas de todo tipo, incluidas las noticias (“las nuevas de nuevo a las nueve”) son parte del mismo imaginario del poder o los poderes, que se abate sobre los discursos de todas las diferencias, o visiones de mundo alternas, y que en muchos casos llevan siglos y milenios articulándose.

Por ejemplo, en relación a la conquista española, europea de nuestro continente, seguimos hablando en muchos casos del “descubrimiento” y, ahora, para suavizar magramente eso, se habla del “encuentro de dos mundos”, un eufemismo que quiere neutralizar la carga de muerte y dominación que continúa viva hasta el día de hoy.

Lo mismo ocurre con otros discursos, como los que fundaron cierta visión del Estado y de nuestra supuesta (superficial) estabilidad política —el desmadre social, político y espiritual en que estamos es un signo equívoco de ello—.

Sin duda que la colonización del ojo —las maneras de ver el mundo— y de la lengua —las maneras de nombrarlo y de articularlo— se dan cita o confluyen en instrumentos tan poderosos como los medios de comunicación que configuran, para muchos, un estado de las cosas, un sentido de realidad, por el cual, en una medida importante, nos regimos.

Por otro lado, la muerte, la matanza ha caracterizado nuestra historia, aunque queramos vernos como un país pacífico, estable y una tasa de leche.

Por eso es que, en términos de memoria colectiva es tan importante el diálogo con los muertos, tanto como el diálogo personal que uno debería tener con sus propios difuntos, y que cada uno porta como el abrigo de invierno…

Hay un sentido de enorme espiritualidad en todo ello, y de entender la historia (la personal y la de la comunidad a la que uno pertenece) como un libro que siempre se está escribiendo.

 

«Si el medio es el mensaje, el mensaje fuerte y claro es uno anclado en el consumo»

—“La procesión” profundiza el espectáculo de los medios, del periodismo. También se entrometen ideas populares, como la superstición, porque los presentadores también son víctimas de este régimen. Los ruegos, la esperanza de la lluvia como purificación, son tretas para que las noticias sean atenuadas. (“El reportero no sabe qué decir”, “Los hechos nunca están en su lugar”).

—Me acuerdo de esa cantinela constante, de una radio, muy popular, que siempre decía o todavía dice: ‘La verdad está en los hechos’ … pero, precisamente, ¿cuáles son los hechos?

Esa debería ser la pregunta de hoy y de toda la vida: cuando existen tantas formas de manipular lo que llamamos “la verdad” (o lo que podríamos llamar “el mundo”), la tergiversación de la misma, o las formas de construirla, según quien ostente el poder de la información (lo que se dice y lo que no, lo que se encubre, acalla, edita o maquilla, etc.), sin duda que edifica tipos de verdad que son las que se han dado como aceptadas o aceptables y convierte en residuo (esto es, en parte del vertedero del mundo) aquellas otras visiones menos populares y que incluso se hacen pasar como improbables o hasta ridículas y, paradojalmente, como mentirosas.

Los medios de comunicación están, en gran parte, consciente o inconscientemente, basados en esta lógica, más aún en un país polarizado por discursos políticos tan contrapuestos, pero donde el foco informacional de las grande plataformas de información están en pocas manos (asunto que ha sido “contrarrestado”, sin duda alguna, por el poder mancomunado, para bien y para mal, de las personas en las redes), y donde su independencia, la del mostrar y del decir (informativa, interpretativa, programáticamente incluso) se inclina hacia ciertas formas muy precisas, a veces inicuas o derechamente perversas y, por supuesto, no necesariamente aquellas de la crítica y la reflexión…

No estoy diciendo nada nuevo, solo hay que ver, en el ámbito ciudadano, la repulsa acerva que ha hecho el público durante el estallido social a los mismos medios masivos.

Si el medio es el mensaje, el mensaje fuerte y claro es uno anclado en el consumo, más que todo, y en las formas de obtenerlo y potenciarlo, en una especie de liturgia constante y que se autoalimenta.

 

«Con nosotros mismos»

—La sección designada como “El astro” recurre a la imagen del “chico que come basura”, una figura que va exhibiendo una serie de productos que guarda en su cuerpo, como ofrendas y señales. La basura es también su combustible, permite la recuperación del astro en un acto de extinción: “Hermanados por un astro de luz perdido, toda la luz de la nación, toda la luz del continente hecha polvo… convertida en basura refulgente por la orbitación del dinero”. ¿Cómo concebiste la imagen del niño-basura?

—Este niño es un engendro del ejército de sobras que recorre el continente, tal vez el mundo entero, por aquella “orbitación” muy precisa del dinero y de quienes, según qué destrezas o saberes específicos ostenten, pueden acceder a este, dependiendo de las necesidades impuestas por el mercado (que se une al apellido, el lugar de proveniencia, la identidad, el look, la red de intereses y negocios, la familia, etcétera desde donde se articule), donde todos, sin excepción, estamos inmersos.

Vivimos, como lo ha hecho ver en estos últimos años la cultura popular, entre los campeones del Gangam Style y los “Parásitos” (para citar la muy especial versión fílmica del neoliberalismo surcoreano, por ejemplo); entre la esperanza brillante, neonizada del futuro y la desesperanza total del presente.

No quiero olvidar los matices, siempre importantes, pero el chico que come basura, una especie de vampiro de imágenes de salvación, de una liturgia muy suya, deviene de esa lógica del abandono (de un Estado, de un sistema de solidaridad generalizado y de un sentido de comunidad roto, y también de un estado de la memoria), intentando juntar las supuestas piezas de un puzle ya no redentor, sino que revelador, y alucinatorio: ya no es la esperanza de una vida mejor —al menos no la que articulan las promesas del mercado—, lo que lo sostiene, como penitente del camino del fracaso, sino que el alucinado territorio de los sueños, y de las imágenes soñadas.

Quizás en ese territorio, en el de la fantasía y el onirismo, se encuentren las claves perdidas de una vuelta a otra realidad (por eso es que, en parte, el tinglado de ese capítulo del libro está dado en un tono de ciencia ficción muy latinoamericana).

Al menos así lo veo yo, pues también, como se habla en imágenes, todo ello es bastante inexplicable o indescifrable y cobra sentido para cada uno en la lectura, como cuando el oráculo decía cosas que debías vivir para saber interpretar, pero sin un deux ex machina que viniera en ningún caso para salvar la situación del drama.

Quizás la única salvación para volver a enmendar el camino de lo humano y de lo humano en este territorio sea, como siempre, el volver a mirar hacia un adentro que tendremos que o reinventar, a poblar de nuevos sentidos.

Pero no hay nada que podamos hacer para entender y estar realmente con otros, si no lo intentamos hacer primero, profundamente, con nosotros mismos… la reveladora introspección debería ser un camino para poder estar de otra forma en comunidad, así como la lectura —junto con todo el goce— debería prender una estrella que después se hace conversación, flujo, y, por ende circulación plural.

 

El paraíso proyectado

—En la última parte (“En los campos de luz”) la estrella adopta la forma de una revelación existencial bastante oscura. ¿Cuáles son los riesgos de concebir un oxímoron de este tipo? Pienso en el trabajo de las estrellas que recurre en la poesía de Nelly Sachs, un punto único en el empleo de esta metáfora.

—Claramente, los campos de luz pueden ser también los de la ruina.

Las estrellas rutilantes, vendidas en el mercado como imágenes de ascensión, identidad, éxito (las de la bandera, las de las promesas del dinero o del camino del éxito que hay que recorrer para su consecución), también pueden transformarse en oscuros negativos del trayecto inmisericorde que muchos deben hacer para “lograrlo”, y así arribar a algún cielo o paraíso proyectado.

Sin duda que se trata de una imagen controversial, un oxímoron, como tú dices, y eso tiene imbricaciones de ese tipo, precisamente, porque la luz estará siempre, como hermanos de la misma madre, emparentada, a nivel de la imagen, con el de la tiniebla, igual que la sangre lo es de la vida y de la muerte, al mismo exacto tiempo.

El alba, el instante de la luz primera, siempre es el momento indeciso de las propias tinieblas y viceversa. El momento de más brillo y brillantez de una cultura también puede anunciar la posible ruina y decadencia.

 

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Nicolás Poblete Pardo (Santiago, 1971) es periodista, profesor, traductor y doctorado en literatura hispanoamericana (Washington University in St. Louis).

Ha publicado las novelas Dos cuerpos, Réplicas, Nuestros desechos, No me ignores, Cardumen, Si ellos vieran, Concepciones, Sinestesia, y Dame pan y llámame perro, y los volúmenes de cuentos Frivolidades y Espectro familiar, y la novela bilingüe En la isla/On the Island.

Traducciones de sus textos han aparecido en The Stinging Fly (Irlanda), ANMLY (EE.UU.), Alba (Alemania) y en la editorial Édicije Bozicevic (Croacia).

Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

«Un astro umbrío en el pérfido día brillante», de Juan Chapple (La Calabaza del Diablo, 2013)

 

 

Nicolás Poblete Pardo

 

 

Imagen destacada: Juan Chapple.