Como había demostrado con sus libros anteriores, en el científico italiano Carlo Rovelli habita un narrador capaz de hacer comprensible lo inentendible, y también un escritor poseedor del talento de retratar la hechizante complejidad de los «cuantos», con ejemplos evocativos que despiertan nuestra imaginación y los cuales nos sitúan al borde del abismo que llamamos existencia.
Por Alfonso Matus Santa Cruz
Publicado el 3.10.2022
Una isla desolada, sin flores y con solo un árbol a orillas de los mares del norte, no suele ser el escenario que se nos ocurre de buenas a primeras como el inicio de una revolución en nuestra comprensión del mundo.
Y, pese a los prejuicios, que precisamente quedarán pulverizados a lo largo de este relato, es aquel el lugar en el cual Goethe percibe el espíritu del mundo y en que un muchacho alemán de veintitantos años, escapando de una alergia feroz, insomne y febril, descubre las ecuaciones en forma de matrices que serán los fundamentos de la física cuántica.
Es en Helgoland donde Werner Heisenberg llena de ecuaciones una serie de hojas y luego sale en la oscuridad a esperar el amanecer, recibiendo de frente el frío viento boreal. Una epifanía que provoca un desconcierto aún inacabado.
Al contrario de las experiencias místicas en que se cree percibir a Dios, el joven Werner llega a la pasmosa conclusión de que no hay absolutos, de que vivimos sobre una realidad porosa e incierta.
Este episodio inaugura el relato de Helgoland, el fabuloso y ameno libro del físico teórico italiano Carlo Rovelli, publicado en castellano por la editorial Anagrama.
Rovelli no es un simple divulgador científico. Como había demostrado con sus libros anteriores, en él habita un narrador capaz de hacer comprensible lo incomprensible, y también de retratar la hechizante complejidad de los cuantos con ejemplos evocativos que despiertan nuestra imaginación y nos ponen al borde del abismo que llamamos realidad.
Una misteriosa teoría
Es que a esta altura del juego ya está claro que la realidad es una alucinación colectiva, y como nos describe Rovelli, paseándonos no solo por los entresijos de la teoría cuántica, sino que tomando como compañeros de viaje a Nagarjuna, el pensador budista que va un paso más allá de la dialéctica un milenio antes de Hegel, o a Aleksandr Bogdanov, médico, polímata y teórico ruso que participó de la cúpula del partido bolchevique para luego ser acusado por Lenin de disidente debido a sus atinadas críticas y a su profundidad filosófica.
Nombres en principio inesperados, pero que a la larga se demuestran como intermediarios o predecesores cuyas ideas ayudan a aclarar la madeja de implicaciones incubada en el par de ecuaciones que sostienen la teoría cuántica.
Ante un libro como este, si no se está familiarizado con algunos de los postulados de esta teoría, hay que prepararse, soltarse el cinturón, y estar dispuestos a aventurarse en el vacío. Si se está familiarizado el gozo del relato y las referencias que comparte Rovelli nos harán gozar aún más de la lectura. Especialmente recomendado para quienes disfrutaron la versión narrativa de esta odisea del pensamiento moderno en El verdor terrible, de Benjamín Labatut.
Una conclusión pasmosa de la teoría cuántica, a la que ya deberíamos empezar a acostumbrarnos, es que no podemos pensar en objetos independientes. La realidad ya no puede entenderse como un conjunto de objetos, sino como una serie de relaciones recíprocas.
Si dudan piensen en el gato de Schrodinger y el juego de perspectivas que nos presenta una película como Rashomon, del maestro Akira Kurosawa. Observador y fenómeno observado interactúan y se influyen mutuamente. Los experimentos que describe Rovelli aclararán ese misterio, hasta cierto punto, por supuesto.
Es que, con las implicaciones de la física moderna, la misma sobre la que se ha construido la teoría de la información y las tecnologías que nos permiten navegar a través de bibliotecas digitales y conversar unos con otros casi instantáneamente, aunque nos separen continentes, inocula una idea difícil de digerir: la incertidumbre lo permea todo, ya no hay verdades ni salvavidas absolutos a los cuales subirse para refugiarse de las mareas que todo lo tejen y atraviesan.
Aquella es una idea compleja, pero también luminosa. Para poner un ejemplo, el solipsismo materialista e insípido que pone una distancia entre el individuo y todo lo demás, se reemplaza por un tejido de criaturas y objetos en constantes y recíprocas relaciones, que van articulando la realidad al ritmo de una coreografía que nadie puede ver del todo.
Desde nuestro cerebro hasta los laberintos de internet y el viaje de los fotones en el espacio, todo se enmarca en la teoría cuántica.
Esta misteriosa teoría, que no ha fallado desde su concepción, cobra vida con el ameno relato de Rovelli, un guía con el que uno está dispuesto a perderse por los fascinantes y enrevesados caminos de esta realidad alucinatoria y asombrosa.
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Alfonso Matus Santa Cruz (1995) es un poeta y escritor autodidacta, que después de egresar de la Scuola Italiana Vittorio Montiglio de Santiago incursionó en las carreras de sociología y de filosofía en la Universidad de Chile, para luego viajar por el cono sur desempeñando diversos oficios, entre los cuales destacan el de garzón, el de barista y el de brigadista forestal.
Actualmente reside en la ciudad Puerto Varas, y acaba de publicar su primer poemario, titulado Tallar silencios (Notebook Poiesis, 2021). Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.
Imagen destacada: Carlo Rovelli.