El volumen debido al escritor nacional Guillermo Martínez Wilson (al centro de la imagen) es una breve antología de nueve cuentos, algunos de ellos publicados con antelación, y su título sugiere labores que se han ido diluyendo en la vertiginosa transformación del trabajo en esta época posmoderna y cibernética, globalizada e impersonal.
Por Edmundo Moure Rojas
Publicado el 30.8.2022
Guillermo Martínez Wilson, chileno, nacido en 1946, descendiente de gallegos, por vía paterna, orensanos de Celanova, panaderos de oficio. Su abuelo arribó a Chile a inicios del pasado siglo, para abocarse al más viejo de los quehaceres, el del pan, renovando la antigua tradición nacida con el grano europeo, el pantrigo crecido, al decir de Álvaro Cunqueiro en «tierras de pan llevar».
En 1975, Guillermo debió exiliarse en Suecia, donde vivió catorce años. Al regreso a Chile, abrazó el oficio de minero, en unas pequeñas pertenencias de cobre, en la región de El Salado, a lo largo de tres lustros, dándose maña para ejercer su más grande pasión estética, la pintura.
Hábil dibujante y eximio serigrafista, realizó su primera exposición en la Casa de la Cultura de Copiapó. Allí pudo descubrir otra veta, no metálica, sino escritural, motivado por la rica experiencia humana de las labores mineras. Nacieron así sus primeros relatos y cuentos.
En el año 2000, publicó en Suecia su novela Los caballeros de la sirena negra, en la Editorial Senda/ Senda Forlag – Stockholm, un sello editor fundado por su hermano, Fernando Martínez Wilson, el escritor Manuel Acuña y otros intelectuales chilenos en el exilio.
En Santiago de Chile publicó dos novelas breves, El traductor y Josefov, en las que exhibe notable habilidad para la narrativa breve, a través de una prosa escueta y sugerente, con pinceladas poéticas y evocadoras, donde la nostalgia y la recreación de lo remoto constituyen los mejores coloridos de su pátina.
El pintor escribe, el escritor pinta.
En el perenne devenir
Oficios fantasmas es una breve antología de nueve cuentos, algunos de ellos publicados con antelación. El título nos sugiere unas labores que se han ido diluyendo en la vertiginosa transformación del trabajo en esta época posmoderna y cibernética, globalizada e impersonal. Comenzando por el reemplazo o sustitución de las antiguas panaderías de barrio, por la irrupción, anónima y masiva, del supermercado.
En el mejor cuento de este ramillete narrativo, «Carretón panadero», Guillermo Martínez recrea un aspecto costumbrista del servicio de entrega del pan a domicilio, como se hacía hace más de un siglo, con un vehículo de dos ruedas tirado por un caballo.
Una historia narrada con perfección discursiva, vívida y realista, donde los sueños de un muchacho discurren en el afán cotidiano de su encomienda, para dejar un final abierto a las posibilidades de la esperanza.
Hay un tono autobiográfico, pues el autor, en su vida adolescente y juvenil en las panaderías familiares, aprendió las arduas lecciones sobre la procura de este alimento primordial, sintetizada en el verso de un gran poeta chileno, Efraín Barquero, que también conoció, de niño, el oficio: «Las manos no amasaban el pan/ recogían algo más hondo/ y más secreto».
El mundo de la pequeña minería, con ese personaje en vías de extinción, el pirquinero, abrió la compuerta narrativa a la imaginación de Martínez Wilson, a través del contacto con seres humanos en los que prevalece un profundo sentido de la libertad, acrecida por los vastos y desolados espacios físicos donde deambulan en procura del áspero sustento.
Así, esta desmesura hace del minero un individuo semejante al poeta, tras la búsqueda de un hallazgo de carácter prodigioso que le saque de la pobreza y del anonimato. La veta riquísima equivale al poema perfecto. Sueño y utopía acechan en la piedra y en la palabra.
En la portada del libro observamos una fina serigrafía que muestra la sencilla disposición de una faena minera, donde destacan sus elementos y herramientas esenciales; una especie de ventana hacia las entrañas del suelo, invitación a penetrar en los socavones oscuros, ámbito que el minero explora y recorre con una lámpara colocada en su frente, como el tercer ojo que escudriña las tinieblas para descubrir el preciado metal.
Guillermo nos cuenta cómo este obrero de la piedra inerte llega a integrarse a ese mundo desolado, haciéndolo su lugar de cobijo y de encuentro consigo mismo, otorgándole a menudo un carácter hospitalario y acogedor que el afuerino no capta ni menos entiende.
Hay tres cuentos que están fuera del espectro propio de los oficios señalados. Se trata de «Te Deum», «El juicio final» y «Dadme de beber», narraciones —me atrevo a decir— de carácter gótico y fantasioso, en las que el autor hace gala de su imaginación para unir planos temporales remotos y revivir historias antiguas, recreándolas en una realidad contemporánea inquietante.
Es el discurso de la historia, sus ecos uniendo los siglos en el perenne devenir, entre cuya infinita cadena está el gesto efímero de nuestro propio eslabón, buscando su lugar y significado único, como un destello de eternidad que el escritor procura fijar a través del acto estético.
Surgen los viejos estereotipos morales, la incapacidad de ver y apreciar la realidad del otro. Entretanto, nos acosan los fantasmas del miedo, transformando al otro, al distinto, en potencial enemigo.
Guillermo Martínez introduce en sus narraciones un fino humor, cuyos matices humanizan el quehacer de estos oficios fantasmas, rescatados por la palabra de un certero y eficaz narrador.
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Edmundo Moure Rojas, escritor, poeta y cronista, asumió como presidente titular de la Sociedad de Escritores de Chile (Sech) en 1989, luego del mandato democrático de Poli Délano, y además fue el gestor y fundador del Centro de Estudios Gallegos en el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile, casa de estudios superiores en la cual ejerció durante once años la cátedra de Lingua e Cultura Galegas.
Ha publicado veinticuatro libros, dieciocho en Sudamérica y seis de ellos en Europa. En 1997 obtuvo en España un primer premio por su ensayo Chiloé y Galicia, confines mágicos. Su último título puesto en circulación es el volumen de crónicas Memorias transeúntes.
En la actualidad ejerce como director titular y responsable del Diario Cine y Literatura.
Imagen destacada: Guillermo Martínez Wilson.