Lo que hemos recibido de muchas lecturas abiertas, y el resultado de sencillas meditaciones (sin afán de establecer cátedra) va entregado en forma simple y cordial, en estos apuntes, ensayos mínimos los llamo yo, que se pueden leer de corrido o, simplemente, cabe la opción de tomar al azar cualquiera de ellos, como un clip.
Por Hernán Ortega Parada
Publicado el 23.12.2021
«Publicamos para no pasar nuestra vida corrigiendo borradores».
Jorge Luis Borges
«Luchar por una causa perdida no es indigno».
E. R. Curtis
Cuando Martín Cerda publicó ese libro que es único y de su propiedad en Chile, La palabra quebrada, a muy poco se atrevieron críticos y comentaristas. Uno de ellos, a la vez amigo de Martín, dijo que el libro era algo así como un «compendio de citas».
La verdad es que muchos «orientadores» de opiniones no entienden qué es el ensayo clásico y por qué un escritor que se ha formado en el corazón de Europa, bajo la luz de La Sorbona, intenta ubicar su pensamiento dentro de esa técnica que puede ser extensa, fragmentaria o aforística (Nietzsche, Camus).
Recuerdo con emoción a ese Martín Cerda que está repartido en todas esas páginas, como las cenizas de alguien que se fue y quedaron sembradas en un jardín. El libro es, en verdad, la persistencia de su memoria.
En mis notas he adoptado también el uso de apoyos de pensamientos ajenos. Pero en mí, y quizás como en el caso del maestro, ello es sólo el placer de compartir pequeños trozos de lectura de muchos escritores y pensadores.
La verdad es que estas recuperaciones no corresponden a un novísimo autor que se pueda calificar de erudito, sino que el asunto está situado en el máximo punto contrario: es la sencillez y la emoción de quien encuentra a cada paso las pruebas de que casi todo está escrito, que casi todo está pensado en forma tan bella y certera que hace a los escritores citados grandes y paternales amigos.
Generalmente insuperables, a través de los hitos espirituales que ellos han fijado sí es posible escurrirse como el viento y transportar algún rumor fresco, alguna pequeña semilla para los renovados tiempos.
Escribo con las ventajas que otorga el tiempo presente sobre el pasado y con el anuncio de las ventajas que tendrán los del futuro sobre los que en este instante hacen algo de actualidad.
Nada menos simple que eso.
La grave insularidad de nuestra cultura científico y filosófica
Salvo que, debo confesar, hace muchos años llegó a mí poder la revista Magazine Littéraire, número 218 (abril de 1985). Yo seguía a esta publicación parisina con ansiedad e interés desde mucho antes porque ella me conectaba con escritores y pensadores de otra órbita y podía, así, obtener materiales para ciertas actividades de difusión cultural.
El título en portada decía simplemente: «Les enjeux de la biologie».
¿Una revista literaria dedicada de improviso a la ciencia? En ese número había una múltiple visión de la vida… ¿Y no es esta la sangre del arte?
Cito rápido: «Las viejas ideologías han muerto»…, concepto recogido por Fukuyama, que entonces tenía 33 años. El fin de la historia y el último hombre apareció solamente en 1992, con la resonancia que todos conocemos y confirma, en cierto modo, que los pensamientos y las teorías jamás salen de la nada.
Otras citas bastante insidiosas y de vastos efectos: «Bio-ideología: el neologismo amerita imponerse después de aquéllos como bio-tecnología, bio-ética, bio-política, bio-energía, por no citar otros que esos. Por bio-ideología es necesario entender la formación de discursos filosóficos, políticos y morales dando como legitimación a las teorías y los métodos de las ciencias de la vida».
Enseguida se habla de socio-biología, el pensamiento sistémico, de bío-poder (Foucault), la ecología política, antropología de la filiación, etcétera. En fin, se me presentaba el sentido extenso del «biologismo» en términos que no había recogido en los periódicos que hacen divulgación cultural en el país.
Mi antecedente directo era El árbol del conocimiento, de Humberto Maturana y de Francisco Varela (Editorial Universitaria, Santiago, 1984). Este libro tiene un subtítulo interior que esclarece su materia: «Las bases biológicas del entendimiento humano».
Por entonces era más corriente en nuestro medio la noción de que el concepto de biologismo era aplicable en terapias para recomponer ciertos desórdenes orgánicos y, por ende, mentales. La fármaco-terapia era de uso normal.
En resumen, de aquella revista tomé conciencia de la grave insularidad de nuestra cultura científico-filosófica.
La insuficiencia de la educación
Y si desde allí extendía la vista por nuestros escritores, por nuestras letras, por nuestros artistas plásticos, la desazón era enorme. Por lo cual, quise poner en orden mis propios conocimientos. Algo así como lo que lejanamente hizo Kierkegaard (esto lo supe después de las primeras versiones de estos ensayos mínimos).
En efecto, el filósofo declaró varias veces: “que sus obras estéticas constituyeron para él su propia educación básica y su progreso hacia la verdad” (James Collins). Pues bien, mis búsquedas fueron culminando en la redacción de ciertos lineamientos, de ciertas estructuras personales y sus resultados fueron aplicados en algunos talleres literarios que tuve en suerte conducir (creo que todos los alumnos dejaron de escribir).
En verdad, sentí como si hubiera perdido la inocencia. Y lo que estaba diciendo Baudelaire desde hace ya tanto tiempo adquirió un nuevo sentido: «El poeta que no está lúcido de su oficio, es un poeta incompleto».
En lo que todos estamos de acuerdo es en la insuficiencia de la educación. A toda edad. Deshacerse del verdadero concepto de sexualidad trae más problemas al individuo y a la sociedad que el control racional e íntimo de las funciones normales llamadas «de reproducción». La preparación adecuada tiene que ver, en primer lugar, con el conocimiento de sí mismo y de la cadena social.
La gran pregunta es, pues, ¿qué podemos hacer los artistas (y la gente interesada por el arte) por las obras que creamos (o leemos u observamos) si ni siquiera tenemos conocimiento de nuestra propia interioridad? La misma pregunta vale para el ciudadano que busca una respuesta sobre su rol en el mundo.
Lo que hemos recibido de muchas lecturas abiertas, y el resultado de sencillas meditaciones (sin afán de establecer cátedra) va entregado en forma simple y cordial, en estos apuntes, ensayos mínimos los llamo yo, que se pueden leer de corrido o, simplemente, cabe la opción de tomar al azar cualquiera de ellos, como un clip.
Todo esto, para establecer relaciones espirituales con personas que tengan estas mismas inquietudes…
De nada más se trata.
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Hernán Ortega Parada (1932) es un escritor chileno, autor de una extensa serie de poesías, cuentos, notas y ensayos literarios.
Imagen destacada: Martín Cerda.