[Crítica] «Argentina, 1985»: La épica histórica de una democracia

Dirigida por el realizador trasandino Santiago Mitre y protagonizada por los intérpretes Ricardo Darín y Peter Lanzani, este filme de época y basado en el juicio a las juntas militares argentinas durante la década de 1980, se alza como la obra audiovisual favorita a fin de quedarse con el próximo premio Oscar a la mejor película extranjera de habla no inglesa.

Por Cristián Uribe Moreno

Publicado el 24.10.2022

Después de tres semanas de su estreno en las salas de nuestro país, ya está disponible en el streaming de Amazon Prime, el filme Argentina, 1985 (2022). Obra dirigida por Santiago Mitre y coescrita junto a Mariano Llinás, dos de los exponentes más destacados de la actual cinematografía del vecino país.

Si a esto se añade que es una de las cintas más vistas en su territorio y protagonizada por el enorme Ricardo Darín, su visualización se anticipaba más que interesante.

El filme puede calificarse de cine histórico, judicial y político. Los diferentes componentes con que funciona la película no se contraponen unos con otros pues cada uno se mueve de manera bastante competente en los distintos tiempos del relato, acoplándose de manera fluida.

La realización narra la historia del fiscal Julio Strassera (Ricardo Darín) y de su adjunto, Luis Moreno Ocampo (Peter Lanzani), quienes junto con un joven grupo jurídico llevaron a cabo la titánica tarea de procesar a los jefes militares que tomaron el poder y gobernaron Argentina durante los años 1976 hasta 1983, en el proceso conocido como el Juicio de las Juntas.

Este es el hecho histórico que la narración recrea.

 

Los horrores del Proceso de Reorganización Nacional

Y este es el primer acierto de la historia. El realismo del espacio histórico en que se desenvuelven los personajes está bien ambientado. Pero esto no solo se limita al escenario físico, sino que también al contexto post dictadura.

En el tratamiento del relato se percibe ese aire de desconfianza y de miedo, mientras el gobierno democrático busca afianzarse en el poder. Esa atmósfera represiva incluso lleva al relato a aproximarse al thriller. Además, visualmente, ese espíritu de asfixia y de enclaustramiento, se percibe en imágenes de puertas que se cierran y de cuartos estrechos que parecen agobiar a los personajes.

Asimismo, en relación a la trama judicial, la historia consigue mantener la atención de un proceso del cual todo el mundo conoce la sentencia final. Están presentados los distintos momentos del litigio, lo estrictamente jurídico, y los dramas de los intervinientes. En este caso, se aprecia como el juicio va repercutiendo en los fiscales y en su círculo familiar.

Pero también, en estos dramas íntimos se exhiben las fisuras sociales de los años de dictadura. El hecho histórico de enjuiciar a los generales que llevaron a cabo la represión durante esos meses, no tenía precedente. Y los personajes van tomando conciencia del momento. El fiscal Strassera lo menciona un par de veces: «es nuestro juicio de Núremberg».

La trascendencia del momento histórico va dominando el pulso de la película que, con los testigos y sus testimonios ante los jueces, llegan a un punto de clímax y ponen al espectador frente a los horrores de la dictadura. Los instantes más estremecedores de la historia se toman la narración.

En este aspecto, el filme (o el arte) tiene un sentido social para que por medio de su representación el espectador se asome a ese abismo. Como buen drama histórico, recrea la emoción y la relevancia que tuvieron en esa entonces, cuando las víctimas estuvieron por primera vez frente a los tribunales y a todo el país, relatando sus testimonios.

Un acontecimiento que fue transmitido a toda la nación en directo a través de la televisión y de la radio. De ahí que la narración alterna las imágenes cinematográficas con las televisivas dando el justo tono de lo vivido en esos días. Instante terrible y a la vez reparador tanto para los afectados como también para el cuerpo social.

Pero el relato no se queda solo en la gravedad del momento. Hay matices con claros tintes de humor que distienden la seriedad de la situación, agregando esa capacidad de los transandinos de reírse de sí mismos. En este aspecto, la película consigue un equilibrio que ayuda a sobrellevar de mejor manera la crudeza de los testimonios.

En este rol, la actuación de los personajes está acertada, con los acentos adecuados dependiendo de los momentos. Sin embargo, quien está superlativo es Ricardo Darín como el fiscal Strassera.

 

La evolución actoral de Ricardo Darín

Darín crea un personaje tanto en lo físico como en lo sicológico. En su despliegue, le da humanidad al rol burocrático que representa en pequeños gestos: su forma de caminar, fumar, tomar las gafas, o su manera de escribir a máquina, etcétera.

Estas acciones lo presentan como una persona normal, un funcionario que recibe una tarea que lo sobrepasa. Por esto, en un primer momento, él rehúye de esta labor. Sin embargo, de manera gradual, el personaje trabaja intensamente y acaba asumiendo su importante papel en este nudo histórico.

Así, el fiscal evoluciona y antes que termine el juicio, se percibe este cambio. Una solitaria imagen de él, antes de dar el alegato de cierre, sentado con el brazo extendido en posición horizontal, transmitiendo la tranquilidad del deber hecho, el fiscal Strassera se ha convertido en la voz moral de la sociedad, capaz de trazar un límite para la posteridad.

La película se siente necesaria para los tiempos que corren. De todas las informaciones falsas en que estamos sumidos e intentos de reescritura de la historia, tanto en Chile como en Argentina, lo que hace el filme es actualizar la memoria histórica para las nuevas generaciones.

De este modo, funciona como recordatorio de lo brutal de la dictadura y sus métodos de represión social, la tortura y la desaparición forzada, como también de una sociedad que fue capaz de ponerse de pie y bajo el lema «Nunca más», levantar un dique para que esto no se vuelva a repetir.

La película emociona y entretiene. La historia recurre al relato clásico por lo que se le ha criticado cierto aire hollywoodense. Además, se le han imputado ciertas imprecisiones históricas. No obstante, el producto final es cine en palabras mayúsculas. La dupla de Santiago Mitre y Mariano Llinás ya habían trabajado en otras dos obras anteriores: Paulina (2015) y La cordillera (2018).

El tema de Mitre es la política y sus entramados. Algo que se cuela en momentos de la narración: el andamiaje de poder se divisa en cuartos u oficinas pequeñas, en burócratas que pasan desapercibidos y están de alguna forma omnipresentes.

Aún sí, hay ciertos límites que son prohibidos para el espectador. Como cuando el fiscal Strassera es llamado a la casa del Presidente Alfonsín y al espectador le cierran la puerta en las narices.

Hay zonas que quedan vedadas. Pero de todo lo otro, se puede dar testimonio, pues la hazaña de Strassera y de su grupo para encarcelar a los genocidas militares es un hecho que quedó en el cuerpo social, en ese «inconsciente colectivo» al cual alude la canción de Charly García, que se escucha hacia el final de la película, y que el relato cinematográfico pone al día a las comunidades más noveles.

 

 

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Cristián Uribe Moreno (Santiago, 1971) estudió en el Instituto Nacional General José Miguel Carrera, y es licenciado en literatura hispánica y magíster en estudios latinoamericanos de la Universidad de Chile.

También es profesor en educación media de lenguaje y comunicación, titulado en la Universidad Andrés Bello.

Aficionado a la literatura y al cine, y poeta ocasional, publicó en 2017 el libro Versos y yerros.

 

 

 

 

Tráiler:

 

 

 

Cristián Uribe Moreno

 

 

Imagen destacada: Argentina, 1985 (2022).