La crónica del poeta y periodista chileno Javier García Bustos (en la imagen destacada) convierte a la violencia desatada, que significa tener a una tía detenida desaparecida y a una madre que fue torturada durante el régimen cívico y militar de Augusto Pinochet, en un acto creativo de arte, reflexión, a través de un estilo que refleja una delicada preocupación estética.
Por Juan José Podestá
Publicado el 12.9.2022
La dictadura fue una novela policial. De eso no cabe duda. Una tarde cualquiera podía ser escenario de una trama altamente truculenta, y una calle en la noche el inicio de una vertiginosa historia llena balas, sangre e interrogatorios.
Rostros de una desparecida (Overol, 2022) del periodista Javier García Bustos (1977) viene a ser, en esta línea de reflexión, un texto de no ficción ambientado en esa larga ficción conspirativa que fueron los diecisiete años de Pinochet en el poder.
¿De qué otra forma podemos leer este inicio, emparentado con décadas de novelas negras?: «Esta historia no comienza con la muerte de la protagonista, sino con su desaparición».
Esta trama real se inicia con la desaparición de Sonia Bustos Reyes (tía del autor) el 5 de septiembre de 1974, por agentes de la brigada Caupolicán de la DINA. Reza la contratapa: «Tenia treinta años, trabajaba en el casino de Investigaciones, era integrante del MIR y pasó a formar parte de la lista de 1.210 personas detenidas y desaparecidas durante la dictadura cívico-militar».
Rostros de una desparecida rastrea, bucea y se interroga (sobre todo se interroga) en torno varios sucesos: cómo fue exactamente la desaparición de esta figura femenina dada a la escritura de poesía, de carácter alegre y dicharachero, según señalan aquellos que la conocieron y comparecen en el texto; cuándo y dónde murió, la ubicación de sus restos, etcétera.
Las claves secretas e indescifrables
Para lo anterior, García no se priva de nada: entrevistas, fotografías, notas informativas, fallos judiciales, visitas a ex centros de torturas. Todo material le sirve, pero no elabora con ellos un libro poblado de comparecencias antes jueces, peregrinaciones por tribunales y centros de tortura. No.
Y en ese «no» radica justamente el valor de esta crónica: en vez de convertirse en la narración pormenorizada de una investigación que sabemos fracasará, en erigirse en uno de los tantos relatos sobre el tema, lo que hace este libro de García Bustos es contarnos todo en sordina, sin escándalos emocionales de ningún tipo, dejando caer las palabras justas y precisas a la página, para mayor satisfacción del lector:
«Mi tía escribía poesía, los agentes de la DINA se llevaron sus cuadernos cuando la secuestraron. Los torturadores leyeron versos ajenos, pensaron en misteriosas claves secretas que nunca pudieron descifrar».
A la multitud de datos, folios judiciales y detalles, el autor opuso un libro que opera por supresión, que prefiere la complicidad del lector, el silencio de quien realmente no puede ir más allá en la relación de hechos, puesto que su posición ya no como autor sino como escritor (el que relata) se hubiese visto comprometida: es sobrino de la desaparecida.
Por ello, a la pornografía decadente de quien explicita con descripciones y elocuencia, García opone silentes fragmentos. Silentes pero rotundos:
«Mi madre me cuenta, mientras vamos en auto rumbo al norte, yo al volante y ella a mi lado, en un trayecto de la carretera donde no se ve un alma, como si el recuerdo brotara de la inmensa soledad, que muchos años después de la desaparición seguía viendo el rostro de Sonia en otras personas. Los rasgos de un ser querido moldeados en la multitud. La veía y desaparecía. La veía y desaparecía».
Quien escribe busca en Sonia, la tía revolucionaria y dada a la poesía, quizá la clave de su propia búsqueda artística: el autor también es poeta, y publicó en 2008 el poemario Último paseo.
Probablemente, cuando vemos el párrafo: «los torturadores leyeron versos ajenos, pensaron en misteriosas claves secretas que nunca pudieron descifrar», quien narra haya pensado en sí mismo como el que busca descifrar las claves que, por un lado, explican la desaparición de Sonia, pero también las que arrojen luz sobre qué tanto tiene que ver su propio camino literario con el que se vio truncado en la vida de la tía.
A todo el horror de la época, a su propio dolor como sobrino de una detenida y desaparecida e hijo de torturada; a su legítima, lógica y comprensible opción de efectuar un panfleto o «informe de hechos», García resiste con un bello texto, escrito con delicadeza y finura, no contenido sino elocuente en su silencio, claro en sus omisiones.
¿De qué podría sorprenderse el lector actual: de algún tipo de tortura no descrito, de un asesinato más infame que el anterior?
El autor lo sabe, y por ello fabrica una crónica que no pretende escamotear hechos a quien lee, sino colocar distancia, silencio y sabiduría a un periodo de la historia de Chile lleno de vergüenza y de oprobio. La elegante, discreta y sobria edición de Overol contribuye grandemente a esta condición «silente» del libro.
A la violencia desatada, García opone arte, literatura, reflexión. Convierte a la mierda, en delicada artesanía.
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Juan José Podestá (Tocopilla, 1979) es escritor y periodista, además de magíster en literatura latinoamericana.
Imagen destacada: Javier García Bustos.