[Ensayo] «Jaula»: Un thriller de revelador acento castizo

La ópera prima del debutante realizador español Ignacio Tatay —disponible en la plataforma de streaming Netflix—, y protagonizada por la famosa actriz Elena Anaya, en compañía del intérprete Pablo Molinero, presenta a un cineasta con novedosas ideas audiovisuales y un estilo estético propio.

Por Cristian Uribe Moreno

Publicado el 21.11.2022

Jaula (2022) es una realización audiovisual, dirigida y escrita por Ignacio Tatay, con colaboración de Isabel Peña, que ha sido estrenada en Netflix durante el mes de noviembre. La película está producida por Pokeepsie Films, la productora creada por Alex de la Iglesia, quien la presentó en España en septiembre de este año.

El relato se centra en Paula (Elena Anaya) y Simón (Pablo Molinero) un matrimonio que volviendo a casa, en medio de la noche, encuentran a una niña (Eva Tennear) caminando sin rumbo en mitad de la vía. La niña se ve enferma y perturbada por lo que la llevan al hospital.

Después de un tiempo, a la chica no le encuentran su familia y la pareja, que no tiene hijos, es autorizada para acogerla en casa, mientras se recupera. Sin embargo, la niña tiene una obsesión con la idea de estar dentro de un cuadro de tiza, dibujado en el suelo y si sale, grita porque siente que algo terrible le sucederá.

Lo primero que se percibe son las líneas del thriller sicológico. Desde la incertidumbre del extraño comportamiento de la niña y su dificultad de comunicación, la narración gira hacia las convenciones del terror porque ciertos sucesos inexplicables comienzan a ocurrir dentro de la casa.

No es casualidad que la elección de la niña traiga a la memoria a otras pequeñas que se asocian a cintas de terror, como Carol Anne, la adolescente de Poltergeist (1982), o Charlie Graham, la chica de Hereditary (2018).

El otro pilar de la historia es Paula, quien despliega toda su energía para mostrar a una madre que se proyecta en esta muchacha, que sufre con las posibles implicaciones, de acuerdo a estos extraños hechos en los cuales puede estar involucrada.

Paula trata de entender el origen de este irracional comportamiento con las líneas de tiza en el piso, al mismo tiempo que busca que la niña lo supere. Y después, asume en plenitud el papel de investigadora, pues tratará de descubrir los misterios que rodean a la pequeña, pese a la oposición de su esposo que siente que su mujer está perdiendo un poco la cordura.

 

Una cuestión de fe

Desde un principio, la película introduce al espectador dentro del misterio, pero es parca a la hora de entrar en detalles. Las imágenes son oscuras lo que contribuye a dar una sensación ominosa a las acciones que conforman la historia. El espectador solo percibe ambigüedad en el proceder de los personajes. Al público se lo lleva por posibles caminos sin dar ninguna certeza. Esa incertidumbre que domina la primera parte del relato, es lo mejor del filme.

De aquí nacen una serie de suposiciones que pueden dar explicación a lo que ocurre en pantalla. Así el relato juega con las emociones. Y potencia una serie de hipótesis que surgen con el visionado de este tipo de relatos: estamos frente a una historia de terror satánico, o de sectas, o de abducción alienígena. Incluso, está latente la posibilidad de la paranoia de una esposa frustrada por no ser madre. Las posibilidades se despliegan y eso el filme lo lleva de manera bastante diestra.

Sin embargo, como es una película de género la historia no logra mantener el suspenso hasta el final. Y con unos cuantos giros en la trama, el relato se encamina hacia territorios bastante más corrientes.

El tono oscuro y opresivo del relato logra mantener la atención un buen rato, pues se trata de desentrañar que hay detrás de esta «jaula». De esta manera, la narración logra esbozar que la niña no es la única que vive atrapada en esta especie de celda o cárcel mental (o existencial) que oprime a los personajes.

En este aspecto la película podría haber profundizado en esta figura que potencia el guion, pero se queda solo en la estética y no logra salir de los márgenes que este tipo de filmes impone.

Para algunos, la película juega con las emociones del espectador y lo conduce como un encantador de serpientes. Para otros la cinta fue infravalorada en su estreno y hablan de un terror sicológico que es de lo mejor que se puede ver desde la madre patria este año. A la altura de las primeras cintas de Jaume Balagueró. Lo que sí es evidente es el buen momento del cine español que solo esta temporada ha presentado cintas como As bestas, Alcarrás o Manticora.

La producción de Ignacio Tatay, es un buen debut, que muestra un gran manejo visual, buena dirección de actores y una competente conducción de la narración. Algunos detalles flojos hacia el final, que en una segunda realización, se tiene la sensación de que se mejorarán.

No hay ninguna evidencia de que así será en el futuro pero siempre existe la confianza. La confianza de estar viendo el nacimiento de un director con una voz propia que se irá puliendo con el tiempo. Todo acto intelectual, al fin y al cabo, es una cuestión de fe.

 

 

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Cristián Uribe Moreno (Santiago, 1971) estudió en el Instituto Nacional General José Miguel Carrera, y es licenciado en literatura hispánica y magíster en estudios latinoamericanos de la Universidad de Chile.

También es profesor en educación media de lenguaje y comunicación, titulado en la Universidad Andrés Bello.

Aficionado a la literatura y al cine, y poeta ocasional, publicó en 2017 el libro Versos y yerros.

 

 

 

Tráiler:

 

 

 

Cristián Uribe Moreno

 

 

Imagen destacada: Jaula (2022).