Los actores chilenos Francisco Reyes Morandé y Marcelo Alonso protagonizan esta traslación del libro de cuentos del desaparecido narrador norteamericano David Foster Wallace, en una versión dramática y escénica debida al reconocido director argentino Daniel Veronese, y la cual se presenta hasta el próximo domingo 31 de julio en la sala Teatro Finis Terrae.
Por Enrique Morales Lastra
Publicado el 24.7.2022
Como pocos escritores contemporáneos el estadounidense David Foster Wallace (1962 – 2008) auscultó en las categorizaciones anímicas de la psicología y de las emociones masculinas, especialmente en lo referente a las relaciones de estos con las mujeres, con una audacia creativa semejante a la del genio literario de Guy de Maupassant, y no por nada, ambos atormentados narradores, finalizaron sus días con la ejecución de un acto radical: el suicidio, o muerte por la propia mano o voluntad.
Su novela La broma infinita es impresionante, pero su sensibilidad anárquica, finalmente termina por repeler a un lector demasiado sensible: el amor que tengamos a la vida, siempre chocará con ese cinismo anárquico, dispuesto a la menor provocación a dar un salto hacia la eternidad de la nada.
Evidentemente, entre la nada y la pena, una gran mayoría se inclinará sin dudarlo por la tristeza, pero algo, un sentimiento, al fin y al cabo, frente a lo inexplicable del misterio.
Por eso es que este montaje teatral, sin negar su notable intensidad dramática y el excelente nivel interpretativo de sus actores (Alonso se revela dueño de una composición desconocida hasta el momento, por ejemplo), finalmente puede sucumbir ante el facilismo de apelar a lo extremo, a los límites y a las fronteras, inclusive, de lo políticamente correcto. Porque la misoginia suda en estos diálogos que se empeñan entre el monólogo y la declamación de intenciones.
En el libro de Foster Wallace, son veintitrés los relatos originales de la versión literaria de Entrevistas breves con hombres repulsivos (1999), los cuales en la obra escénica y dramática (previa traslación dirigida y efectuada por el argentino Daniel Veronese) se reducen a ocho encuentros breves e independientes entre sí, donde los protagonistas (Francisco Reyes y Marcelo Alonso), asumen las diversas caracterizaciones, masculinas o femeninas, de acuerdo al relato en que se basó la escena respectiva.
Dos actores conversan
Cada encuentro o relato adaptado marca su final y entrega la posta al siguiente, luego de que una campanilla, al modo de un round de boxeo, y después de ser manipulada por uno de los personajes (A y B), así lo determina.
La puesta en escena se vale de una mesa que adopta diversas conceptualizaciones de acuerdo al requerimiento de la dramaturgia. El uso de ese elemento diegético es perfecto y marca, al modo de una batuta estética y cronométrica, la traslación de los tiempos literarios ficcionados por Foster Wallace, hacia la exuberante semántica de lo teatral.
En ese margen de análisis, la dramaturgia concebida por Veronese concurre al modo de una vibrante retórica discursiva en torno a las insondables situaciones que pueden experimentar un hombre y una mujer, cuando establecen un vínculo o relación afectiva.
Quizás el «experiencia» que se remarca al fondo de la escena con letras digitales (antes de comenzar la obra) haga referencia a ese punto, al sinnúmero de núcleos y hechos que acontecen después de que dos seres humanos entran en contacto, ya sea con fines amorosos u eróticos.
Aquí surge lo que objetaba sobre el facilismo, sin embargo. Describir en un discurso dramático, sodomizaciones con una botella o estrategias emocionales de seducción sexual, salvo que se interpele a una audiencia fuera de sus cabales en sus parámetros de estandarización social, la mayoría de las veces, tales tópicos provocarán asombro, curiosidad y la necesidad corrompida de saber más y mayormente al respecto. Es obvio.
Si uno podría decir que hasta la actriz Amber Heard denunció a su exesposo Johnny Depp por haberla poseído con una botella, en el conocido y mediático juicio que los enfrentó a ambos hace algunas semanas, con un veredicto absolutorio para el intérprete que alcanzara la fama y el reconocimiento por sus colaboraciones con Tim Burton.
Nosotros absolvemos un tanto a Veronese, también a Reyes y a Alonso, pero en ningún caso a Foster Wallace, por ese reportorio de oscuros y pesimistas lugares comunes acerca de la sexualidad humana, y no lo decimos en un sentido moral —¡para nada!— sino que por su intencionalidad de gastada reiteración estética.
Por esto mismo, y si en ocasiones anteriores hemos sido especialmente críticos acerca de las condiciones actorales de Marcelo Alonso, y hemos azuzado sus escasos registros ante una cámara cinematográfica, e indicado una reiterativa impostación vocal de su parte (reconocida como un gesto reconocible suyo, dentro de sus características interpretativas), y también hemos embestido hacia el precario dominio, o monotonía de las diversas expresiones exhibidas por su rostro en tales coyunturas. Eso, ahora parece olvidado, y casi me retracto.
En efecto, Alonso se muestra dueño de una composición que si bien se haya un poco más abajo en contraste a los logros de su compañero Reyes, en esta oportunidad el actor nacional eleva considerablemente su desempeño en comparación a la calidad de sus dramatizaciones concebidas para el formato o género audiovisual.
Alonso, de esta forma, en ciertos pasajes de los ochos encuentros o persuasiones lingüísticas brilla y semeja a un modulador distinto, irreconocible, uno que se escondía y nos ocultaba su personería como dueño de otras voces, de otros ámbitos corporales, y un descubridor de ignotos territorios de especulación tanto psicológica como emocional.
Por su parte, Reyes Morandé se demuestra como un actor de teatro en pleno derecho (su desempeño satisface por la riqueza de sus variables compositivas), y quien al modo de un narrador que para sobrevivir debía escribir columnas y reseñas en los diarios de la prensa escrita; él, en tanto, un intérprete de plausibles cualidades dramáticas, tenía que estar sometido al rigor y a las demandas ramplonas de las teleseries dirigidas a un consumo masivo, a causa de la tragedia histórica de su generación.
La pulcritud y el minimalismo de la puesta en escena de Veronese (los actores inclusive prescinden de su calzado) se encuentra supeditada por la fuerza literaria de su dramaturgia y por el acertado y correspondido protagonismo que le concede a sus personajes principales.
David Foster Wallace es un autor difícil, pero en esta ocasión hasta su pesimismo y su misoginia, adquieren los indicios de lo entrañable, por lo menos cuando se apagan las luces y se termina la función.
Ficha artística:
Autor: David Foster Wallace | Dirección: Daniel Veronese | Elenco: Francisco Reyes y Marcelo Alonso | Asistente de dirección: Francisco Albornoz | Producción: Cristóbal Pizarro | Coproducción: Fundación Teatro a Mil y Teatro Finis Terrae.
Coordenadas:
Teatro Finis Terrae, desde el 22 al 31 de julio. Viernes a las 21 horas, sábados a las 20 horas y domingos a las 19 horas. Entradas disponibles en Ticketplus y en la boletería del Teatro Finis Terrae (Avenida Pocuro N° 1935, Providencia, Santiago).
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Crédito de las imágenes utilizadas: Teatro a Mil.