El destacado autor nacional acaba de publicar una antología de su dilatada obra creativa, titulada «Ciervo vulnerado», y la aparición de esa selección particular y personalísima de sus textos, fue la excusa perfecta a fin de dialogar con el Diario «Cine y Literatura» en torno a los tópicos artísticos y líricos que lo conmueven.
Por Nicolás Poblete Pardo
Publicado el 23.11.2022
Ciervo vulnerado, de Rafael Rubio Barrientos (1975), es un volumen seleccionado por el propio autor, prologado por Micaela Paredes Barraza y publicado por Planeta sostenible editores. El flamante volumen es una gran oportunidad para conocer la obra del autor, quien condensa aquí un poder creativo excepcional en el hermoso volumen, sin duda, una de las publicaciones de poesía más intensas del último tiempo.
Los poemas surgen de las colecciones Arbolando (1998), Luz rabiosa (2007), Mala siembra (2013) y Viernes santo (2019), e incluye, además, doce poemas inéditos, entre los que se cuentan «El ciervo y la sed» y «Nadie».
De «Nadie»:
Qué sacaría con rogarle al viento
que me traiga las hojas del destierro.
La luz huye de mí, como de un ciego.
porque yo soy un muerto entre los muertos.
De «Testimonio de fe»:
No reniego de ti, sino del rayo
que te partió. Del rayo piadoso
y rencoroso, el rayo, el rayo inhóspito
que ruge y rige al trueno en la tormenta…
Una celebración de la existencia
—En su prólogo, Micaela Paredes Barraza reitera un motivo por el que te has manifestado con vehemencia: «la poesía no es ni puede ser solo un género literario», y recuerda al poeta español Jaime Gil de Biedma, quien aspira a convertirse en poema. ¿Qué identificaciones ocurren en estos correlatos?
—A propósito de lo que señalas, creo lo contrario de lo dicho por Jaime Gil de Biedma. No me interesa hacerme poema. En realidad, a lo que aspiro es a que el poema encarne en mí mismo, se manifieste en mi vida, que yo mismo sea la expresión orgánica de mis palabras.
Gil de Biedma es un poeta que me interesa muchísimo, creo que su poesía inventó una nueva emoción, una «emoción lúcida», crítica, un tono particular e inconfundible, que muchos poetas posteriores retomaron con mayor o menos éxito. Pero Gil de Biedma para mi es un poeta clásico, emparentado con los poetas latinos y griegos, tradiciones que no conozco cabalmente.
La idea del trabajo de intervención de la vida como un método poético me ha atraído sobremanera, desde que empecé a escribir, hace treinta años, y llegara a mis manos la obra completa del niño Rimbaud. Posteriormente, me atrajo mucho la poesía de Raúl Zurita, en especial Purgatorio, que sigo considerando un libro muy logrado, con momentos de alta intensidad poética.
Recuerdo que Raúl, en uno de sus textos teóricos, plantea que de lo que se trata es de producir vida desde la literatura, y no generar literatura desde la vida. También habla de una poesía que corrija la experiencia como una obra de arte a completar.
Esa idea, la de la vida como una obra de arte imperfecta e incompleta de la que la poesía debe hacerse cargo, me resulta aun sumamente atractiva, aunque reconozco que puede conducir a equívocos.
Vivir poéticamente para mi es un imperativo casi ético. Y eso significa vivir en la belleza, hacer de cada acto y cada palabra una celebración de la vida. Es un anhelo utópico, tal vez, pero creo que los grandes poetas lo hicieron. La poesía está en la vida; basta abrir los ojos, para verla y quien la ve no la olvida nunca, por eso la escribe, para reproducirla en el ritmo del lenguaje, a través de las palabras y así comunicarla a los demás.
La poesía es la forma a través de la cual la vida se manifiesta en el lenguaje. Eso creo. También creo que mientras no se trabaje conscientemente sobre la vida, como un campo de labranza, es difícil que un poeta llegue a alguna parte que no sea la mera literatura.
Si la poesía no produce una experiencia vital transformadora, de nada vale la perfección formal y técnica. Al menos a eso aspiro; a experimentar la vida con el máximo de intensidad posible, a trasmutar mi vida y la realidad que me rodea.
La violenta sensualidad de la imagen
—Santa Teresa y San Juan de la Cruz son figuras que aparecen en los poemas inéditos. Ambas están cruzadas por la imagen femenina de la cierva. ¿Cómo dislocas estos iconos asociados a la teología para insertarlos en una suerte de panteísmo?
—Bueno, el símbolo del ciervo en el Cántico espiritual de San Juan de la Cruz designa a Dios. El ciervo es el Esposo que huye de la Esposa (el alma del poeta) cuando ésta sale en su búsqueda y se emprende el camino místico, que incluye la vía purgativa, iluminativa y la unitiva o desposorio espiritual.
Yo tomo del lenguaje místico la violenta sensualidad de la imagen que a ratos toma ribetes francamente eróticos para expresar situaciones de alta tensión espiritual. Esos poemas inéditos que mencionas obedecen a una experiencia real de comunión con la naturaleza, que yo experimenté cuando tenia 16 años, al internarme en un campo de trigos, en los alrededores de la ciudad de Los Ángeles.
De esa experiencia nació el poema «Los trigales» que yo interpreto como una clara celebración de la vida. San Juan de la Cruz y Walt Whitman son dos de los poetas que mas influjo tienen en esa parte de mi producción poética, que aborda el sentimiento de totalidad que verdaderamente he experimentado en algún momento de mi vida.
Sin duda también me ha influenciado mi abuelo Alberto, a quien le debo mi amor por César Vallejo, y los poetas del siglo de oro.
Los secretos de la poesía
—El volumen comprende casi 25 años de trayectoria poética. ¿Puedes evaluar y observar tu producción como lector? ¿Cómo decidiste la selección? ¿Cómo recibes los poemas nuevos para incluirlos aquí? Comentas en la nota final que varios poemas sufrieron modificaciones o sus nombres fueron alterados.
—No creo tener la distancia suficiente para situarme como lector de mis propios poemas. Cuando los leo, retrospectivamente, encuentro fallas, debilidades y prefiero no seguir. Aun así, te puedo decir que veo en mi poesía una insistencia bien obsesiva en ciertos temas que se reiteran con algunas variaciones en mis libros.
Creo que lo que he escrito tiende a la recursividad, tanto a nivel formal como en el plano temático. Mi trabajo con la métrica ha sido constante también, salvo algunas tentativas de verso más libre, en el que no me siento tan libre que digamos.
Me siento infinitamente más libre en el verso medido. Esa paradoja la explica muy bien Armando Uribe en su texto «El secreto de la poesía», donde plantea que el esfuerzo por sobrepujar las restricciones métricas y técnicas, propias de la poesía, se produce una eclosión del inconsciente, una liberación abrupta, que permite la aparición de los llamados «Lapsus», que en el discurso no restringido tienden a no aparecer.
Esas liberaciones se dan mas en la poesía métrica que en la libre, de donde se concluye que la poesía sujeta a métrica propicia la liberación del inconsciente, y en esa medida es más libre, por paradójico que resulte.
Los poemas nuevos fueron escritos mayormente este año, entre febrero y abril, en un período de escritura bastante torrencial. Son principalmente sonetos, y aún es muy temprano para evaluarlos. Decidí incluirlos porque me parecía que dialogaban directamente con mis primeros poemas, los de Arbolando (1998).
El insoslayable Siglo de Oro español
—Tu poética realiza un diálogo con varias tradiciones, como la proveniente del Siglo de Oro español, la chilena (Micaela sugiere nombres como Lihn, Parra, Uribe) y con la rica poética latinoamericana, como evidencian los poemas y homenajes a César Vallejo y Rubén Darío (En «Mala siembra»).
—En realidad, soy bastante ecléctico en mis lecturas. Me interesa tanto Maiakovsky como Rubén Darío o Esenin; tanto Quevedo como Rodrigo Lira, Leopoldo María Panero como Luis Cernuda, Carlos Germán Belli como Luis Antonio De Villena, César Vallejo como Juan Luis Martínez, Eliot como Allen Ginsberg, Rimbaud como Góngora, Jorge Teillier o Lihn. Me considero un aprendiz de todos los poetas que he leído y amado.
No hay poetas buenos ni malos. Lo que hay son poetas y personas que no son poetas. Un poeta para mi es la encarnación de un poema.
Yo diría que mi línea poética, es decir, mi parentesco poético viene de algunos poetas españoles del siglo de oro, como Quevedo o Góngora, al renacentista Garcilaso de la Vega. A San Juan de la Cruz. De los franceses: Rimbaud, en primerísimo lugar.
Luego, poetas hispanoamericanos: Rubén Darío, César Vallejo, Carlos German Belli. En Chile, Carlos Pezoa Veliz, Gabriela Mistral, Alberto Rubio, Miguel Arteche, David Rosenman-Taub, Armando Uribe. De España: Miguel Hernández, Federico García Lorca, Antonio Machado.
Creo que en ellos, en distinta medida, me veo y me reconozco. Siempre vuelvo a ellos, reincido en su lectura buscando confirmar mis sospechas.
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Nicolás Poblete Pardo (Santiago, 1971) es periodista, profesor, traductor y doctorado en literatura hispanoamericana (Washington University in St. Louis).
Ha publicado las novelas Dos cuerpos, Réplicas, Nuestros desechos, No me ignores, Cardumen, Si ellos vieran, Concepciones, Sinestesia, Dame pan y llámame perro, y Subterfugio y los volúmenes de cuentos Frivolidades, Espectro familiar, y la novela bilingüe En la isla/On the Island.
Traducciones de sus textos han aparecido en The Stinging Fly (Irlanda), ANMLY (EE.UU.), Alba (Alemania) y en la editorial Édicije Bozicevic (Croacia).
Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.
Crédito de la imagen destacada: Juan Cristóbal Hoppe.