El filme que ganó el Oscar a la Mejor Película de la temporada en la última y reciente edición de los premios de la Academia estadounidense es una «dramedia» políticamente correcta, y la cual busca ser en cada escena una «feel good movie», donde los «malos» apenas si se noten y los «buenos» sean excelentes y bondadosos seres humanos.
Por Horacio Ramírez
Publicado el 7.4.2022
La Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas o AMPAS (Academy of Motion Picture Arts and Sciences) fue fundada el 11 de mayo de 1927 en Los Ángeles, California, y es conocida mundialmente por sus premios anuales a los filmes de Hollywood: «los Oscar», y si hubo una cosa que en las últimas ediciones la Academia se encargó de dejar bien en claro es que se alejaba progresivamente del público y progresivamente —y en consuno con lo anterior— del cine mismo.
La candidata al Oscar a la Mejor Película, posicionada en primer lugar en las predicciones periodísticas, había sido El poder del perro de Jane Campion: un filme con fuerza estética propia, con musculatura de cine, esto es: que no buscó gustarle a la gente sino simplemente quiso ser una buena obra audiovisual.
Cine por el cine, como corresponde… aunque lejos de «tanques» históricos de la Academia como lo fueron Titanic (James Cameron, 1997), Ben-Hur (William Wyler, 1959) o Lo que el viento se llevó (Victor Fleming, 1939), la cinta de la Campion habría merecido mejor suerte si no se hubiera metido con la masculinidad de los cowboys, prejuicio que el oeste americano todavía se niega a dejar ir, y en su lugar ubicaron a Coda de Sian Heder.
Un camino a la sensiblería cómoda
Es bien sabido que los grandes productores de Hollywood han desarrollado una práctica que rinde sus buenos frutos en las taquillas: estructuras preformuladas para productoras de franquicias que calculan hasta el último mohín del actor para asegurarse hasta el último centavo invertido.
Y un día llegaron las producciones de los streaming por Internet y gran parte de su producción se orientaba a otro formato de aseguramiento monetario, de menos fortaleza visual y argumental… en definitiva, un cine para rellenar con pochoclo una tarde aburrida de domingo.
La pugna era ahora entre Netflix y la película de la Campion, y Apple que terminó ganando con Heder y su Coda: una película totalmente menor, diluida en su propio caldo hasta lo insípido.
Una «dramedia» políticamente correcta que busca ser en cada escena una «feel good movie», donde los «malos» apenas si se noten y los buenos sean muy buenos. Sus personajes centrales, directa o indirectamente limitados por la sordera, tendrán sus reveses sentimentales, sus leves conflictos de esos que cualquiera tiene y con los que cualquiera se identifica fácilmente, y estarán enteramente abocados a emocionar, a buscar el camino más directo posible a la sensiblería cómoda.
Dos personajes secundarios fueron actores sordos: el padre Frank Rossi (Troy Kotsur), quien ganó el Oscar al Mejor Actor de Reparto y ayudó, junto a la más conocida por sus trabajos en televisión, Marlee Matlin (como Jackie), a rescatar el silencioso mundo de los hipoacúsicos… pero con esto no alcanzó para salvar del olvido al resto de la película.
Más que hallazgos tuvo algunas búsquedas interesantes: «oír» a la hija menor Ruby (Emilia Jones) cantando en pleno silencio o las discusiones y diálogos en lenguaje de señas que inducen al espectador a tratar de entender qué es lo que está pasando entre ellos.
Pero los peldaños que reclama para el espectador el guion —también de la Heder—, están llenos de clichés y lugares comunes que terminan por hacer naufragar al conjunto: el romance adolescente y el «coming of age».
El personaje entre dislocado y preciso del profesor de música (Eugenio Derbez… de lo más rescatable) que ayuda a Ruby a abandonar la sordera del pueblo costero y a encontrar su destino en el sonido de una universidad y en ella un mundo nuevo, todas situaciones predigeridas que ayudan a un naufragio como película si hemos de hablar de cine, aunque se alzara con el Oscar.
La decadencia de una alfombra roja
El lamento viene más, no por la cinta en sí y su premio, sino por el severo escoramiento que está teniendo la otrora respetable Academia de Hollywood. Y hablamos de los síntomas de deterioro por una forma de concebir el cine moderno, el público actual y las demandas del mercado de hoy.
Y este deterioro encontró su epítome en el cachetazo de Will Smith al comediante Chris Rock porque se había burlado (según él, por ignorancia) de Jada Pinkett, la esposa de Smith, quien padece de alopecia. La cuestión es que ya no se recordará este Oscar 2022 como el «Oscar de Coda», sino como el «Oscar del cachetazo».
Muy bien lo resumió Jim Carrey en una entrevista periodística: «Eclipsó el momento que tuvo todo el mundo para brillar. Mucha gente trabajó muy duro para poder estar ahí y tener su momento y recibir ese premio por ese trabajo durísimo. No es moco de pavo todo lo que hay que hacer para que te nominen a un Oscar… Y fue un momento egoísta el eclipsar todo eso».
Pero lo de Smith sólo fue el síntoma. Al recibir su premio, el actor se disculpó —no con su víctima— y se autodefinió como «un navío de amor»… Mientras, por estas horas, la Academia está evaluando las reprimendas y medidas que se tomarán contra él.
Sería bueno que también pensaran —y rápido— en el porqué se abren las puertas de la Academia a estos hechos que sólo desnudan la decadencia de una alfombra roja, ya a toda vista muy avejentada y con demasiado trajín encima.
Rescatar la vieja gloria extraviada por no haberse ajustado al cambio de los tiempos, puede ser el único camino que le quede a Hollywood de ahora en más si no quiere convertirse en una pieza más del Museo del Cine.
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Tráiler:
Horacio Carlos Ramírez (1956) nació en la ciudad de Bernal, Partido de Quilmes, en la provincia de Buenos Aires, República Argentina. Tras terminar sus estudios secundarios comenzó a estudiar Ecología en la Facultad y Museo de Ciencias Naturales de La Plata, pero al cabo de algunos años:
«Reconocí que estudiaba la vida no por ella, sino por la estética de la vida. Fue una época de duras decisiones, hasta que me encontré con una serie de autores y un antropólogo de la Facultad —el Dr. Héctor Blas Lahitte— que me orientaron hacia un ámbito donde la ciencia instrumental se daba la mano con el pensamiento estético en sus facetas más abstractas y a la vez encantadoras… pero ese entrelazamiento tenía un precio, que era reencausarlo todo de nuevo… y así comencé a estudiar por mi cuenta estética, antropología y simbología, cine, poética. Todo conducía a todas partes, todo se abría a una red de conocimientos que se transformaban en saberes que se auto promovían y auto justificaban».
«La religión —el mal llamado ‘mormonismo’— terminó de darle un cierre espiritual al asunto que encajaba con una perfección que ya me resultaba sin retorno… La práctica de la pintura —realicé varias exposiciones colectivas e individuales— me terminaron arrojando a las playas de la poesía. Hoy escribo poesía y teorizo sobre poesía, tanto occidental como en el ámbito del haiku japonés. Doy charlas sobre la simbólica humana y aspectos diversos de la estética en general y de estética de la vida, donde trato de mostrar cómo una mosca y un ángel de piedra tienen más elementos en común que mutuas segregaciones, y para ayudar a desentrañar el enredo sin sentido al que se somete a nuestra civilización con una deficiente visión de la ciencia que nos hace entrar en un permanente conflicto ambiental y social… La humana parece ser una especie que, de puro rica y a la vez desorientada, está en permanente conflicto con todo lo que la rodea y consigo misma…».
«He escrito cuatro libros de poesía, el último con algunos relatos y una serie de reflexiones, y estoy terminando dos textos que quizás algún día vean la luz: uno sobre simbología universal y otro sobre teoría poética…».
Horacio Ramírez actualmente vive con su familia en la localidad de Reta, también de la provincia de Buenos Aires, en el partido de Tres Arroyos, sobre la costa atlántica (a unos 600 kilómetros de su lugar natal), dando charlas guiadas sobre ecología, epistemología y paseos nocturnos para apreciar el cielo y su sistema de símbolos astrológicos y las historias que le dieron origen en las diferentes tradiciones antiguas.
*Este artículo fue escrito para ser publicado exclusivamente por el Diario Cine y Literatura.
Imagen destacada: Coda (2021).