[Ensayo] «Los perdonados»: El peso de la culpa

El filme del realizador inglés John Michael McDonagh —y el cual se analiza en sus variables simbólicas y argumentales en esta oportunidad—, se encuentra protagonizado por los famosos actores Ralph Fiennes y Jessica Chastain, y acaba de estrenarse en la cartelera española.

Por Jordi Mat Amorós i Navarro

Publicado el 31.8.2022

«Perdona a todos y perdónate a ti mismo, no hay liberación más grande que el perdón. Y nada peor que el miedo, la culpa y el resentimiento que te hace juez y cómplice de lo que te disgusta».
Facundo Cabral

A partir de un guion propio —y basado en la novela homónima de Lawrence Osborne— el veterano realizador británico nos ofrece una excelente película ambientada en el Sahara marroquí.

The Forgiven retrata con mirada comprometida —se reflejan en ella las grandes desigualdades sociales y étnicas del mundo— el proceso de transformación del elitista David tras atropellar a un joven bereber llamado Driss.

Cabe destacar el trabajo actoral de todo el elenco, especialmente el de los protagonistas: Ralph Fiennes como David, Jessica Chastain quien es su mujer Jo, Matt Smith que interpreta a Dicky e Ismael Kanater, quien encarna con gran presencia a Abdellah, el padre de Driss.

Debo advertir que el análisis que sigue contiene inevitablemente spoilers.

 

Desierto versus oasis

Impacta el contraste entre el árido e inmenso desierto y el pequeño «oasis» que es la vivienda con piscina a la que acuden David y Jo invitados por su propietario Dicky. Acuden ellos y otros «selectos» convidados para disfrutar de unos días de diversión.

Impacta la grandeza de ese paisaje en el que malviven algunas pocas gentes que tienen casi como única fuente de ingresos la extracción de fósiles para ser vendidos a los turistas que por ahí se adentran.

Impacta el retrato de esas gentes con tan pocos medios, especialmente el de los jóvenes quienes sienten intensamente la frustración del querer y no poder.

E impacta el escandaloso contraste de vida que disfrutan sus privilegiados vecinos en su vivienda de abundancia. Un «oasis» privado, exclusivo en el que se festeja la vida con total falta de empatía a la realidad circundante.

Ese impactante contraste que es denuncia social supone el telón de fondo de la historia relatada en la que David «cruzará el puente» (así lo expresará él mismo) para ponerse en la piel de un bereber, de un «don nadie» en el argot de sus elitistas y cínicos amigos. Para ponerse en la piel de Abdellah, el padre del joven a quien ha atropellado conduciendo distraído en plena noche.

En este sentido considero magistral la escena en la que siendo también de noche —la simbólica noche coprotagonista del drama vivenciado— y mientras llevan el cuerpo de Driss al todoterreno del padre, empieza el muy espectacular castillo de fuegos que el anfitrión ha olvidado posponer.

El contraste es abrumador: la imagen de la insensibilidad de esos pocos que celebran ante los muchos representados por esos bereberes en duelo, y los que llevan el cadáver que paran estupefactos, estupefacto también el padre cuya mirada —una potente mirada que cala hondo en toda la película— es el humanísimo reverso de la patética alegría de los invitados.

 

Lo siento, sentido

Se inicia esa noche la inquietante odisea de David quien ha aceptado acompañar a Abdellah a las honras fúnebres de su único hijo. Ha aceptado esa muestra de honorabilidad como mal menor y sin asomo de empatía, le confiesa a Jo —quien le habla del sentir auténtico— que dirá un lo siento que no siente por la muerte de un joven que —al igual que todos los otros lugareños— no nombra por su nombre.

Es significativo que lo primero que hiciera al comprobar que Driss estaba muerto fuera enterrar su documentación para no ser identificado dificultando así el trabajo de la policía (una policía muy amiga del dinero, todo sea dicho).

Significativo y simbólico, la identidad de un joven bereber es enterrada como es enterrada la identidad del pueblo bereber (y en general del colectivo árabe) por esa élite occidental que habla sin empatía del dolor de un pueblo.

Claro lo expresa Hamid, el culto mayordomo de la finca, a su jefe cuando este le pide opinión sobre una de esas charlas envenenadas: «La lengua no tiene huesos pero aplasta igualmente».

David viaja de copiloto con Abdellah, es un largo viaje por el desierto —por su propio desierto— hasta el humilde hogar bereber. David viaja en tensión permanente temiendo alguna represalia del padre porque a pesar de que pretende engañar a todos —también a sí mismo— proclamando que fue un «terrible accidente» en realidad sabe que fue una clara imprudencia de la que él es el máximo —aunque no único— responsable.

Y en el viaje dialoga con el amable Anouar quien poco a poco despierta su humanidad comentándole la realidad de su gente. Pero es Abdellah quien será el espejo en el que vea la humanidad que un día encarnó David siendo un joven comprometido en distintas causas sociales.

Son varios los momentos de ese careo de hombres de universos radicalmente distintos. El más contundente y bello se produce tras el entierro de Driss y de nuevo de noche.

Los vemos compartiendo una manzana que el bereber le ofrece en la habitación del hijo, es la primera vez que hablan —David descubre entonces que sabe inglés— y en ella el padre le muestra el fósil que su hijo pretendía venderle —un fósil que le robó— y se desnuda diciéndole:

«Los jóvenes están frustrados. Sienten que no van a ninguna parte aquí y no tienen esperanzas. No quieren ser excavadores toda la vida. No quieren vivir cómo sus padres. Quieren escapar. No me importó que lo robara. Le entendí. Y en cierto modo le deseé suerte. Después de todo sólo es un fósil. Si lo hubiera vendido (y se emociona) me hubiera alegrado por él. ¡Cuánto mejor hubiera sido todo si se hubiera parado y hubiera comprado la maldita cosa!».

Ahora sí David siente empatía y su «lo siento» es real. Se sostienen la mirada hasta que David vuelve a la mentira del «fue un terrible accidente», en ese momento su miedo (a las represalias) le hace perder mucho de lo ganado y ya no puede sostener la mirada a un hombre que encarna la verdad.

 

Todo debe ser enfrentado

Abdellah en su fe en Dios cree que todo será enfrentado y pese a la rabia que siente vence —no sin dificultad— su impulso vengativo dejando libre a ese hombre que sabe responsable de la muerte de su hijo.

Lo deja libre pero David ya se ha visto en su espejo, ya se sabe cobarde y mentiroso así que no puede liberarse de la culpa. Entiendo que probablemente hubiera sido posible la sana liberación —en la línea de la cita de Cabral que encabeza este análisis— de haber sido sincero con Abdellah.

Es con Anouar con quien él se confiesa en el camino de regreso al mundo de falsedades que es ese oasis de «amigos» Pero esa confesión no lo libera del peso de la culpa, y es que por mucho que el buen hombre lo considere amigo honorable, David sabe que es con Abdellah con quien tendría que desnudarse.

No obstante gracias a ese «cruzar el puente» sobre las arenas del desierto ahora David se muestra más humano, ya nombra a los árabes que le sirven e incluso viste con una camisa tradicional saharaui de simbólico rojo sangre (la sangre derramada y la sangre que ahora late con más fuerza en él).

Ahora es él el más sensible de la pareja puesto que Jo ha pasado esos días sumergida en la fiesta y comenta a su anfitrión a propósito del atropello mortal que «eso ya quedó en el pasado, lo importante es el ahora», lo comenta sin nombrar ya a Driss como antes hacía David. La travesía personal de ambos ha sido inversa.

De nuevo en la noche saharaui los vemos en el coche de vuelta a casa, David en su renovado sentir decide parar en el lugar donde ocurrió todo en señal de respeto.

Y allí se encuentra con un amigo de Driss que le acompañaba esa noche aciaga cuya oscuridad perdura. El chaval si recibió la ira de Abdellah y carga también con la culpa, en su caso con la culpa de no haber hecho nada permaneciendo escondido por miedo al «poderoso» extranjero; él es un chaval y no tiene las luces de los adultos careados quienes de usarlas podrían disolver la oscuridad que asfixia a todos los implicados.

Y es que son varios los asfixiados por el peso de la culpa; sabemos que casi nunca la culpa es exclusiva de una sola persona, que todo tiene matices y que en mayor o menor medida la culpa suele repartirse entre los participantes.

Por un lado Abdellah asegura que se hubiera alegrado de que Driss obtuviera dinero del fósil robado para lograr salir de esa no vida, pero no parece que antes del fatal incidente se planteara desprenderse de su «maldita cosa» y así evitar la dramática transgresión filial.

Y Driss actuó a todas luces imprudentemente en su ansia de vender colocándose en plena noche frente a un coche que circulaba a gran velocidad.

Y Jo participó en la distracción de David, ambos discutían en una más de sus vorágines matrimoniales.

Y el amigo, el pobre amigo de Driss, también carga con una culpa injustamente engrandecida por Abdelah quien le sentencia con su «todo debe ser enfrentado»; y en esa carga impostada fatalmente acabará soportando otra nueva culpa.

Porque tras bajar del coche, David le pregunta al chaval si le envía Abdelah, y es entonces cuando suelta el fósil de marras y le amenaza titubeante con la pistola del padre de Driss espetándole el mantra paterno: «todo debe ser enfrentado».

Ante ese mantra de juicio implacable, David repite cada vez más intensamente el suyo del peso de la culpa: «Hazlo», David decide dejarse morir como forma «fácil» de liberar esa culpa que le asfixia y logra que el pobre chaval acabe abatiéndolo salpicando simbólicamente con sangre el rostro de Jo.

En ese ojo por ojo, la culpa de David ha pasado a la mochila del amigo de Driss —y también de la Jo del patético «vive el presente», también ella es salpicada— quien ha sido el inconsciente instrumento de los dos hombres enfrentados.

Siempre triste y absurdo el ojo por ojo porque tal y como dijo Gandhi esa espiral sin aparente fin mantiene al mundo ciego.

En la última imagen del filme vemos a David yaciente y junto a él la simbólica «maldita cosa». Maldita cosa es el fosilizar la codicia del mundo, maldita cosa es fosilizar la confrontación violenta, maldita cosa es el fosilizar la culpa, maldita cosa es el fosilizar la ceguera.

 

 

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Jordi Mat Amorós i Navarro es un pedagogo terapeuta titulado en la Universitat de Barcelona, España, además de zahorí, poeta, y redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

 

 

 

Tráiler:

 

 

 

Jordi Mat Amorós i Navarro

 

 

Imagen destacada: Los perdonados (2021).