[Crítica] «Manuscrito encontrado en mi bolsillo»: El sudor de las palabras elementales

En su último libro, el poeta nacional Francisco Véjar Paredes ha logrado la serenidad en el verso, esa difícil sabiduría discursiva que fluye en el verbo con un ritmo en el cual se amalgaman, con armonía y belleza estética, contenido y forma.

Por Edmundo Moure Rojas

Publicado el 26.8.2022

Le viene bien este adjetivo a Francisco Véjar, le cuadra a su poesía de verso breve, donde el lenguaje se ha decantado en la síntesis del fulgor poético, ese alumbramiento que advertimos tras las palabras pronunciadas en su doble canto, el de la escritura y el de la voz.

Poeta joven, nacido en 1967. Le conocí en 1987, cuando tenía veinte años y bajo el brazo guardaba su poemario Fluvial, el que comenté en 1988, en el diario Fortín Mapocho. Tiempos difíciles para la poesía, para las artes, constreñidas por el miedo y la manu militari.

Los poetas jóvenes se atrevían, sacaban de la chistera de los sueños manojos de poemas y los lanzaban al viento aciago de Santiago del Nuevo Extremo; se acercaban a la Casa del Escritor, uno de los pocos espacios en que la libertad se cobijaba en las palabras. Eran reconocibles y la morada les recibía como nuevos hijos de la hospitalidad, al abrigo de sus viejos muros.

Muere su padre, cuando Francisco tiene diez años. Allí se gesta un hermoso poema que aparecerá en Fluvial, del que extraigo lo referido a su progenitor:

Viajo con mi padre hacia el sur.
La carretera se funde ante mi vista
con su panorama de montañas y ríos.
Recuerdo hosterías donde el olor
a bosque ocupa todos los espacios.
Recuerdo aromas de cazuela haciendo
sentir la energía del campo.
En tanto continúo plasmando en el paisaje.
Siluetas de caballos quedan para siempre
en lo hondo de mi infancia.
Ahora la voz de mi padre irrumpe en las
líneas de este relato y me lleva a caminar
por sus lares.
Veo su cuerpo nadando.
Tendiendo una manzana fresca.
Enamorando mi mano desnuda.
Esparcido en esta hoja.

Han transcurrido 34 años de ese primer libro que, curiosamente, no aparece mencionado en la reseña de la solapa de este Manuscrito. (Razones u omisiones habrá).

Francisco Véjar ha publicado siete libros de poesía, una antología poética y el libro de crónicas Los inesperados. Una trayectoria sólida, sin apresuramientos tras la grafomanía. Entretanto, destaca su oficio de crítico literario en la Revista de Libros de Diario El Mercurio, espacio a través del cual entrega su visión estética de los poemarios que van publicándose en nuestra prolífica edición chilena de poesía.

Del recurrido tópico del manuscrito, el poeta hace un guiño de ironía sutil, pues ese manojo de hojas, más o menos volanderas, en las que el poeta suele escribir, en cualquier lugar donde las musas o las tensiones existenciales le acosen, estaban en su bolsillo, encontradas o rescatadas en gesto de azar o de súbita sorpresa.

Treinta y cinco poemas, nos ofrece el autor, sin el innecesario y habitual prólogo, cuando la poesía debe hablar por sí misma, como aquí ocurre, desde la intimidad de lo cotidiano.

 

Una navegación sin rumbo fijo

Francisco Véjar es un caminante incansable que deambula por los espacios de la ciudad, descifrándolos o reinterpretándolos con la mirada del poeta «que ve donde otros no ven».

Inicia el Manuscrito con una breve «Arte poética», extraída de Fluvial, para confirmarnos que a los veinte años ya contaba con la certeza propia de la raíz de su oficio:

Arte Poética
Mi padre está en su huerta,
rodeado de albahacas,
abriendo surcos en la tierra,
regando semillas a través de los meses,
nutriéndose de poesía.

Quizá haya recordado o intuido el poeta aquel hondo verso de Octavio Paz: «todos los tiempos viven en la semilla». Los que procedemos de ancestros campesinos, sobre todo, haremos nuestra esta arte poética, desde el lenguaje que nace de la tierra nutricia, amasado con el sudor de las palabras elementales.

Pero el poeta es ya un ser citadino, inmerso en el tráfago de la gran urbe, pateando sus calles para recuperar recuerdos, ya sea por las fotografías o por el aliento de la noche que hace revivir la propia memoria desde las huellas de adoquines y esquinas extraviadas donde nos bifurcamos sin remedio, para perdernos y reencontrarnos bajo las señales de las palabras, banderolas multicolores de una navegación sin rumbo fijo.

La búsqueda de compañía no es sino la reafirmación de la irremediable soledad del poeta, que ama aquello que se rehúsa a toda permanencia:

Seremos un camino frondoso
y allí estarás como solías andar,
con tu cabello ensortijado y pelirrojo,
llamándome, llamándome
desde cualquier parte.

Hubo tiempos lejanos de bohemia, en la camaradería de otros poetas, entre los que cantaban Jorge Teillier y Rolando Cárdenas, Aristóteles España y Álvaro Ruiz, entre el secreto sonoro de las copas. Para Francisco Véjar son ahora reminiscencias y huellas que resuenan en algunos poemas suyos de tono elegíaco y nostálgico, de acento rilkeano:

Pusimos nuestros manuscritos
sobre las mesas de bares marítimos
en comunión con los demás.
Pero la brisa marina insiste
en desordenar las hojas.

El poeta ha logrado la serenidad en el verso, esa difícil sabiduría discursiva que fluye en el poema con un ritmo en el que se amalgaman, armónicamente, contenido y forma. El poeta es el intérprete del alma de las cosas o no posee el don poético.

No es alegre esta ciudad por él vivida y ensoñada. A menudo sus calles nos encaminan a la tristeza y sus rincones claman en sordina por todo lo perdido. No obstante, la amamos en las palabras del poeta y caminamos con él, hombro con hombro, porque:

Algo sobrevivirá
más allá de este Apocalipsis in progress
y de la ilusión de estar vivos…

 

 

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Edmundo Moure Rojas, escritor, poeta y cronista, asumió como presidente titular de la Sociedad de Escritores de Chile (Sech) en 1989, luego del mandato democrático de Poli Délano, y además fue el gestor y fundador del Centro de Estudios Gallegos en el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile, casa de estudios superiores en la cual ejerció durante once años la cátedra de Lingua e Cultura Galegas.

Ha publicado veinticuatro libros, dieciocho en Sudamérica y seis de ellos en Europa. En 1997 obtuvo en España un primer premio por su ensayo Chiloé y Galicia, confines mágicos. Su último título puesto en circulación es el volumen de crónicas Memorias transeúntes.

En la actualidad ejerce como director titular y responsable del Diario Cine y Literatura.

 

«Manuscrito encontrado en mi bolsillo», de Francisco Véjar (Pequeño Dios Editores, 2022)

 

 

 

Edmundo Moure Rojas

 

 

Imagen destacada: Francisco Véjar.