Las novelas del fundamental escritor español parten desde su conocimiento directo de los bajos fondos madrileños, siempre reflejados con gran tensión estética, a través de obras que sin responder a un ideal revolucionario, correspondían a la vivencia de una incomodidad antes que de una denuncia.
Por Eduardo Suárez Fernández-Miranda
Publicado el 30.10.2022
Pío Baroja (1872 – 1956) se tenía por ser hombre de buena conformidad y exento de vanidades literarias: «El que dijesen que sus libros no se vendían no le causaba el menor asombro o disgusto, y que tampoco se envanecía si alguna de sus obras obtenía un gran éxito. (…) Ha adquirido el hábito de escribir y, en realidad, no sabe hacer otra cosa».
Se cumple este año, el 150 aniversario del nacimiento de uno de los escritores más relevantes de la Generación del 98. Nacido en San Sebastián en 1872, parte de su vida transcurrió en Madrid, donde ambientó alguna de sus novelas, es el caso de Camino de perfección.
Aunque sus estudios de medicina le llevaron a ejercer esta profesión por algún tiempo, hecho que quedó reflejado en El árbol de la ciencia, fue su inquietud literaria, la que le convirtió en uno de los escritores fundamentales de la primera mitad del siglo XX.
Su obra refleja, en palabras del periodista Fernando Barango-Solis: «todos los aspectos de la vida romántica, política y social de España en la época en que empezaban a brillar, abriendo otra etapa esplendorosa de la literatura española, los nombres de Pérez Galdós, Unamuno, Azorín y tantos otros».
Alianza Editorial acaba de publicar La busca, novela perteneciente a la trilogía La lucha por la vida, de la que también forman parte: Mala hierba y Aurora roja.
La aspiración por una vida honesta y libre
En La busca, Pío Baroja narra la llegada, a un Madrid de finales del siglo XIX y comienzos del XX, de Manuel Alcáraz, personaje humilde y sencillo, que proviene del mundo rural. El héroe barojiano se ve inmerso en un mundo lúgubre y denigrante.
Pero: «consciente de que sus contactos con pícaros, hampones, prostitutas y navajeros, figuras propias del entorno en que vive, le auguran una lenta caída en el mundo de la delincuencia», Manuel Alcáraz decide luchar contra este destino oscuro que la sociedad le tiene reservado, para tratar de alcanzar: «a través de su voluntad, una vida honesta y libre».
Pío Baroja tuvo ocasión de conocer a gente de toda condición. Un tío suyo, don Matías Lacasa, regentaba una panadería —introdujo en Madrid el pan llamado de Viena— que estaba situada frente al convento de las Descalzas Reales, lugar frecuentado por «mendigos y pordioseros» receptáculos de la caridad de las monjas. También, Pío Baroja ponía en sus manos los panes de su tío.
Así, según cuentan, un día, alguien le hizo observar a Don Pío que muchos de aquellos mendicantes se vendían los bollos a la vuelta de la esquina y corrían a gastarse los cuartos en la taberna más cercana.
—Bueno, contestó Baroja. ¿Es que los pobres sólo han de comer pan si tienen sed?, ¿por qué no han de beber?
La trilogía La lucha por la vida es deudora de las lecturas que Pío Baroja realizó de los clásicos rusos, y de la novela folletinesta, pero también, como reconoce el profesor José-Carlos Mainer: «de su conocimiento directo de los bajos fondos madrileños, nunca reflejados con tanta tensión estética. Sus novelas no responden, sin embargo, a un ideal revolucionario, eran la vivencia de una incomodidad antes que una denuncia».
La busca [Edición ilustrada] cuenta con los dibujos realizados por Bastian Kupfer, quien ha sido capaz de crear, con sus ilustraciones, el reflejo de ese Madrid lumpen de finales del siglo XIX.
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Eduardo Suárez Fernández-Miranda es licenciado en Derecho de la Universidad de Sevilla (España).
Imagen destacada: Estatua de Pío Baroja en Madrid (Cuesta del Moyano, cerca del Parque del Retiro, obra del escultor Federico Coullaut-Valera).