[Ensayo] «Tierno narrador»: Lo más primordial del lenguaje humano

El próximo jueves 30 de junio, Ediciones Al Fragor lanzará este volumen debido a la autora polaca Premio Nobel de Literatura 2018, Olga Tokarczuk, y el cual es el texto de la traducción castellana del discurso que enunció al momento de recibir el máximo galardón de las letras en la ciudad sueca de Estocolmo, hace ya casi cuatro años.

Por Manuel Florencio Sanfuentes

Publicado el 23.6.2022

Oír otra lengua, desconociéndola, nos conduce al límite del entendimiento, donde apenas se aprecian ciertas raíces comunes al oído y otras veces se vislumbra un tono familiar pero irreconocible; omitiendo el significado, las palabras parecen desplegar en algo sus sentidos como un canto que conmueve por su sola interpretación.

Ya antes de leer sus escritos, oír la voz de Olga fue traspasar ese límite. ¿Acaso no se dice que el cuerpo se expresa, que los ojos hablan? Así pude leer en sus labios lo más primordial del lenguaje humano.

La voz es la que se quiere traducir cuando pasa a otro idioma; puesto que no hay equivalencias en el lenguaje, el sentido se traslada a otras palabras, pero no a las pronunciadas. La traición en el acto de traducir es un falso juicio, una lamentación de corte clerical. La esperanza en el sentido del escrito, su corazón, radica fuera de él, en su aletheia; en su modo de surgir.

La Academia Sueca publicó el discurso de Olga Tokarczuk para la aceptación del Premio Nobel de Literatura 2018, el 7 de diciembre del 2019, en polaco, sueco e inglés, junto a un excelente registro audiovisual.

Oyendo el polaco de Olga en su alocución y al leer la traducción al inglés, fue apareciendo una comprensión sobre sus palabras, que interpretadas en español y convertidas a nuestra lengua podían edificar una versión de su discurso, para leerla nosotros con un libro entre las manos.

Al inicio de una lectura no se tiene más propósito que el de enfrentarse con lo que se desconoce, con lo imperativo que el texto propone; y aquí surge lo que Olga llama el «tierno narrador» o una sensibilidad que escribe caminando su propio destino; para los Bieguni —título con que ganó el Man Booker International Prize el 2018, traducido como Los errantes, Flight, Viagens, Les pérégrins o I vagabondi—, la sola posibilidad de quedarse en un lugar significaría ser capturados por el demonio, temor que los mantiene en camino. Huyendo del mal, enfrentan su destino, que no es circular, sino parabólico.

Todos los pueblos han huido alguna vez, han errado,  y han transformado sus impedimentos en algo favorable. La narración de este reconocimiento, entendido como renovación, la ejerce, la da, una mano tierna, una sensibilidad del cuerpo, el mundo y el espíritu de nuestro tiempo.

Con todo, los «peregrinos» de Olga no huyen, no pueden huir, porque están en tránsito, transidos por la multiplicidad de una memoria ancestral, que tiene lugar también en nosotros —los lectores—al momento de redactar nuestro presente.

¿Puede solo una mujer hablarnos de ternura? ¿O un niño? Atributo de todos que Olga nos regala y nos ofrece como un don. La debilidad es acogida y llevada adelante, es lo perentorio, lo que va a acontecer a partir de lo que estamos viviendo.

 

El pudor de una realidad

Entre Navidad y Año Nuevo del 2019, visité a mis amigos de Wrocław. Magdalena Barbaruk venía de escribir sobre El ingenioso hidalgo…, Amereida, los viajes, los tránsitos, y las travesías que cruzan mares, territorios, lenguajes y continentes.

Por esos días, su esposo Piotr Fereński, Kuba, cumplía 40 años; la celebración fue un gratísimo encuentro en la Librería Española, en el centro de la ciudad, a la vuelta del Callejón de la Sal; Ewa Malec, su directora, mantenía varias librerías en Polonia (se imaginarán ustedes los tipos de lectores que hallarán en ellas).

Esa noche Magdalena nos introdujo con Marcin Kurek, traductor de García Lorca —incluso su hija hablaba el español de la península—, junto a varios estudiantes y profesores del Instituto de Estudios Culturales de la Universidad de Wrocław y sus amigos. Entre ellos, Olga.

Hablamos en inglés, y por mi parte, a maltraer; y me contó que de joven la lectura de El obsceno pájaro de la noche, de José Donoso, abrió para ella el universo que la literatura era capaz de edificar: la abertura de la historia —su desenmascaramiento— le reveló un mundo que acompaña al nuestro para bendecirlo, mientras se rinde al mismo tiempo en la sumisión de una realidad mezquina por oposición a una tierna vergüenza, o a lo menos al «pudor de una realidad».

A Donoso lo situaba en Latinoamérica, dentro del Boom que leyó todo el mundo en los años 60 y 70, sin nacionalidad, quizá en México. Le conté que era chileno: se sorprendió de su propia ignorancia. Es muy probable que Donoso sea en Chile un autor crucial para entender la impronta de la literatura latinoamericana.

El rol de su obra en dicha epifanía fue uno de los más honestos y a la vez más torcidos; quizás incomprendido en su dimensión internacional y raigambre literaria. Donoso, como tantos otros, es un autor que se fue del país: Chile es una isla que no perdona.

Wrocław es una ciudad ejemplar, austera, católica, sacerdotal, universitaria. Un crisol cultural que atraviesa, como el ángel de la historia de Benjamin y Klee, toda la flor marchita de Europa. Más palabra que imagen, Polonia es una nación castigada, atravesada, y sin embargo, a mis ojos primerizos, hace poco liberada por la generación comunitaria, abierta por una juventud marcada por la globalización, y fuerte contra las represalias del totalitarismo.

Desde la ruta del ámbar, Wrocław es una joya que va a otro lugar, y es capaz de abrazar al mundo con su cultura desde un lenguaje propio, tocando a todos en la sensibilidad que nos propone. La obra de Olga transporta el rigor espiritual de una nación a una experiencia entendida como universal.

Esta sensibilidad sobre lo particular se hermana con el carácter aislado de Chile y su naturaleza desbordante, conviniendo en una metáfora entre la debilidad y el coraje, con los que ha sido posible darle forma a un pueblo. La idea de América entera, de norte a sur, es hija de la inmigración, del movimiento humano, del tránsito cultural de Occidente hacia su propio desconocido, donde se encuentra tanto con lo nuevo como con una antigüedad que no tenía prevista.

En Nuestra América, José Martí nos plantea una narrativa que acoge esa diferencia para edificar una noción pertinente a la propia cultura del tránsito americano y luego, con determinación, entender que si «el vino de plátano sale agrio, ¡es nuestro vino!».

 

El sueño de Jacob

Olga usa sin reparos la palabra exterminio, pero bien podría hablar de genocidio, para anotar la impronta de Europa en la conquista de América; término, por lo demás, acuñado por su compatriota, el jurista Rafał Lemkin, a fines de la Segunda Guerra Mundial, con el sustantivo polaco ludobójstwo, para referirse a lo que conocemos como Holocausto.

Por otra parte, no deja de advertirnos las consecuencias universales de arremetidas particulares y totalizantes que niegan la existencia de una vida propia, de una cultura, y por último, de una lengua; una forma de ser y hablar que debe ser castigada.

La literatura aquí ocupa el lugar de la omisión y del silencio de la cultura; la historia no se entiende sino ocultándonos su verdadero rostro que calla para decirnos algo. Ese silencio se comprende en el viaje, caminando, en la idea peregrina que atraviesa el mundo para encontrarse solo, con uno mismo y frente a los otros.

Ahí, la traducción es una herramienta que libera la incomprensión de esas voces que no habíamos escuchado antes y ahora podemos atender si queremos oír. De modo análogo, la lectura es también un acto de hospitalidad: ella quiere escuchar la voz que habla sin guardar silencio; e independiente de la forma de su compromiso, se pronuncia a través de voces enmudecidas por el pavor o la vergüenza.

En contraste a la ternura, la sangre fría de la literatura es una vía de la conmoción: literalmente, morir en la frontera.

De hecho, conmueve asimismo la vocación universal acogedora con que la literatura expone las divergencias sobre la historia y la actualidad donde acontecen nuestras vidas. Olga, siendo primero europea, universaliza la historia, reúne sin disolver la cultura y el lugar, desplegando posibilidades inéditas de lecturas incluso en entornos lejanos como América Latina.

Uno de sus libros, no traducido aún al español, titulado Księgi Jakubowe (Los libros de Jacob), nos conduce de nuevo al peregrinaje tanto cultural como espiritual: el tránsito de las minucias del pequeño «yo» hacia la envergadura de una pertenencia impropia, no fija, bajo un estatuto humano que sueña su plenitud fuera de sí mismo.

Sin ser el personaje histórico, pero tomando el nombre como figura, se me viene a la memoria el bíblico «sueño de Jacob», que apoyando su cabeza sobre una piedra reposa de su caminata, y ya dormido, entre sueños, ve subir y bajar a los ángeles del cielo.

En dicho trance, la divinidad se le revela para exponerle un camino expansivo: «Te extenderás de norte a sur, y de oriente a occidente», sellando con ello una nueva alianza entre el cielo y la tierra.

Quizá de otro modo la misma revelación de William Blake, reportando la intrínseca relación entre lo de acá y lo que aún no hemos percibido, y que de formas distintas se nos manifiesta en el camino.

 

El abordaje narrativo de Olga

¿No es acaso paradójico que dicha revelación, austera y tiernamente ilustrada por José de Ribera, haya tenido lugar en lo agreste del descampado, bajo el cielo, y apoyado sobre la rudeza de una piedra, y que dicha piedra se constituyera desde entonces en signo de esa nueva alianza que da hogar a aquello que no nos pertenece, pero que perfila lo que somos?

El arte y la literatura nos llevan fuera de nosotros, a caminar donde no hemos ido y a mirar lo que no hemos visto.

Olga Tokarczuk nos propone su propio Jacob, su propio vuelo y andar, haciendo de la historia de Polonia un refugio y alivio para la nuestra, un ejemplo de resistencia y permeabilidad de la cultura.

Y si ha sido una fotografía la que ha incitado su discurso —la imagen en blanco y negro de su madre—, da cuenta de que el camino abierto por la literatura debe recurrir a la imagen para hallar en ella la fuente de una palabra que hemos perdido y que las letras recomponen para esclarecer el misterio de la pérdida y del silencio.

Pese a todo, el lector no tiene enfrente dicha imagen, y debe, por un acto de confianza, encontrar en las palabras, como el Jacob de Ribera, el reflejo de su sueño. La fotografía es un recorte de realidad, una detención, una instantánea de nosotros mismos, y su lugar en la literatura, junto con el testimonio y la evidencia, es el de abrir la percepción que uno cree y espera tener del mundo.

Mi masculinidad es vencida por el abordaje narrativo de Olga. La ternura del narrador o narradora parecen transitar como un género único que sin disolver los sexos, los conduce hacia esa unificación que la maternidad nos ofrece como un regalo; el misterio de un hijo por venir solo tiene lugar en el momento de dar a luz, ahí se revela nuestra primera identidad, que con el tiempo y el camino por delante, transitará hacia su verdadero ser.

Olga, como cualquiera, es distinta del día en que nació, y esa diferencia o distancia nos la muestra dando a luz una literatura que recibe estas paradojas como un don que abraza tanto a su pueblo como al mundo entero; porque ha caminado desde ese lugar inicial hasta este pequeño puerto de Valparaíso, donde peregrinan aún tantos seres que nunca han sido fotografiados.

 

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Manuel Florencio Sanfuentes Vio es poeta, diseñador gráfico y editor, publica inicialmente el poema «Tierno dolo» en el libro Trebolar (Al Fragor, 2013). Es docente en el Taller de Amereida de la Escuela de Arquitectura y Diseño de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, donde también forma parte del Taller de Investigaciones Gráficas y las Ediciones e[ad].

Es director de Al Fragor Ediciones, con sede en Viña del Mar, y miembro desde 1997 de la Corporación Cultural Amereida y Ciudad Abierta donde participa de sus actos y sus obras.

Ensaya un ejercicio de palabra tangencial a las artes plásticas a partir de la mancha y su relación con la letra y la escritura; importantes son El cuaderno del iletrado, presente en la VI Bienal del Museo Nacional de Bellas Artes, Santiago 2008; y Demora inminente de un objeto intangible, expuesto en 2012 en el Parque Cultural de Valparaíso; también la exposición «Auto da fe», en 2016 en Sala El Internado en Valparaíso. En 2019 publica su poemario Noli me tangere. Estuvo a cargo de la edición del Tierno narrador de Olga Tokarczuk (Al Fragor, 2021).

 

«Tierno narrador» se lanzará el próximo jueves 30 de junio en el restaurante Ligura de Lastarria, en la ciudad de Santiago

 

 

«Tierno narrador», de Olga Tokarczuk (Al Fragor Ediciones, 2022)

 

 

Manuel Florencio Sanfuentes

 

 

Imagen destacada: Olga Tokarczuk.