[Crítica] «Tu nuevo Anticristo»: Los multiversos de Juan Mihovilovich

Con una prosa acabada y sólida, no menos aguda y exploratoria hasta el infinito, el escritor chileno inicia en esta novela —con altura y ambición artística— sus andanzas por los insondables territorios del equilibrio y de la inestabilidad humanas.

Por Álvaro Mesa Latorre

Publicado el 7.5.2022

Desde una estación literaria, ya ampliamente premiada y consolidada, Juan Mihovilovich publica su nuevo libro Tu nuevo Anticristo. Con una prosa acabada y sólida, no menos aguda y exploratoria hasta el infinito, el autor, con altura, iniciará sus andanzas por los insondables territorios del equilibrio y desequilibrio humano.

En sus hombros, como San Cristóbal, desde sus primeros libros hasta hoy, no sólo lleva al mundo (también al inframundo y supramundo) —sostiene con una fuerza sorprendente— las preguntas más difíciles que desafían a la mujer y al hombre en todas sus existencias (terrenal, divina y otros multiversos).

Ya sea que el propio autor, su otro yo, la realidad, la irrealidad, la claridad, la confusión, el duelo, el no duelo, y todas las manifestaciones que permite el estilo de la novela, Mihovilovich en un amplio viaje, nos muestra su vuelo con la palabra. La dibuja, la crea de nuevo, la da vuelta, la pinta de mil colores, la decolora, la quiebra, la deshace, la repara, la teje, la ama.

Todo ello buscando alguna respuesta a las mil preguntas sobre la existencia, sobre la muerte, sobre el éxito, sobre las sombras, sobre el amor, sobre la familia, sobre nuestras facultades, sobre lo que en definitiva somos y aspiramos a ser.

 

Un equilibrio explosivo

Es en el equilibrio explosivo donde el autor se afana una y otra vez en tratar de encontrar algún trazo de luz, una línea de partida que abra alguna ruta —quien sabe hacia qué destino—, pero al fin y al cabo que la vida o la muerte se despliegue de cierta forma para no andar deambulando como fantasmas en la hierba.

Es verdad, que el monólogo de inicio lo realiza con su hermano, pero la verdad del asunto, es que estas divagaciones son sólo un punto de partida para realizar un anatomía a su yo, a la infancia, a la profesión, a las múltiples elecciones espirituales y materiales, a todo lo que permite alcanzar la novela.

Tu anticristo, es la otredad, la otra orilla, la novela no escrita, lo que quedó atrapado bajo toneladas de superficialidad. «Tu anticristo», la explosión en reposo que tenemos dentro y en cualquier momento hablará.

Esto lo observamos en varios pasajes del libro, así: «Pero me quedo, porque vivir es la eternidad, descubierta y mancillada, naciente y sufrida, moribunda al nacer y completa al morir».

Es decir el comienzo y el final, los primeros balbuceos y la complejidad de todas las expresiones: «Para ser auténticos nos faltó una dosis de tu locura, de esa locura ingenua que movía las piezas de un ajedrez que únicamente tu conocías».

Nos revela que el equilibrio nos invita a que lo ayudemos en buscar otros caminos, otros enfoques, a vivir lo humano propiamente tal:

«Una tarde lo arrojé por encima de la pandereta por arrancarse desde el patio trasero hacia la calle. Después de ese cruel castigo el animal ya no fue el mismo. Se acurrucaba en un rincón de su casucha, aullaba lastimero a medianoche como si sufriera por algo inexplicable».

Aquí se aprecia como un balazo certero, un primera gran explosión. Se vislumbra que el autor se lanza —con todo su ser— por encima de la pandereta junto al perro, tratando de desestabilizar la realidad, para que broten otros escenarios.

«El sueño del Padre Pío era el adelanto de un viaje consumado: el de Calpún hace veinte años y el tuyo en agosto pasado. Tu sonrisa post mortem anunciaba el velado encanto de la ciudad secreta donde reina el espíritu santo. Estas serenas lágrimas nocturnas confirman la alegría de saber que ustedes no han muerto. Sólo me esperan, aunque parte de mi frágil humanidad se resista a sentir lo invisible como verdadero».

Vuelve cierta tranquilidad. Como un túnel, atraviesa el equilibrio de la existencia de un lado a otro. No hay muerte, no hay vida, sólo hay eternidad aguerrida y doliente.

«Me decías que su arribo era inevitable, que ningún sitio del planeta quedaría indemne de su ataque. No puedes luchar contra un enemigo tan abstracto y material al mismo tiempo».

 

El lenguaje es el único vehículo para sobrevivir

Aun así Mihovilovich no se amilana. Lucha contra sí mismo, contra la palabra. Desde su posición —llena de dudas y de mares— avanza con su lenguaje dibujando su destino, su camino que le pertenece.

«Decías que la verdadera lucidez residía en su carencia, que los poemas genuinos nacen de la irrealidad en que una mente enferma los reinventa».

Nuevamente el autor, socava varios pilares del equilibrio y lo hace caminar en el vacío, fuera de su seno natural y nos encontramos con frutos sorprendentes:

«Le grité con una fuerza inusitada que no admitía réplicas. Aun así, me contesto desafiante. Ese fue el acicate. Tú sabes cómo opera el demonio interior si tiene la carnada al alcance de la mano. Vi todo enrojecido: la escalera que lleva al segundo piso, al gato que maullaba, los cuadros que ornamentaban el acceso superior, los libros en las repisas, el cielo raso, las cortinas verdes y naranjas, la puertecilla del altillo, todo, absolutamente todo, era de una totalidad bermellón, escarlata, como si ríos de sangre descendieran con una prisa insólita desde el techo de la casa».

Quizás, esta parte del libro nos muestra de manera impecable, como es una conversación con el equilibrio. Su luminosidad, su andar, su colorido. Todos los colores —en silencio— se esconden detrás del rojo temporalmente. En todo caso, aún con las tentaciones, sigue siendo un fuerte equilibrio.

«Al día siguiente viajaría a Linares a verte en tu nueva residencia en el Parque de las Rosas, aunque el hecho que habites en un solo lugar me parece anómalo».

No obstante todas las explosiones, las idas y las venidas, las tratativas, los ensayos, los errores, las luchas, el autor vuelve al rito que marca el equilibrio de la vida y la muerte, de la eternidad. Todo encuentro, toda visita es una afirmación que el universo es nuestro y que el lenguaje es el único vehículo para sobrevivir.

 

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Álvaro Mesa Latorre es abogado de profesión y ministro de la Ilustrísima Corte de Apelaciones de Temuco.

 

«Tu nuevo Anticristo», de Juan Mihovilovich (Simplemente Editores, 2022)

 

 

Álvaro Mesa Latorre

 

 

Imagen destacada: Juan Mihovilovich.